viernes, 20 de septiembre de 2024

Memorias del subdesarrollo

La virtud cinematográfica de Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968) es que es un ejemplo fehaciente de que el cine es arte...

Diany Castaños González
en Exclusivo 20/12/2016
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Memorias del subdesarrollo
Memorias del subdesarrollo ha sido considerada la película de cine latinoamericano más importante de todos los tiempos. (Fotograma de la película)

Memorias del subdesarrollo ha sido considerada la película de cine latinoamericano más importante de todos los tiempos. Este año inauguró la sección de Clásicos Restaurados de la presente edición del Festival de Cine Latinoamericano, categoría que intenta rescatar las más trascendentales cintas del cine cubano.

La virtud cinematográfica de Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968) es que es un ejemplo fehaciente de que el cine es arte.

Esta es una obra que funciona a ratos como medio de opinión y a ratos como método de formación de la conciencia individual y colectiva. Asimismo, deviene forma de creación que liquida la ignorancia y reformula problemas y soluciones.

Hay algo extremadamente sugestivo en esta película. Por un lado, Sergio (Sergio Corrieri) es un escritor de la rica burguesía cubana que decide quedarse en la Isla a pesar de que su mujer y sus amigos se van para Miami. Por otra parte, es el observador que es testigo de los cambios sociales que le suceden a Cuba desde a la caída de Batista en el año 1959 hasta La Crisis de los Misiles, décadas después.

De ahí que el filme de Titón (Fresa y Chocolate, 1993) tenga un carácter complejo. Al igual que el libro homónimo, de Edmundo Desnoes, en el que este filme está inspirado, la obra deviene un monólogo que analiza los cambios sociales que le sucedieron a la Isla a principios de la Revolución a la vez que muestra las argumentaciones propias del intelectual y del ser común de esa época convulsa.

Las muchas contradicciones de los años sesenta y setenta en Cuba se ponen de manifiesto en este filme de Titón. Para empezar, la pobreza del pueblo cubano. El contexto austero, las consignas, el letargo. Y de repente, como una gran interrogante, el incipiente desarrollo cultural de un pueblo cuyos preceptos estaban forjándose en el día a día.

Esto en cuanto a política y visión social. Pero hay una parte más en esta cinta, de la que poco o casi nada se ha hablado. Y es la parte sexual.

En Memorias del Subdesarrollo hay una relación muy distintiva entre Sergio y Elena, esa muchacha joven, a quien él le lleva toda una generación. En la secuencia en la que Sergio está visitando el museo de Hemingway, él hojea entre sus manos un libro del librero de este escritor. El texto es nada más y nada menos que Lolita, la famosísima novela de Vladimir Nabokov (1955), lo que se me antoja que es una hipertextualidad explícita que proporciona disímiles interpretaciones...

En la sección de Clásicos Restaurados de esta edición del Festival de Cine Latinoamericano se proyectaron otras cintas como es el caso de: Los sobrevivientes (1978), Una pelea cubana contra los demonios (1971) y Retrato de Teresa (1979), de Pastor Vega.


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Diany Castaños González

A aquella muchacha le gustaba acostarse soñando imposibles, hasta que despertó una mañana segura que, durante la noche, había dormido apoyando su cabeza sobre el ombligo de Adán.

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d
 20/12/16 15:26

DE CUBA, SU GENTE: Tu axila descansa en el borde del mundo

Escrito por  Diana Castaños/Especial para CubaSí

 

La verdad es que me la paso mirándole las axilas a la gente. No sé por qué. Ha sido así desde siempre. Desde que recuerdo.

 

Somos un cuerpo solo

luchando contra la muerte

Eduardo Cote (colombiano)

 

Camino por la calle conectada con ese tema. Aun si estoy sumergida en algún tema de profundidad intelectual, como mi maestría en Comunicación o ese interés, también perenne, de saber sobre las divergencias sociales. Aun si pienso en el significado de la fenomenología de la hermenéutica. Siempre hay una parte de mí que mira los grajos. Qué se le va a hacer. Es una obsesión. Simple, pero intensa.

 

Del grajo lo miro todo. El nacimiento de los vellos, la intensidad del color… He visto muchachas bellísimas, de las que no tienen una gota de celulitis ni barriga, de las que dialogan sobre agujeros negros y le dan el asiento a las personas mayores en las guaguas, con unos grajos horribles. Grajos oscurantistas, de la Edad Media. Grajos subdesarrollados.

 

Muchos me han preguntado el por qué de mi celibato. A veces me gusta dar respuestas profundas, como que el sexo sin amor no tiene sentido, o sarcásticas, como que bastante ha templado ya Mick Jagger y yo estoy equilibrando la balanza del karma sexual de la humanidad. A veces digo la verdad, que no sé por qué soy así. O sí lo sé, pero no me da la gana de decírselo a nadie.

 

El otro día vi un grajo hermoso. Lo vi a través de un cristal empañado y por el reflejo de un espejo… pero mi mirada está demasiado entrenada para dudar: al momento distinguí Belleza.

 

Enseguida me desorbité. Me desorbité por completo. Se me olvidaron las apariencias y lo que se supone y lo que no que uno haga y diga socialmente. Fui corriendo a donde estaba el grajo hermoso y me le paré delante.

 

El grajo le pertenecía a un muchacho, no tan hermoso, que se estaba mudando. Levantaba sus brazos para cargar los muebles a su nueva casa y dejaba al descubierto sus axilas.

 

Le ofrecí ayuda para subir los muebles. Cargué como una condenada. Como una esclava negra en el medio de un ingenio del siglo XVIII. Como una mula. El muchacho no tan hermoso me lo agradeció muchísimo. Me enseñó el apartamento que se había comprado; me ofreció té. Le parecía genial encontrarse con una muchacha tan amable como yo. O al menos, eso dijo.

 

Le dije que era pintora —ustedes y yo sabemos que eso es mentira—. Incluso, he de confesar, le dije que era pintora y escultora —mea culpa— y le pregunté si podía pintarlo con los brazos hacia arriba. Dijo sí. Salí a la calle y no paré hasta regresar con lienzo y acuarelas. (El impulso, ¡uf!, me costó media fortuna).

 

Pegué al muchacho hermoso contra la pared y lo dibujé sobre el lienzo en menos de media hora. El dibujo no era la gran cosa, pero como él no sabía nada del asunto, seguro pensó que era una tendencia informalista, como el expresionismo abstracto, un movimiento pictórico contemporáneo de esos... O quizás no pensó nada. Quizás solo estaba curioso por mí, una muchacha aparecida de la nada, que le cargaba los muebles y lo dibujaba en un lienzo.

 

Me pidió mi teléfono antes de irme. Pero yo, que ya cargaba el cuadro, le di un número falso.

 

Me llevé el dibujo a mi casa. Ahora que estoy sentada frente a él, siento una calentura entre las piernas. Es normal. Estoy acostumbrada a sentir eso ante La Belleza. Sé que en los próximos minutos voy a frotarme la entrepierna mirando el lienzo.

 

No hay nada como un orgasmo frente a algo hermoso.

 

 

 

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