jueves, 26 de septiembre de 2024

El último viaje de Rogelio Menéndez Gallo

Un hombre y su obra perviven en la memoria y reciben el homenaje honrado de una comunidad que lee y que sabe apreciar el buen arte…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 16/07/2022
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Rogelio Menéndez Gallo
Su existencia fue un batallar constante no solo en pos de una obra narrativa, sino de que la cultura tuviese el sitio de honra que merece. Perteneció a una generación de creadores que nacieron al calor de los talleres literarios de las casas de la cultura, en el mejor momento del movimiento de artistas aficionados. Foto tomada del sitio oficial en Facebook de Cultura en Remedios

Al escritor Rogelio Menéndez Gallo se le recuerda por su carcajada inmensa. Nadie puede decir que se trataba de una risa común, ya que el hombre siempre tenía un chiste o un malabar de la retórica para referirse hasta a los más calamitosos sucesos. En su banco, a la entrada de su casa o en uno de los sillones de la sede municipal de la UNEAC, Rogelín era un cantor de la vida en los pequeños pueblos cubanos, de la gente común, de la calle y sus tantas sabidurías. Por eso, cuando uno hablaba con él, todo se veía más claro, más divertido, incluso en tiempos lúgubres como cuando perdió su biblioteca en Caibarién producto del ciclón Kate, un terrible fenómeno que barrió buena parte de las viviendas de dicha villa y que marcó un instante oscuro en la carrera literaria del autor.

En una de las tantas fotos que se conservan de su juventud, Rogelio aparecía con una carretilla con cemento en la construcción de la primera sede de la UNEAC en Remedios, en uno de los barrios más alejados del centro de la urbe. Y es que su existencia fue un batallar constante no solo en pos de una obra narrativa, sino de que la cultura tuviese el sitio de honra que merece. Perteneció a una generación de creadores que nacieron al calor de los talleres literarios de las casas de la cultura, en el mejor momento del movimiento de artistas aficionados. Por ello, Rogelín logró aprender los rudimentos de la literatura e incluso innovar, creando categorías como la jodeosofía o esa ciencia que se encarga de esa “rama del saber”: la “jodedera criolla”. No era remediano, pero se aplatanó, hizo su intensa carrera bajo la sombra del campanario de la Octava Villa y entre los nísperos de los patios coloniales, siendo uno de los que más aportó a los mejores momentos de las letras. Llegó a formar la directiva provincial de la UNEAC, donde siempre defendió a Remedios, sus escritores y gente ilustre y sencilla. En la mayoría de sus cuentos y novelas se puede apreciar el ambiente no solo jodedor sino de inmenso caudal de sabiduría de pueblo, fruto de horas enteras que Rogelio pasaba conversando con sus amigos del barrio o con cualquier persona que le aportase.

En la Octava Villa tuvo su amor e hijos, una familia que con el tiempo fue haciéndose más laxa y lejana. Con el tiempo Rogelio quedó solo, pero acompañado de sus tantos admiradores y de la gente que seguía la obra. En la radio, se leían sus textos y se le invitaba a tertulias, en las cuales todos acababan riendo con sus chistes. Nunca tuvo un lamento, a pesar de que como todos los seres humanos vivió envidias e incomprensiones que durante mucho tiempo lo apartaron del éxito mundano. Aunque alcanzó una edad provecta, siempre se le dijo Rogelín, el genio de las letras que había captado en su novela Tesico y los siete pecados capitales el ambiente epocal de la fundación de Remedios, con el humor cubano de hoy, siendo la lectura de la pieza una verdadera delicia. Dicho volumen contó con la edición de Eduardo Heras León, quien le hizo además un prólogo. Sus estudios literarios le permitieron a Menéndez Gallo escribir un volumen bibliográfico de todos los autores remedianos, desde la colonia hasta el siglo XX, lo cual le valió entrar por la puerta ancha en el campo de la investigación. Además, es famoso su ensayo sobre la historia de la delincuencia en la ciudad, que también posee chispeantes ideas y escenas dignas de una obra maestra. Rogelio amaba la historia, carrera que estudió, e hizo de esa materia la sustancia de cada una de sus narraciones. Algunas de las novelas inéditas, pasaron de mano en mano, pues solo se imprimieron bajo un sello personal, creado por él mismo, de nombre Fatalismo Geográfico, cuyo signo era un cangrejo. Ya saben, por eso de que dicho animalito “camina hacia atrás”. Se recuerda El Hormiguero Verde, ficción de alto vuelo filosófico, de atrevidas tesis sociales, que jamás pierde actualidad ni firmeza ni belleza en sus propuestas, ni fuerza intelectual.

Rogelio vivía humildemente, caminaba cada dia hasta la delegación de cultura donde usaba la computadora para teclear sus textos. Luego, todos lo veíamos detenido en alguna esquina de la calle Máximo Gómez, haciendo gala de su jodeosofía, a la sombra de uno de los aleros en esa villa añosa que lo acogió. Cuando se fue haciendo mayor, su lucidez no decayó, sino que supo siempre darle a cada ser humano un trato honrado, sobre todo a los jóvenes con quienes sostenía tertulias literarias. Una de sus peñas en la sede de la UNEAC, llamada Cosas de Remedios, se estuvo celebrando hasta casi su deceso, pues allí no solo se daban cita los literatos, sino todo aquel lugareño que amase las leyendas, los cuentos de camino, los dicharachos y el buen rato. Rogelín tenía todo eso, a pesar de que le fallaba la vista y alguna que otra vez lo asaltó la nostalgia. En Caibarién, lugar de su nacimiento, estaba la familia, también allí hizo un diccionario sobre los nombretes más estrafalarios que se usan entre los pescadores. Son famosos algunos como “piojo cosido”, “quijada de botija” o “pescuezo de tilapia”. Familias enteras fueron entrevistadas por el autor, quien realizó una verdadera labor etnográfica, la cual nos lega para el presente y nos sirve en esa tarea necesaria de rehacer la microhistoria.

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En uno de sus mejores volúmenes de cuentos, titulado Pregúntaselo a Dios, unos mambises se encuentran en una taberna en tiempos iniciales de la república, cuando los yanquis estaban en las calles y aún fungía el gobernador enviado por Washington.  Allí, entre los enredos típicos del tono de comedia de Rogelín, se produce una de las reflexiones más interesantes en torno a lo cubano como identidad de resistencia, que se opone a lo banal y lo opresivo. Así era el escritor, siempre a medio camino entre lo serio y lo humorístico, entre lo real y lo maravilloso, entre la ficción y la realidad. En dicho libro de cuentos, no solo aparece Cuba como uno de los tesoros más queridos por Rogelio, sino la vida como ese tema imperecedero que va más allá del fallecimiento y que se esparce por la obra que dejan detrás los hombres. El intelectual era un patriota convencido, que siempre supo el lado correcto de la historia y lo defendió como pudo y con las mejores armas al alcance.

Cuando Rogelio Menéndez Gallo falleció, Remedios consternado le hizo honores. Hasta la villa vinieron sus colegas más cercanos, incluso no pocos enemigos reconocieron su grandeza humana e intelectual en una especie de acto de contrición. Y es que la existencia posee esas metáforas, esas realidades en clave que tienen su tiempo. En la despedida de duelo, se hizo alusión a que en la otra vida el autor sigue escribiendo incansable y en una especie de duermevela eterna. Así se le hizo justicia al ser que solo quiso hacer una obra, sin aspavientos, con sencillez, pero siempre contundente.

Los pecados capitales eran una ficción utilizada en la novela sobre los orígenes de Remedios, nunca más una injusta marca en el camino del hombre bondadoso. No había muerto Rogelio, ya que el deceso fue quizás otro chiste, en el cual quedaban para siempre la ingeniosidad y la esencia del ser que iba hacia el traspaso.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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