Si usted se detuviera en una calle de Londres y le preguntara a un transeúnte, ¿usted quiere dejar de ser británico?, resulta muy fácil determinar cuál es la respuesta, pues las personas no renuncian a una ciudadanía, una cultura y una forma de vida con un Sí o un No.
De esa manera simplista e irrespetuosa se concibió el referendo que este domingo y lunes realizó el Reino Unido en las islas Malvinas y Georgias del Sur, en las que viven cerca de de cuatro mil británicos (de los cuales solo votarán unos mil quinientos), con ciudadanía europea, la gran mayoría nacidos y criados allí y cuyos ancestros ocuparon el lugar de los colonos argentinos masacrados por las fuerzas de ocupación imperiales en el siglo XIX.
¿Qué gobierno u organización internacional aceptaría como válido un referendo no autorizado por las Naciones Unidas, que no participa en algún aspecto del mismo porque está en desacuerdo con sus presupuestos? Vale recordar que la ONU es la única capaz de ordenar una consulta pública en el caso de un territorio en disputa.
De antemano, la consulta se considera ganada por el premier británico David Cameron, un político derechista que representa los intereses capitalistas de su Estado, más interesado en el petróleo de esos lares y su posición geográfica dominadora, que por los residentes de su país.
Desde las Malvinas se puede monitorear —según expertos— el Atlántico Sur, el paso a la Antártida y los recursos naturales de esas zonas, que son cuantiosos.
Esta ilegítima consulta popular no tiene representación jurídica alguna ni cambia el escenario argentino de continuar exigiendo la devolución de sus territorios arrancados por la fuerza por el Reino Unido en el siglo XIX, cuando expulsó de las ínsulas, ahora reclamadas a su gobernador, y eliminó a los habitantes autóctonos de aquellas tierras, situadas a quinientos kilómetros de las costas bonaerenses y a doce mil de las de Londres.
El imperio británico de entonces —ahora convertido en un faldero de Estados Unidos— invadió durante siglos a otros países, empezando por sus vecinos de fronteras, los escoceses, irlandeses y galeses, y se expandió también por Suramérica y El Caribe. Su dominación mundial, siempre a base de la guerra, la colonización, la conquista y destrucción de poblaciones, trajo como resultado el dominio en protectorados, colonias y territorios, que en las primeras décadas del siglo XX amparaban a 485 millones de personas.
A partir de los años 50 comienza una etapa de declive para el Reino Unido con la liberación nacional de los pueblos, que dio paso al nacimiento de nuevas naciones, pero sin que hasta ahora se haya resuelto la devolución de algunos enclaves en su poder, como el Peñón de Gibraltar, perteneciente a España, y las islas argentinas.
La exigencia de la devolución de tales áreas —a las que nunca renunció Argentina— ganó renovadas fuerzas bajo los gobiernos de Néstor Kirchner, primero, y los de Cristina Fernández, después.
En sus argumentaciones históricas y actuales, Argentina enarbola las resoluciones dictadas por la ONU en apoyo a sus solicitudes y las de otras naciones en similares circunstancias.
En 1960, la ONU aprobó la Resolución 1514, que establece: “…todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país, es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas”.
El documento incluye a las Malvinas entre los territorios que deben ser descolonizados, lo cual posibilitó el inicio de negociaciones —hasta ahora sin resultados— entre las partes.
Cinco años más tarde, y ante la imposibilidad de un acuerdo, la ONU aprueba La Resolución 2065, que, según expresa textualmente: “Invita a los Gobiernos de la Argentina y del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte a proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el Comité Especial, encargado de examinar la situación con respecto a la aplicación de la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales a fin de encontrar una solución pacífica al problema, teniendo debidamente en cuenta las disposiciones y los objetivos de la Carta de las Naciones Unidas y de la Resolución 1514 (XV) de la Asamblea General, así como los intereses de la población de las Islas Malvinas (Falkland Islands)”.
Para especialistas, constituye el colmo de la desfachatez dejar en manos de la población británica residente en las islas la solución de la soberanía de tales territorios.
Las que allí viven son generaciones posteriores a las de los colonos implantados en el lugar, e incluso, personas nacidas en el Reino Unido que decidieron probar suerte en ultramar. Si sus abuelos y padres fueron traídos a doce mil kilómetros de su patria para colonizar un territorio invadido y arrebatado por la fuerza a Argentina, si todos son reconocidos como ciudadanos de la nación europea, si gozan de los derechos del pueblo británico; qué podrían responder más que “Sí” ante la irrelevante pregunta: “¿Desea que las islas Malvinas mantengan su estatus político actual como un territorio británico de ultramar?”.
La actual población malvina —más de la mitad militares de tránsito, sin derecho al voto— no se siente sentimentalmente unida a Argentina ni quiere cambiar su estatus de vida, ni abandonar su cultura, idioma y religión. Entonces, solo cabe catalogar el referendo como una nueva jugarreta política de David Cameron, que desoye los legítimos reclamos de las verdaderas víctimas.
El Reino Unido no batalla por esa lejana región por una cuestión de patriotismo o interés por sus ciudadanos. El viejo imperio no puede perder los grandes recursos naturales, entre ellos el petróleo, existentes en la región, en medio de una Europa colapsada por una gravísima crisis económica y financiera.
Argentina, que cuenta con un amplio respaldo internacional en esta batalla, desconocerá los resultados de esta consulta pública, luego de demostrar con creces en foros internacionales la usurpación cometida por un imperio, cuya actual reminiscencia son los escándalos reales y su alianza con su —vaya paradoja— antigua colonia norteamericana en las guerras artificiales que esta desata por el mundo como nuevo imperio.
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