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viernes, 11 de octubre de 2024

De cuentos y pipas

Quienes se erigen en jueces de otros suelen apadrinar enceguecedoras vigas propias...

Elsa Claro Madruga en Exclusivo 01/02/2019
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Frontex-entidad de Bruselas
Frontex, otra entidad de Bruselas destinada a la protección de sus contornos exteriores, se suma a la Operación Sofía a través de puestos donde identifican y hacen el registro de los arribados.

¿Acierta Matteo Salvini al oponerse de forma tajante a recibir emigrantes? Poniendo en balanza de dos platillos la situación tendríamos apuros para determinar cuál pesa más, si sus razonamientos o los de la Unión Europea. Para no decir que existe mucha hipocresía en el enfoque sobre el tema, también en Estados Unidos, es preferible calificar amablemente cuanto acontece, como errores de concepto.

Existen toneladas de documentos y referencias a cientos de reuniones donde se debate cómo frenar el flujo de personas hacia Europa, sin embargo, no hay una sola línea que hable de ese proceso a la inversa: el copioso traslado de habitantes del Viejo Continente hacia África, Asia o el llamado Nuevo Mundo, durante siglos de usurpación, gracias a lo cual, en gran medida, se forjó la riqueza de esas metrópolis, tan alarmadas ahora porque sus antiguos anfitriones (o avasallados) buscan alivios donde están.

Un despacho de la agencia EFE, fechado en julio del pasado año, daba cuenta de que “Italia abandonará la “Operación Sofía” contra el tráfico de migrantes. Roma, sede de ese operativo del Pacto Comunitario, pidió revisar el mecanismo so pena de apartarse de las obligaciones que implica.

Sofía, según se la describe, es una misión creada por la UE en el 2015 con el doble objetivo de combatir las redes de tráfico humano que operan en el Mediterráneo Central y reducir las pérdidas de vida en la arriesgada travesía marítima. Fue usual el ingreso a puertos italianos de los migrantes rescatados en alta mar por las embarcaciones de ese dispositivo.

Frontex, otra entidad de Bruselas destinada a la protección de sus contornos exteriores (sobre todo cuidando que no se trasladen bienes robados de un país a otro, entre distintos delitos, incluido el tráfico de personas) se suma a Sofía a través de puestos donde identifican y hacen el registro de los arribados.

Todo parece muy bien organizado y previsto, pero la propia Frontex, pasó por apuros hace poco ante las costas sicilianas, por la negativa del vicepresidente italiano a seguir recibiendo inmigrantes. El también ministro del interior obligó de esa forma a que otros países dieran acogida y, al mismo tiempo, demostró a sus electores cuán firme es al cumplir sus promesas de controlar los ingresos y la reducción de indocumentados.

Xenofobia aparte, sus argumentos, al menos parte de ellos, tienen fundamento. Su intransigencia en situaciones como la citada pusieron en claro la doblez existente al plantear el derecho de acogida cuando, en las coyunturas, dejaban esa parte del programa solo en manos de los países al sur del continente (Italia, Grecia y España).

En el 2015 ocurre un ingreso masivo de refugiados, gran parte de ellos procedentes de Siria, pero no la única donde destructivas guerras, en gran por ciento alimentadas desde el exterior y según conveniencias geopolíticas, provocaron enormes desplazamientos. Rechazo alimentado por formaciones extremistas o convicciones de algunos gobernantes dieron base a un fortísimo debate entre los 28 miembros.

Fue el antecedente, dilucidado en marzo del 2016, cuando la Unión Europea convino con Turquía un grupo de trámites para reducir la llegada de refugiados, sobre todo hacia la saturada Grecia. El pacto incluyó la devolución de irregulares. Sirios en particular y también paquistaníes, fueron las nacionalidades por mayoría enviadas hacia Ankara. A cambio, la UE le paga 3000 millones de euros para la atención de 3 millones y medio de individuos.

Pese a las hipotéticas clasificaciones que se dice aplicar, casi todos los expulsados calificaban como víctimas de conflictos bélicos. Buscando, por otro lado, deshacerse de los emigrantes económicos, los europeos crearon un fondo fiduciario destinado a procurar desarrollo para las naciones africanas donantes de pobres. La idea fue bien acogida, sobre todo por Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia, bloque favorable a dar dinero a cambio de no admitir extranjeros.

Aunque parezca absurdo, el monto destinado a ese proyecto, en esencia saludable si se aplicara adecuadamente, es inferior a lo destinado para que los turcos se encarguen del problema. “Los socios africanos se quejan de que estemos dispuestos a dar 3 000 millones de euros a un solo país (Turquía), mientras a un continente entero damos poco más de 1 800 millones”, adujeron fuentes diplomáticas de la zona, dando cuenta de una irregularidad a la cual pudiera añadirse no solo el expolio del pasado, sino el posterior y actual a través de empresas y compromisos políticos.

Se supone que en busca de orden y garantías, la UE también ofreció visados, pero solo para colectivos de estudiantes, investigadores y algunos negociantes. La cuestionable selectividad tipifica casi como robo de cerebros y la exigua ayuda material propuesta, es ridícula si fuera para cortar las raíces a una larga urgencia basada en una pobreza extraordinaria, acrecentada por el cambio climático y los conflictos bélicos.

El ángulo africano, prioritario durante mucho tiempo, pasó a un segundo plano con la fuerte oleada de personas huyendo de Siria, mayoría en los campos griegos y turcos aún, aunque regresando ya por miles a sus sitios de origen, según se ha liberado el país del califato islámico y otros grupos extremistas.

Aunque con baches y debilidades demasiado obvias como para ignorarlas, a finales de diciembre recién pasado el Consejo de la Unión Europea decidió dilatar por tres meses el mandato de la operación Sofía que, en definitiva, es una de las cinco misiones militares desarrolladas por la UE en diferentes puntos de África y la misma Europa.

Pese a todos esos empeños, juntos o por separado, falta enfoque sustantivo para este drama. Una importante cantidad de personas sale de costas libias al arriesgado trayecto por el Mediterráneo. Como no existe orden ni coherencia oficial desde el asesinato de Muammar Kadhafi, quien sí controló —en favor de Europa— esas efusiones, las mafias se hicieron cargo del infamante negocio y amenazan con mantenerlo.

Cálculos de la ONU dan por muertas unas 30 510 personas en el intento por llegar a Europa entre 2014 y 2018. En el escaso mes vivido este 2019 ya pasan de los 200 hundidos en ese enorme cementerio marítimo.

En lo que respecta a Salvini, el Tribunal de Ministros de Catania —órgano legal específico para enjuiciar solo a miembros del Ejecutivo— pidió al Senado vía libre para procesarlo bajo el cargo de “secuestro agravado de personas”, partiendo del conocido como caso Diciotti, cuando se negó a recibir a los rescatados por el buque de igual nombre, hasta tanto otras naciones aceptaron dividir a los famélicos tripulantes, agravándoles una situación suficientemente trágica.

No se esperan fatales desenlaces para el alto funcionario italiano. Tampoco —es muy lamentable admitirlo— soluciones reales, tangibles, humanizadas, para uno de los más dramáticos asuntos contemporáneos.


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Elsa Claro Madruga

Analista de temas internacionales


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