No vamos a hablar de los ninguneados del poema tremendo de Eduardo Galeano; los Nadies. con aquellos versos de alarmas: “ Los nadies : los hijos de nadie, los dueños de nada./ Los nadies : los ningunos, los ninguneados, corriendo la /Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos: / Que no son, aunque sean….
Hay una palabra que se parece a ninguneados y tienen algo que ver con ella, hablemos del Ningufoneo, ese acto de ignorar a una persona y al propio entorno por concentrarse en la tecnología móvil. Es término de uso reciente, especie de neologismo y no sé si a esta hora está reconocido en el diccionario de la Real Academia Española.
Se dice que el término se originó en Australia, etimológicamente producto de la unión de las palabras phone (teléfono) y snubbing (despreciar). Más allá de su origen, se trata de una realidad que nos implica en un hecho complejo: estar conectados a un móvil puede significar estar desconectados de la comunicación.
Alguien llega de visita, y apenas habla, desenfunda, como un arma, su móvil, y viaja a otros parajes de gracia y emoción…. De vez en vez, alza la cabeza y asiente como si estuviera al tanto de la conversación que corre entre las sillas de la casa.
El otro lleva dos conversaciones a la vez, una en persona y otra en el celular. Por allá no falta quien no puede comer a gusto sin que haya un momento en que no revise el celular. Y Juanito siente inseguridad cuando no tiene el celular a la mano.
Lo más equitativo del ningufoneo se produce cuando todos a la vez, halamos por nuestro celular y nos vamos a otra parte con la silenciosa garganta de un jaja, o de un vistazo al tren que se descarrila sin comprender que ya somos trenes fuera de la línea.
Alguien cruza la calle, celular en mano y la vista fija en la pantallita, alguien cruza e ignora, ningunea la realidad, en este caso es una calle llena de autos y…. nunca se supo, después del trastazo, en que zona de Facebook estaba metido el entretenido peatón convertido en nada.
Hoy es común ver a niños muy pequeños con un teléfono móvil y, al no haber educación sobre este tema, son más vulnerables a padecer otros trastornos de desconexión de la realidad y del acto de socializar desde la experiencia del juego, o esa comunicación que implica reír ante los ojos de los otros.
Este fenómeno va ligado a otro conocido como la nomofobia, o el miedo a estar sin teléfono. Así el ningufoneo, avanza hacia un estado de extraña soledad: todos encorvados con la vista fija en la pantalla seductora, sin ver jamás que el cielo tiene nubes y que hay amigos que esperan el abrazo tibio de la voz.
¿Y cómo zafarnos, si vivimos entre lo necesario y problemático? Hay que volver al acto piadoso de una conversación sin apagones intermedios, regresar a las viejas lecturas que guarda el polvo de los libreros, organizar gramaticalmente una oración porque escribir bien, no es ajeno al pensamiento.
Hay que mirar con atención la belleza de dos gorriones que se acarician en el árbol del parque lleno de pantallas digitales. Recoger una flor natural, anónima y hermosa que acaba de caer sobre la acera, y regalarla a tu amor. No, no hay recetas, solo un desafío que es preciso matizar desde todas las ventanas de la sociedad.
Los versos de Galeano, cuando nos habla de los Nadies, culminan con un golpe de atención sobre la mesa: Que no tienen cara, sino brazos. / Que no tienen nombre, sino número. / Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica / Roja de la prensa local. / Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
Que no sea la bala de un celular quien nos mate. No se puede ignorar ese abrazo tan cercano que llena de nombres el amor, y nos salva.
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