//

miércoles, 11 de junio de 2025

Medios, genealogía y crisis

El verdadero arte actúa por sensibilidad y basa su potencia en dicho avance…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 04/06/2025
0 comentarios
Medios, genealogía y crisis
Medios, genealogía y crisis. (Radio Rebelde)

Hace unos años teníamos un espacio conducido en los medios cubanos por el crítico Rufo Caballero que nos mostraba las claves del consumo consciente de los productos audiovisuales. No solo se contaba con el juicio de determinado videoclip, sino que las personas aprendían que más allá del simple lenguaje visible persisten unos códigos que con su inmanencia manejan las emociones y los significados. De aquella pedagogía queda ya poco en una parrilla de programación que, poco a poco, ha ido perdiendo su protagonismo entre la preferencia de los públicos. Los medios de comunicación, con su lógica tradicional, han sufrido la erosión de otras maneras de entender la vida surgidas de la web colaborativa y las redes sociales. Hoy es imposible hablar de consumo, si no se comprende que este acontece en ese contexto multimedios.

Lo que hace aún más conflictivo el tema reside en la capacidad de las personas para entenderlo. El aparato cognitivo del ser humano está diseñado para un número de interacciones que una vez sobrepasado se saturan y no producen un juicio acabado acerca del fenómeno en cuestión. Las redes, una vez que nos trasmiten un mensaje, ya están al unísono creando otra brecha comunicacional y de esa forma la noria no se detiene, sino que logra una especie de intoxicación de los sentidos. He ahí la virulencia de las redes sociales y el poder que pueden poseer sobre la percepción de la realidad. Sin embargo, la modernidad no se niega y ese es el terreno de coexistencia intelectual en el cual se está definiendo la perentoria cultura del presente.

Este debate no queda determinado solo por la materialidad dela historia y la existencia de una estructura girada hacia la producción de sentido. Hay honduras que abarcan cuestiones más allá del presente y que se van a lo simbólico, a la interacción entre arte y verdad, entre arte y pensamiento. El consumo no solo es lo que la masa logra abarcar mediante las redes de distribución de productos audiovisuales, sino las representaciones cognitivas que el ser tiene de sí mismo. Hemos visto que en la medida en que se arraigan maneras de ver el mundo desde el consumismo nos alejamos más de aquel escenario de aprendizaje y asumimos una cosa ya hecha desde el más convencional centro de poder mediático.

El pensamiento no es abstracto, como se lo comprende falsamente desde un común entendimiento. En realidad, el ser que piensa lo hace desde la materialidad más llana de la historia y porque requiere una imagen del aquí y del ahora. Por ende, el videoclip y la reflexión en torno a lo que este nos representa no es algo que se escape de los análisis serios y con un impacto en la formación de imaginarios y conductas. De hecho, desde la desaparición física de Rufo no ha habido un relevo ni en cuanto a espacio ni en materia formativa. Eso es grave, porque el audiovisual de alto consumo ha venido en decadencia. Si bien alguien puede decir que el reparto es un género “propio” de una etapa del ser nacional, lo cierto es que la generalización de modelos de violencia, de irrespeto y de ausencia de civismo tiene que ver con los planos de lo representado en materia visual.

Ya es una banalidad común y cotidiana la noticia de que determinada figura entró o salió de la cárcel e incluso se aprueba eso como parte de lo meritorio de esa persona. De alguna manera, la construcción de leyendas abarca lo más escabroso de la naturaleza humana. Esta exaltación de las oscuridades posee una resonancia en quienes aún están en formación y erosiona a los que de alguna manera estamos ya constituidos. Se trata de un trabajo dinámico y rápido que hunde los cimientos de aquello que pudo ser nuestro pilar esencial a la hora de la jerarquía de consumo. Y no es moralidad barata, ya que como Nietzsche hay que entender que la genealogía en tal sentido proviene de las zonas más movibles y moldeables del ser.

El videoclip ha caído en el consumo más elemental, ese que presenta los símbolos en su estadio de decantación de camino a la nada. En la disolución hay caos, persistencia de la desmemoria y destrucción. Sin ser absolutos, pero menos benevolentes con lo que evidentemente no tiene vocación de mejorar; se nos hace necesaria la crítica como educadores y partes integrantes del sistema de medios. ¿Adónde fue ese interés humanista que nos acompañó un tiempo y que de forma consciente condujo varios procesos de cara a la globalización cultural? La muerte del ser de la que tanto se ha hablado en la modernidad occidental no es necesariamente el exterminio masivo de la guerra que hoy vemos en varios escenarios, también se refiere a la incapacidad de alcanzar los estándares de pensamiento complejo propios de nuestra condición humana y que nos distancian de la bestia.

Los coloquios nacionales sobre periodismo cultural no deberían trabajar sobre la base de la complaciente reseña, sino de la acerada crítica y el escalpelo que resalta lo oscuro. ¿Dónde vemos hoy esos ensayos responsables? Lo que percibimos apenas es un eco que resuena débilmente en los planes de reposición mediáticos, en los cuales todo pareciera proveniente de un país que ya no tenemos. Sin que el negativismo nos paralice, no podemos seguir de complacientes con una maquinaria que no funciona en materia de consumo cultural y con unos medios que no participan en la concreción de visiones acabadas y serias de lo que implica el mundo de lo representado.

Estamos a tiempo de actuar para que la banalidad del consumo no se convierta en banalidad del mal, esa que actúa de manera perniciosa en la generación de conductas que pueden comprometer la vida. Hemos visto atisbos que nos señalan los caminos, pero se requiere de mayor coherencia, cuestión que no solo reside en lo normado, sino en permitir que la complejidad del pensamiento resalte más que la complacencia, la mediocridad y el oportunismo. Al final, todo proviene y va hacia el campo de los valores humanos y su némesis (antivalores).

El gran crítico de la moral burguesa, Friedrich Nietzsche, abrazó en plena calle a un caballo que estaba siendo azotado por su dueño. El gesto de compasión traspasaba lo comprensible y lo permitido en una época de no entendimiento de los derechos de los animales. De esa forma, el pensador nos traslada la necesidad de que las cárceles de lo admisible en materia de conducta no nos paralizaran. El verdadero arte actúa por sensibilidad y basa su potencia en dicho avance. La moral, esa que es variable, no es lo que se defiende cuando se critica un consumo guiado por lo peor de nuestra condición, sino la incapacidad de salir de esas visiones sesgadas, estrechas, que nacen de lo simbólico en su vertiente negativa. Y es que esa negación requiere, dialécticamente, de una afirmación que conduzca a la síntesis. He allí lo perentorio de construir alternativas morales, culturales, cognitivas que abran paso en este terreno de tanta inestabilidad que concierne al consumo de lo audiovisual.


Compartir

Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


Deja tu comentario

Condición de protección de datos