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sábado, 23 de noviembre de 2024

América Latina y el Caribe | Agroecología y organización, herramientas frente a la crisis climática

Como nos enseñan muchos pueblos originarios de la región, estamos viendo el fin de un sistema pero no del planeta. La humanidad no tiene la capacidad de destruir toda la vida, pero sí de destruir la suya. Sin ella, el mundo seguirá existiendo...

Camila Parodi en Nodal 01/07/2024
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Mujer rural-producciones-agropecuarias
Para mitigar la crisis climática y las catástrofes naturales derivadas se requiere de un cambio radical en la relación que tiene la humanidad con la tierra.

En los últimos años, los discursos apocalípticos y sobre la proximidad del “fin del mundo” se han popularizado. No es la primera vez que escuchamos esta narrativa: la vimos en el fin del milenio, a través de distintas teorías distópicas o en diversas interpretaciones religiosas. Sin embargo, la percepción actual del colapso es distinta y palpable: el fin de este mundo está llegando y lo vivimos todos los días.

Como nos enseñan muchos pueblos originarios de la región, estamos viendo el fin de un sistema pero no del planeta. La humanidad no tiene la capacidad de destruir toda la vida, pero sí de destruir la suya. Sin ella, el mundo seguirá existiendo.

La producción social de las catástrofes

El filósofo y sociólogo Bruno Latour, en sus últimos escritos, subrayó que las catástrofes climáticas no son eventos aislados, sino que son “producidas socialmente” a través de los modelos económicos, proyectos extractivistas y sistemas tecnológicos propios del capitalismo. Este enfoque nos obliga a mirar más allá de las causas naturales y considerar cómo el modelo extractivista está destruyendo el planeta al alterar la composición climática de la atmósfera.

La crisis ambiental es intrínsecamente compleja y, como han mostrado las conferencias mundiales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre el ambiente, no admite soluciones superficiales y exige transformaciones radicales. La pandemia de COVID-19 reveló la interdependencia entre la crisis sanitaria y la crisis climática: las mismas fuerzas que impulsan cambios negativos en el ambiente, como la deforestación y la urbanización descontrolada, crean las condiciones propicias para la propagación de enfermedades y pandemias.

En sus reflexiones, Latour explicó que nos encontramos frente a un “Nuevo Régimen Climático” para el cual la humanidad no está preparada. Desde esta perspectiva, el estado de la tierra es crítico y no hemos atravesado en nuestra genealogía un acontecimiento similar. Para el autor , la especie humana no está cognitivamente preparada para sobrellevar esta crisis, lo que podría explicar por qué gran parte de la población mundial asimila, naturaliza o incluso niega la crisis climática en vez de buscar soluciones.

La preocupación, entonces, no solo radica en la frecuencia y severidad de estas catástrofes, sino también en su naturalización, que desvía la atención de las causas y  la implementación de soluciones efectivas. Quizás por ese motivo, las catástrofes que acontecieron en los últimos meses —incendios forestales devastadores en Chile, Guatemala y Colombia, olas de calor extremas en Centroamérica, y severas inundaciones en Brasil y Argentina— no llegan a alterar lo suficiente la agenda social y mediática.

Los recientes incendios en Chile, Guatemala y Colombia han sido exacerbados por prácticas agrícolas insostenibles, procesos de gentrificación y especulación inmobiliaria, la deforestación de bosques nativos y cambios en el uso del suelo. En Colombia, por ejemplo, solo en 2022 se deforestaron más de 174.103 hectáreas de selva amazónica, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM). Estas acciones, impulsadas por intereses económicos a corto plazo, han dejado el terreno vulnerable a incendios que arrasan con la biodiversidad y ponen en peligro la vida de las comunidades locales.

Además, las olas de calor extremas en Centroamérica del último mes, con temperaturas récord que superaron los 40°C en algunas regiones, tampoco son casualidades meteorológicas, sino el resultado de décadas de emisiones de gases de efecto invernadero y la destrucción de ecosistemas que regulan el clima. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), las temperaturas en algunas partes de Guatemala alcanzaron los 42°C, un récord histórico. Estas olas de calor afectan desproporcionadamente a las comunidades con menos recursos para afrontarlas, exacerbando así las desigualdades sociales y económicas.

A su vez, las inundaciones que comenzaron en Brasil y continuaron por Argentina y Uruguay, han dejado claro que los patrones climáticos extremos están estrechamente vinculados con la crisis climática. La feroz deforestación en la Amazonía, que en 2021 alcanzó los 13.235 kilómetros cuadrados, según datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, ha alterado los ciclos hidrológicos, incrementando la frecuencia y gravedad de las inundaciones. Estos eventos no solo destruyen hogares y vidas, sino que también ponen de manifiesto la necesidad urgente de un cambio profundo en cómo gestionamos nuestros bienes comunes.

La respuesta negacionista vs. la necesidad de transformación

Al mismo tiempo que avanza la crisis climática, crecen también los posicionamientos negacionistas. Éstos demuestran indirectamente su gravedad. Al negar la crisis, la clase política y empresarial revela el miedo a las transformaciones económicas necesarias para una solución efectiva, transformaciones que amenazarían sus intereses económicos y, por ende, su poder en el mundo.

Para mitigar la crisis climática y las catástrofes naturales derivadas se requiere de un cambio radical en la relación que tiene la humanidad con la tierra. Esto implica abandonar el modelo extractivista de la rentabilidad que prioriza el beneficio económico para adoptar prácticas sostenibles que respeten, al menos, los límites planetarios.

Conceptos-Cooperativas Agropecuarias-Cuba
(Alejandro Fabregas Pombo / Cubahora)

Frente a los negacionistas y los extractivismos de siempre, muchas organizaciones y colectivos continúan preservando saberes y prácticas de producción que demuestran que la vida en armonía con la naturaleza es posible. Entre ellas, el Movimiento Agroecológico Latinoamericano y del Caribe (MAELA) articula a organizaciones campesinas, de familias productoras, comunidades indígenas, comunidades sin tierra, de consumidores y organizaciones sociales, que defienden la agricultura campesina, familiar y agroecológica. Para conocer sus propuestas, LATFEM dialogó con Roció Romero y Gisela Illescas, del Consejo Político Continental y el Grupo de Relaciones Internacionales del MAELA, respectivamente.

Agroecología para sostener la vida

Una de las principales causas de la actual crisis climática se puede encontrar en el sistema agroalimentario industrializado. Este modo de producción, en vez de alimentar a la población mundial, prioriza la producción de commodities, ya sea como bienes comerciables o como objetos de adquisición para el sector financiero. Un sistema de producción y consumo que no repone lo que se extrae del suelo, contribuyendo a la degradación ambiental y generando un enorme gasto energético.

Agroindustria: Encadenamiento
Agroindustria: Encadenamiento productivo (Laydis Soler Milanés / Cubahora)

Mientras que el sistema industrializado busca maximizar el rendimiento a corto plazo y profundiza la crisis climática, las organizaciones campesinas comparten soluciones viables y efectivas para enfriar el planeta. La práctica agroecológica implementada por las comunidades rurales desde tiempos inmemoriales, promueve la biodiversidad, el uso sostenible de los bienes comunes y la salud del suelo, evitando el uso de químicos sintéticos y prácticas destructivas.

En ese marco, las más de 250 organizaciones campesinas que se nuclean en el Movimiento Agroecológico Latinoamericano y del Caribe (MAELA) promueven la agroecología como una propuesta para el buen vivir y la soberanía alimentaria. MAELA está presente en 20 países de la región y se dedica a conectar experiencias, luchas, organizaciones y personas que promueven la agroecología, fortaleciendo la agricultura y el desarrollo humano rural sostenible.

Además de integrar el MAELA, tanto Rocío Romero como Gisela Illescas son productoras de café en la localidad de Veracruz, México. Ambas, durante los últimos años, observan el significativo efecto que tiene la crisis climática en las áreas rurales y productivas que habitan: “Tenemos eventos climáticos extremos como altas temperaturas, sequías prolongadas e intensas lluvias que han afectado la producción agrícola”, denuncia Romero. Por su parte, Illescas explica que el aumento de la temperatura, además de modificar el clima en su región, ha disminuido las precipitaciones, lo que impacta directamente en la producción de café: “El año pasado empezó bien la floración, pero después hubo seca y el café no creció grande, creció pequeño y no se maduró homogéneo”, se lamenta.

Illescas destaca que, además de cosechar café, en Veracruz también se trabaja con las hojas de plátano y diversas flores, y estas producciones también se han visto afectadas por la crisis climática que, junto con la escasez de agua potable, ha generado una profunda preocupación en las comunidades. Desde su experiencia, señala que estos impactos “inciden negativamente en la soberanía alimentaria y en la cantidad de agua disponible para los hogares y los trabajos de cuidados” que son realizados mayormente por las mujeres, quienes se ven afectadas tanto en su salud corporal como emocional.

Tras la pérdida de flores y frutos durante la época de floración, así como la reducción en la cantidad de cosecha producto de la crisis climática, explica Romero, que las y los productores se han desanimado. Sin embargo, sostiene que desde la organización “se han implementado prácticas para mitigar esta situación, como aumentar la biodiversidad en los cultivos, incorporar plantas que retienen humedad y realizar constantes intercambios de experiencias entre productores”. Frente a los impactos de la crisis climática, las organizaciones rurales destacan que la agroecología tiene propuestas de solución.

Esta metodología no solo contribuye a la seguridad y a la soberanía alimentaria, sino que también desempeña un papel crucial en la mitigación del cambio climático. Como sostiene Illescas, al incrementar la biodiversidad, mejorar la salud del suelo y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, las familias campesinas y comunidades indígenas que implementan la agroecología “mitigamos la crisis porque tenemos un profundo apego con los ciclos productivos, con los ciclos lunares y de la vida”.

Para las productoras que integran MAELA, las personas que practican la agroecología también cultivan otro mundo: “Cultivamos las formas organizativas y comunitarias, los movimientos para la defensa pero también para el disfrute. Somos semillas, al igual que en las plantas, recreamos la vida a través de la agroecología”, manifestó Illescas.

Desde su mirada, “la agroecología es una forma de vida y su origen está en las semillas; cada vez que preservamos una semilla, preservamos una forma de vida”. Por ese motivo, para su compañera, al preservar las semillas nativas “preservamos cultura, alimentación, formas de vida y conocimientos ancestrales, así como cuidamos del ambiente. Cada vez que conservamos nuestras semillas nativas somos capaces de conservar una forma de mundo donde se producen los alimentos, donde se genera un ambiente sano, conviven diversas especies y la biodiversidad se recrea”, manifiesta la activista.

A través de sus experiencias, las productoras rurales evidencian que la agroecología no solo es una alternativa viable al modelo extractivista, sino que también es una solución efectiva para enfrentar la crisis climática. Al preservar las semillas nativas y criollas, proteger la biodiversidad y fomentar una producción sostenible, las productoras rurales demuestran que otro mundo es posible, uno en el que la sostenibilidad de la vida esté por encima de la rentabilidad.


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Camila Parodi


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