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domingo, 6 de octubre de 2024

Cada vez que llega el verano…

La jerarquía conlleva respetar un consenso, y a la vez saber qué cosa conviene...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 11/09/2019
2 comentarios
Verano
Se confunde la bulla con la música, y la alegría con el escándalo público. Las exhibiciones llegan al nivel pornográfico (veamos la letra de algunas canciones), y ello lleva el mismo nivel simbólico a todas las generaciones (Foto: Juventud Rebelde). (Miguel Amado Noa Menéndez / Cubahora)

Pareciera que la estación del año nos colocara en las antípodas a quienes pensamos de alguna manera la cultura cubana. Por un lado aparecen los que ven en la banalización la quinta esencia del entretenimiento: si hay ruido, bebida y choteo entonces se califica de exitosa a cierta actividad. Pero cuando otros abogamos por la conjugación de gustos, donde esté presente la eterna función del arte como cultivo del alma, saltan aquellos a calificarnos de metatrancosos, aburridos, desfasados.

El verano tiene la marca, aunque haya excepciones en muchos sitios, de un bafle a todo dar, en medio de la plaza principal, mientras un dizque DJ habla en medio de su jolgorio cervecero. En el diseño de las programaciones culturales de Cuba falta, demasiadas veces, sentido de la jerarquización del consumo artístico, ya que no es lo mismo un concierto de la soprano Bárbara Llanes, que la música mecánica (nunca mejor usado el término) que se planifica un viernes por la noche en una pista de baile. Tal fue una de las líneas analizadas por los artistas y escritores en el más reciente cónclave de la cultura.

Tiene que ver con que los especialistas, los programadores, han atravesado un proceso de desprofesionalización, producto de la crisis de los salarios en el sector, lo cual permitió la entrada de personas con baja capacidad de juicios. Se confunde la bulla con la música, y la alegría con el escándalo público. Las exhibiciones llegan al nivel pornográfico (veamos la letra de algunas canciones), y ello lleva el mismo nivel simbólico a todas las generaciones. Hay programadores que ven esto impasibles, hasta aplauden.

Una vez vi que un programador llevaba una libreta, cuya portadilla tenía grabado con crayola el letrero de “talentos”, era el registro de aquellos seres que iban a protagonizar las actividades en el sector. Me pregunté entonces cuán eficaz resulta en verdad dicha cosificación de una etiqueta tan llevada y traída, cuáles serían los medidores que se tuvieron en cuenta al emitir el juicio. Yo puedo decir que fulano es un talento, pero para otra persona puede resultar todo lo contrario, y no hablo de una cuestión de gustos, sino de medidores que existen en el seno de la sociedad.

La jerarquía conlleva respetar un consenso, y a la vez saber qué cosa conviene. No se trata de una labor secundaria, sino decisora, de la que depende la construcción de un sentido del consumo y por ende de la sociedad. Si un niño mira hacia la esquina y ve que el cierre del verano se resume en una trocha con alcohol, le trasmitimos un mensaje opuesto a la política cultural, pero además distorsionamos la imagen de la nación en que vive.  Hay una cosa que he visto en estos fenómenos negativos que acontecen en el campo de la cultura: se iguala para abajo. O sea, en vez de que se aspire a que la mayoría podamos decidir con buen juicio cómo acceder a la verdadera sensibilidad artística, se colocan las fórmulas más banales, porque supuestamente divierten y se excluyen otras más elaboradas. El mensaje es claro: todos o casi todos somos unos incultos y esto es lo que nos gusta. Aunque la máxima se contrapone a nuestra política central, ha logrado escabullirse y entrar a las oficinas, manejar las mentes, aspirar a ser hegemónica.

El arte, así, quedaría como cosa de renegados, de personas que nos volvemos unos resistentes, que además no permitimos que los “normales” se diviertan. Supuestamente hay que desconectar y ello incluiría un consumo alejado de toda cultura real, o actividad educativa. Sin generalizar, a veces las actividades son excelentes y hay programadores que las prestigian y las sostienen, pero existen demasiados escenarios donde el bafle reina. En Santa Clara, por ejemplo, la cultura se ha tornado parte del paisaje, y no se necesita una planificación para que acontezca. Sería justo estudiar el caso, ya que no considero que el Mejunje tenga tamaña excepcionalidad, ni que otras ciudades devengan inferiores en gusto. Deleite masivo no es ausencia de cultura, ni de todos sus componentes, ya sean educativos, intelectuales o de recreación.

No creo que el verano sea una oportunidad para igualar hacia abajo, una estación de la banalidad. Para arriba debemos mirar, porque tal es la voluntad de quienes hacen la cultura, a contrapelo de jerarquizaciones que por demás no son política de Estado.

Una estación calurosa, acogerá el calor de la cultura, no su derretimiento.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación

Se han publicado 2 comentarios


Five Star
 13/9/19 8:27

♦♦♦El programa esta bueno, pero deveria tener un Chat para una mejor dinamica del programa...♦♦♦

senelio ceballos
 11/9/19 11:07

Le apoyo Al 100 su articulo

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