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viernes, 4 de octubre de 2024

Tres hurras por Sergiu Nicolaescu

La agilidad en el ritmo y la fluidez del lenguaje narrativo descuellan en la obra de este cineasta, pero sería bueno disfrutar muestras del cine rumano actual...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 05/03/2016
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Del cine del campo socialista, en los años de su existencia, nuestros críticos ponderaban lo producido en Polonia y Checoslovaquia, así como algunos títulos soviéticos, sobre todo lo que vino después de El 41, de Chujrai, y Cuando vuelan las cigueñas, de Kalatazov.

Poco se conocía de lo hecho en Rumania pero a partir del estreno de Los dacios es que el cine de ese país comenzó a llamar nuestra atención. Yo era entonces un adolescente y aunque disfruté el filme, fui incapaz de vislumbrar el potencial como realizador de Sergiu Nicolaescu en su ópera prima.

No es de extrañar que ahora, cuando en la sala 12 y 23, sede de la Cinemateca de Cuba, se exhibió una semana de cine rumano, afloraron en mi mente ciertas nostalgias relacionadas con aquella filmografía y Nicolaescu, su director icónico. Más cuando se incluyeron cuatro títulos suyos en la muestra.

Destino (Osanda, 1976) fue la cinta seleccionada para la apertura de esta semana fílmica. Excelente filme aunque cuando concursó en los festivales internacionales de su tiempo, fue ignorada por los diversos jurados y el de Moscú solo le otorgó un premio de actuación a su protagonista, Amza Pellea.

La trama se desarrolla a finales de la Primera Guerra Mundial. Un antiguo presidiario, enrolado en el ejército rumano como carne de cañón al término de su condena, regresa a su suelo natal, tras doce años de trabajos forzados y guerra. Su antigua mujer vive con otro y vendió su tierra, los niños le temen, hay un asesinato y todos le señalan como el culpable.

Vista a la distancia de cuatro décadas, uno se sorprende por la agilidad en el ritmo y la fluidez del lenguaje narrativo. Como siempre Nicolaescu maneja a la perfección al elenco, del cual forma parte también como actor, algo usual en sus filmes, encabezado por su actor fetiche, Amza Pellea, en el protagónico.

De las féminas, Ioanna Pavelescu tiene todas las ventajas del guion, escrito por el propio realizador, y a sus bellos ojos azules adiciona buenas dotes actorales con las que saca adelante el papel de Roxandra, la hija de un antiguo campesino rebelde muerto en presidio.

De los otros títulos de la autoría de Nicolaescu que se ofrecieron en la muestra, aunque uno extrañó la ausencia de Los dacios y de Miguel el bravo, resalta Entonces los condené todos a muerte, para muchos el mejor largometraje de la larga filmografía de este director.

Estrenado en Cuba hace décadas bajo el título de La muerte de Ipu, Entonces… conserva su frescura original como si hubiera sido rodado ayer. Su formidable descripción de la burguesía rumana, eso que la prensa en Cuba llamó una vez “las clases vivas”, la hace por sí sola una obra antológica.

Amza Pellea, en el papel de Ipu, un personaje que linda entre el retraso mental y la ingenuidad, desarrolla una de las mejores interpretaciones de su carrera, solo comparable a la ya mencionada en Destino. El final, ambiguo y a la vez sugerente, sigue despertando polémicas entre espectadores y críticos.

Tal vez estimulado por el éxito de El Ring (1983), Nicolaescu abandonó el tema histórico, maravillosamente desarrollado en sus filmes épicos (Los dacios, Guerra de independencia, Miguel el bravo) o policiacos (Un comisario acusa, sobre el periodo 1918-1939), por el abordaje de lo inmediato.

A esta etapa pertenece otra de las cintas exhibidas en la muestra, Ciuleandra (1985), la cual ya habíamos visto en Cuba. Con Orient Express (2004) el icónico realizador rumano vuelve a las primeras décadas del siglo XX (1911-1935) y carga de nuevo contra la burguesía rumana y su decadente modo de vida.

Otros filmes de interés se proyectaron durante esa semana. Boda de piedra, con innegable influencia del neorrealismo italiano, nos describe la vida de una región aurífera de Transilvania a través de dos vidas, cada una tema argumental de los cuentos o partes en que se divide el filme, el primero dirigido por Mircea Veroxu; el segundo es la ópera prima de Dan Pita. En la primera parte, una pobre mujer, madre de una hija en estado terminal, trabaja en el lavado de oro con el único aliciente de comprarle un vestido de novia a la hija. Pita nos narra la historia de un músico que asiste a las nupcias de una joven con la intención de fugarse con ella.

Suavemente Anastasia pasaba (Alexandra Tatos, 1979), más allá de su antecedente literario, se basa en una novela de D.R.Popescu, y de las intertextualidades que abundan en ella, ya sean de la mitología griega o de la realidad que vivía Rumania en esos momentos, resulta un film fallido.

Algo le falta o algo le han quitado a ese guion que al inicio del filme prometía tanto y luego se pierde entre la mojigatería y la incoherencia. Solo la presencia frágil y la rara belleza de Anda Onesa (la joven maestra) impide que los espectadores huyan a la desbandada.

Junto con Oriente Express, el único otro filme de la muestra rodado en la época post-Ceausescu fue El más amado de los seres terrestres (1993), una visión de las violaciones de la legalidad socialista en Rumania durante la década del 50, narrada en un estilo ágil y con el soporte de buenas actuaciones.

Válido como recordatorio, esta semana de cine rumano sirvió para alimentar la nostalgia de filmes ya vistos y visionar algunos no estrenados en Cuba. Pero se impone para nuevas ediciones una selección de lo que está haciendo actualmente esa cinematografía, que en los pocos exponentes de ella que nos han llegado, ha logrado que se le admire.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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