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domingo, 6 de octubre de 2024

Bejucal, Ibrahim y las torres

Aunque pueda parecer un pueblo pequeño, Bejucal tiene muchas subjetividades y sus imágenes engendran arte...

Laura Barrera Jerez en Exclusivo 30/12/2016
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Charangas de Bejucal
A Bejucal hay que mirarla desde lo alto: invitan sus carrozas y su Ciudad de los Niños.

Muy pocos visitan la Ciudad de los Niños. Si no viven allí, casi nadie se atreve a desafiar la montaña. A veces la loma es más fuerte que la curiosidad por conocer sus secretos.

Pero Ibrahim ha estado varias veces por allá. Basta su vida en Bejucal y sus 84 años. Desde 1951 diseña luces, colores y andamios para la competencia. Una vez se le ocurrió construir con cartón la torre de la Ciudad de los Niños y montarla sobre uno de los pisos de la carroza. La Espina de Oro es su bando, en esa tradicional disputa de las Charangas de Bejucal, donde el pueblo se divide en dos colores: el rojo (La Espina de Oro) y el azul (La Ceiba de Plata).

Un día Ibrahim subió la loma con Celia Cruz. Aún se ríe de sus tacones y del esfuerzo sobrehumano de aquella mujer por sortear los desequilibrios de sus zapatos. Cada cual asume la Ciudad de los Niños a su manera. Bejucal tiene muchas subjetividades y sus imágenes engendran arte. Quizás de aquel viaje entre Ibrahim y Celia nació la inspiración para convertir la torre en uno de los adornos para los festejos populares.

Con la Nochebuena llegan los paseos y la competencia vuelve entre congas y brillos. La torre real queda en la cima de la montaña, como símbolo de aquel espacio donde vivían, crecían y se educaban niños huérfanos, en la primera escuela de oficios que tuvo Cuba. Otra torre, de cartón, sobrevive entre planos, recortes de vestuarios y bombillos, en el pequeño espacio donde Ibrahim y su equipo de trabajo almacenan sueños de espectáculos pasados y futuros.

Según la costumbre, cada 24 de diciembre, 30 de diciembre y 1ro. de enero deben desfilar las carrozas por las calles del pueblo, hasta el atrio de la Iglesia, rumbo al parque central, donde antes los esclavos y los españoles hacían sonar sus respectivas músicas. Con el tiempo quedó la tradición de competir. Y aunque la rivalidad ha perdido un poco su fuerza, muchos se empeñan en que sobreviva lo que desde el 2015 es Patrimonio Cultural de la nación: sus Charangas.

Pero, a pesar de tantas distinciones, Bejucal parece un pueblo pequeño, como otro más. Quizás, por eso también quedan las ruinas de la Ciudad de los Niños, con su loma, sus vecinos, las flores silvestres que nacen en invierno, y la escalera de piedra que anuncia la entrada a la torre: corazón de lo que fue y de lo que queda. Desde allí, Bejucal se defiende.

A la entrada, un candado resguarda la puerta y, después del umbral, una escalera sin baranda invita a subir. Las paredes circulares tienen grafitis y rastros de pintura… Algunas ventanas dejan entrar el sol y el aire parece más denso a medida que aumenta la altura. Poco a poco cada peldaño se hace más y más pequeño, alguien quiso asegurarse de que solo llegaran a la cima los valientes.

Arriba, como un privilegio, aparecen otros textos en las paredes y algunas ventanas sin cubrir: abiertas, airadas, fáciles de conquistar. Abajo, la ciudad. No importa que la consideren pequeña quienes solo se atreven a mirarla desde el nivel de sus calles, de sus casas, de su cotidianidad.

A Bejucal hay que mirarla desde lo alto: invitan sus carrozas y su Ciudad de los Niños, invita Ibrahim, que no se cansa de subir la loma y contagiar a otros. Invita la historia.


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Laura Barrera Jerez

Graduada en 2015 en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Periodista por elección, por diversión y por convicción.


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