Cien años atrás, el Titanic se hundió en las frías aguas del Atlántico Norte, cerca de las costas de Terranova. El choque contra un inmenso iceberg provocó un daño irreversible en la estructura de la embarcación de la naviera White Star Line y, en tan solo dos horas y media, el mayor trasatlántico construido hasta ese momento desapareció, ante la atónita mirada de los más de dos mil 200 pasajeros que aspiraban llegar a Nueva York. Solo sobrevivieron un poco más de 700.
Esta ha sido una de las tragedias navales más estudiadas de la historia. Sobre ella existen decenas de libros y el cine ha recreado, con mayor o menor profundidad, los más diversos detalles del único viaje del Titanic. Entre las causas del desastre aparecen desde los desaciertos del capitán Edward John Smith, el escaso número de botes salvavidas, hasta la tardía respuesta a la ayuda que ofrecieron barcos que estaban en la zona, como el Carpathian.
Más de mil 500 personas fallecieron en la madrugada del 15 de abril de 1912, la mayoría porque no pudo soportar la temperatura del agua, inferior a los menos dos grados centígrados. Esos tormentosos finales de los pasajeros quedaron recogidos en la película más famosa dedicada al Titanic, dirigida por James Cameron, en 1997.
En el premiado filme —ganador de 11 Oscar— Cameron impresionó a no pocos con imágenes reales del Titanic hundido, con las cuales comenzó la cinta. Luego, la historia de amor, con personajes ficticios representados por Leonardo DiCaprio (Jack) y Kate Winslet (Rose), mantuvo en vilo a los espectadores; aunque, quizás para darle mayor credibilidad a su producción, el director utilizó argumentos reales en personajes secundarios.
Con la melodía de “My heart will go on” de fondo —una canción de James Horner, brillantemente interpretada por Celine Dion—, Jack decide seguir en el agua, para que su amante tuviera alguna posibilidad de sobrevivir sobre un pedazo de madera, que no podía aguantar el peso de los dos. Horas después, Rose fue rescatada; mientras que otros miles no corrieron igual suerte.
Un siglo después, los fantasmas del desastre del Titanic siguen rodeando a la industria de cruceros; aunque los que controlan este lucrativo negocio proclaman que la seguridad es su principal prioridad.
SIN CONCORDIA
El accidente que sufrió el crucero Costa Concordia, en enero de 2011, frente a la isla italiana del Giglio, provocó la muerte de 32 personas. De inmediato, se dispararon los temores y las dos compañías líderes en la operación de cruceros, Carnival y Royal Caribbean Cruises, reconocieron un notable descenso en el total de reservas.
A pesar de las preocupaciones ante una posible repetición de lo ocurrido en el Concordia, una reciente nota de la agencia de prensa AFP devela que en 2011 las empresas aumentaron en trece barcos la flota mundial de cruceros.
El reporte también añade que cuatro de esas embarcaciones tienen capacidad para 2 500 pasajeros; y que en 2012, el número de cruceros crecerá en 15, con cinco de ellos dentro de la categoría de “gigantes”.
Sin embargo, el gigantismo de los nuevos barcos parece ser una de las mayores inquietudes en la actualidad. AFP citó al presidente de la Asociación francesa de los capitanes de navíos, Jacques Loiseau, quien lamentó la tendencia a construir grandes embarcaciones, ya que, incluso en las mejores condiciones, su inmenso tamaño imposibilitaría salvar a todos los pasajeros.
Tras la imagen negativa resultante de errores cometidos por el capitán del Concordia, la industria de cruceros tuvo que lanzarse a una amplia campaña publicitaria.
La estrategia fue demostrar que un naufragio mortal ocurría en muy raras ocasiones y que el posible riesgo era mucho menor que el que se enfrenta habitualmente en otros medios de transporte. Las empresas explicaron que, para reforzar la confianza, realizaron auditorías y revisaron las normas de funcionamiento de los cruceros.
La recordación del centenario de la tragedia del Titanic se ha realizado de las más diversas maneras. Un crucero partió del puerto de Southampton, para realizar el mismo recorrido que hubiera completado el barco de White Star Line; mientras que los fanáticos a la película de James Cameron ya pueden presenciar una versión mejorada y en 3D.
Una de las mejores maneras de no olvidar la muerte de mil 500 personas, en la madrugada del 15 de abril de 1912, sería no sacrificar la seguridad de los pasajeros en pos de multiplicar la ganancia económica de las empresas. Quizás de esta forma podrían quedar, cada vez un poco más en el pasado, los fantasmas del Titanic.
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