Siempre que tengo la oportunidad visito la vivienda y el taller de mi amigo el artista Mario Fabelo. Me unen a él la camaradería de la apreciación de la cultura, el nexo con el trabajo de su esposa como promotora literaria y mil temas que versan sobre la realidad cubana y universal. En Santa Clara siempre hubo un núcleo de creadores centrados en la reflexión más crítica y en el abordaje de las cuestiones más definitorias de lo que entendemos como pensamiento. Mario, o Mayito como le decimos, ha tomado en serio dichos temas y una de las series que más lo identifican es la de los retratos de José Martí. Este autor, como otros tantos a lo largo de los tiempos, se inspira en el Apóstol dialogante y frágil que descansa sin sesgos en la vera de la historia. No se trata del Martí inerte y marmóreo que a nadie le interesa, sino del que camina, del que sería capaz de sentarse a la mesa vacía y compartir un dolor o una ausencia.
Cuba no es la misma y en eso muchos coinciden. José Martí fue nuestro constructor, ese que nos mostró el camino de una dignidad nacional que no hallábamos en los vericuetos de la anexión, la indiferencia, la belleza perdida. Si algo es responsabilidad de los artistas es precisamente lo profundo como entidad que halla y perfecciona la belleza. En los cuadros de Mayito existe un José Martí silente. Esa es la impresión que surge y que se conecta de alguna forma con un grito expresionista a lo Eduard Munch. Si el hombre que libró la batalla por la creación de Cuba viviera hoy, ¿en qué esquina de la calle estaría, como abordaría nuestro debate más esencial? Prefiero pensar a un héroe que actúa desde la grandeza y eso se me representa con la solemnidad de las pocas palabras. Por ello, creo que la esencia del aporte de Mayito está en captar a ese José Martí que a su vez se deriva de sus conversaciones con el intelectual Yamil Díaz, profundo conocedor de la obra del Maestro. A la entrada de la casa del pintor, en una de las enrevesadas calles de Santa Clara, existe una caricatura de Yamil, en la cual se representa el gran valor de su cerebro. Lo que se cuenta como un chiste expresa una realidad consecuente y humanista. El pintor ve en el escritor a su mecenas desde el punto de vista de las ideas. No hay un trasvase material, pero sí una interconexión con lo que significa el hallazgo de una verdad más allá de lo inmediato.
José Martí es recordado por el peso de su enorme vergüenza como ser humano, así como por el sacrificio de su persona en aras de una patria que no solo estaba por existir, sino que lo tenía todo en contra. El territorio por el cual luchaba el héroe no era entonces algo tangible, no se veía en el horizonte, sino que como las promesas era una tierra bíblica llena de referencias y de valores por sostener. En tal sentido, los cubanos hemos heredado esa noción de patria martiana y de allí que tantas veces la hayamos asumido bajo el axioma de que tal cosa es lo mismo que la Humanidad. Sin la esencia, sin ser lo que somos y sin aspiraciones nobles; el terreno, lo tangible, pierden valor, se extravían en los entornos de lo confuso. Por ello la figura de Martí hoy entra en ese silencio que representa tan bien Mayito en sus cuadros. Quisiera que por un instante no se pasara por alto que el Apóstol dejó inconclusas muchas de sus mejores ideas y que ello habla de la maravilla innombrable del proyecto social. En ese intersticio de lo que significa ser cubano están unidas las cuestiones domésticas y colectivas en uno mismo legado de brillantez y de moral.
José Lezama Lima y Cintio Vitier revitalizaron a Martí en medio de la oscuridad de sus tiempos. Esos escritores del siglo XX dieron con la luz de lo silencioso y la revelaron para nosotros. En las obras de los poetas más graves de nuestra república respira un aliento que no se detiene en las palabras y que pareciera poseer un correlato en lo infinito. ¿Hay algo más bello que eso? La poesía persiste en la inmensidad de las almas que saben llevarse la esencia y preservarla de las inmundicias del presente, darle la savia más pura y redentora y tenerla en andas en el momento crucial. Esa es la lucha de Martí y no solo la de las ideas políticas, sino la de la vida que resurge en medio de una nada desoladora, en ocasiones cruel, repleta de injusticia. La nación es parte de la poesía y comienza a respirar en los versos, luego pasa al pensamiento y de allí a la acción. Todo lo que es intangible flota y cae hasta deshacerse en cuestiones del mundo. Y José Martí, con ese halo que lo rodea, está en los cuadros de Mayito o en cualquier galería con el silencio elocuente y doloroso que todo lo dice.
Si llega otro 28 de enero y voy a casa del pintor, le diré lo que pienso de su obra. Aunque creo que él lo intuye. La persistencia de lo que Martí implica trasciende lo cotidiano y lo chato de las relaciones humanas y establece puntos de conexión que no son explicables mediante simples verdades terrenales.
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