lunes, 16 de septiembre de 2024

Gabriela, prosa y flor

No me atrevo a estimar cuánto los lectores cubanos, en particular, la gente de letras, le debemos a Esteban Llorach Ramos, nacido en Matanzas en 1950...

Luis Sexto Sánchez en Exclusivo 24/03/2012
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Gabriela Mistral
Gabriela Mistral

No me atrevo a estimar cuánto los lectores cubanos, en particular, la gente de letras, le debemos a Esteban Llorach Ramos, nacido en Matanzas en 1950. Pronuncio su nombre, y enseguida me representó a un personaje severo en su oficio de editor y cordial en su modo de juzgar y tratar a sus semejantes. Coincido con Kapuscinski en que ni el periodista, como dijo el acatado periodista polaco, ni los que se dedican a acrecentar la cultura de mil formas, podrían sobresalir si no fueran buenas personas. Buena persona, podría ser el más apetecido epitafio de cuantos transitamos por este mundo. Para Esteban Llorach Ramos no quiero que sea su título póstumo. Lo quiero para ahora, vivo: buena persona y editor creativo, de esos que se convierten en coautores de los libros que revisan y corrigen.

Pues bien, entre los méritos de Esteban Llorach Ramos –esos que le merecieron el Premio Nacional de Edición en 2003 por la obra de toda la vida- hay que alinear la selección, edición, prólogo y cronología –cronología que encarezco por exhaustiva y documentada- de la poesía y la prosa de Gabriela Mistral, para la Editorial Gente Nueva, es decir, para niños, adolescentes, jóvenes. En  Gabriela Mistral, la herida abierta, que se así se titula el libro, me parece que son los jóvenes los afortunados, aunque los viejos, como este comentador, podrán  al leerlo engordar unas onzas o unas libras en su cultura y en su eterno aprendizaje.

Gabriela Mistral, la herida abierta, ofrece una selección muy atinada de los  poemas de la Mistral. Y además presenta una colección de prosa mucho más acuciosa, pues por componer textos poco comunes, uno supone la perseverante y fatigosa búsqueda del compilador. No voy a repetir cada poema, cada enunciado, cada asunto. Solo  voy a convocar a leer, a leer para aprender a escribir prosa clara, pero trabada con los hilos de acero de los valores del estilo. Presentes, hasta en una carta personal, están la claridad, la concisión, el interés, y el toque celestial de quien escribe para que el lector sienta la caricia de una prosa como con sabor a cobre, por recia, pero injertada, por tierna, en caña de azúcar.

Debo, quizás, añadir algo sobre Gabriela, además de cuanto escribe Esteban Llorach Ramos  en el prólogo de este libro. Cuando Gabriela Mistral murió, el día de su deceso debió de oscurecerse el cielo de América Latina. Moría, según el poeta Eliseo Diego,  la mujer que estas tierras esperaron durante 400 años. Desde Sor Juana Inés de la Cruz, en el siglo XVI, la literatura de la América que está debajo de la del Norte, y es diversa y única en sí misma, y distinta a la que habla el inglés práctico del confort, no había contado con una poetisa tan universalmente femenina.

Gabriela, sin embargo, trasciende, supera a Sor Juana Inés en la ternura. Si la lucha de Juana de Asbaje -velada con un seudónimo como rito oficial para distanciarse simbólicamente de la dama  anterior a su ingreso en el convento- fue por establecer el valimiento intelectual de la mujer en tan temprana época,  la maestra chilena del siglo XX levantó, en cambio,  el emblema de la ternura; ternura que en ella, de acuerdo con Pablo Neruda, otro seudónimo liberador, se transparentaba  como “una sonrisa de harina en su cara de pan moreno”.

Muchos de cuantos la juzgan quieren ver en la autora de Desolación, por ello,  a “una enemiga de lo intelectual”; a una intuitiva extrema que despreciaba el esfuerzo consciente del pensamiento. Pero, tengo que admitir, aun entre paradojas, que fue una intelectual de pulsaciones ardientes. Su obra, ganadora del premio Nobel,  es una prueba y un molde de conocimiento técnico de  la literatura, de dominio cultural del idioma. Habrá que leer su folleto sobre la lengua de José Martí. Y  palparemos las sugestiones más impulsivas envueltas en el rigor del saber y de la información. Doblemente interesante es ese librito, que fue al principio una conferencia y después ha sido la conjunción del águila y la serpiente en las cumbres nevadas de los Andes: empalme del que vuelta y del que repta, esto es, del genio y del trabajo. Juntos ambos, como personalidades inmanentes desde cuya altura el mundo se aprecia azul y blanco.

Para ella, como para Martí, la inteligencia solo era valiosa si servía para expresar lo más humano de la vida. Y por esa causa odió el brillo de la literatura sin savia de emoción y ternura. Entre sus insultos predilectos figuraba este más de una vez dicho con suavidad a algún erudito presuntuoso: “Estás podrido de inteligencia”. Ella, contradictoriamente, estaba compuesta de inteligencia, pero de fibras de intelecto sensible y apasionado en el que la razón atendía en prioridad las aparentes sinrazones humanas y luego lo formal y lo práctico.

Fue, por todo, la cantora de la ternura –así, incluso tituló uno de sus poemarios, Ternura-. Su poesía, aun la que impreca y maldice, la escribió con “dulcedumbre de madre para el hijo dormido”, como reza uno de sus “sonetos a la muerte”. Y madre fue para los niños de la guerra civil española. Y como madre inquieta actuó para los pueblos de América Latina, solidarizándose con la épica guerrillero de Sandino en Nicaragua.

Ahora Esteban Llorach Ramos nos da la ocasión de familiarizarnos con Gabriela Mistral, nombre de un ángel judeocristiano y apellido tomado del viento que sopla desde África hacia el valle del Ródano. Agradezcamos que haya existido Gabriela y que existan hombres de cultura, como Esteban Llorach Ramos, que cada día se preocupen y se doblen sobre los archivos y los originales para suministrarnos el pan que no sacia, sino suscita más apetito, más hambre dichosa de cultura.


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Luis Sexto Sánchez

Periodista de oficio y de alma. Maestro de generaciones. Premio Nacional de Periodismo José Marti por la obra de la vida. Autor de la columna "La Palma de la Mano" en Cubahora.


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