¿Por qué se ve tan bonita y arreglada en su posparto y yo me encuentro grotesca? ¿Cómo hace para estar tan feliz con tres hijos, si yo con uno no hallo un momento de paz? ¿Cómo es que siempre tiene a la niña tan arreglada? ¿Cómo sale tanto si yo no puedo llevar a mis hijos a pasear sin que resulte un caos?
Todas esas preguntas se las puede hacer una madre antes las publicaciones de otras en redes sociales. Es un hecho que los seres humanos solemos compararnos, y ahora las oportunidades de hacerlo con un mayor número de personas están solo al alcance de un clic.
Si a eso le sumamos las características de la maternidad, con sus enormes cuotas de mandatos sociales, de autoexigencias, culpas, cansancio y complejidades biológicas y sicológicas, se hace evidente que el campo está servido para las comparaciones perniciosas.
Los estudios científicos revelan que ante situaciones de depresión o baja autoestima, el consumo elevado de contenidos en redes sociales eleva los índices de tristeza e insatisfacción con la vida propia.
Preguntarse por qué los otros viajan, tienen premios, éxito laboral, pareja o –en el caso específico que nos ocupa– una maternidad perfecta y repleta de momentos de esparcimiento y alegrías, puede conducir a una espiral de angustias.
Muchas madres (y padres también, por supuesto), en el afán de adquirir conocimientos, recibir consejos o buscar solidaridad, comienzan a seguir a determinadas influencers del tema o se suman a grupos, y estos no siempre cumplen con sus expectativas.
Si bien los mitos y la desinformación en materia de crianza son terribles, también lo son aquellas personas o comunidades que descalifican todas las experiencias que no se apegan fielmente a la lactancia prolongada, el porteo, el colecho, el BLW, el azúcar cero, y etc.
Lograr mayores niveles de información en estos temas debe ser un proceso gestionado desde la empatía, que entienda las limitaciones culturales, económicas y familiares de cada caso, y también que quien cuida desde el amor, lo hace con lo que tiene y puede.
De lo contrario, quienes llegan buscando orientación o apoyo, pueden salir sintiendo que son insuficientes, malas madres, o que todos juzgan su manera de hacer las cosas (y de eso ya estamos sobradas en el mundo físico).
Por suerte, hay también muchas especialistas, comunicadoras y grupos de madres con una visión abierta, que validan todas las experiencias y que orientan desde una visión científica y objetiva, pero también, y sobre todo, afectuosa.
Entonces, lo primero es escoger bien a quién seguiremos, en qué grupo nos sentiremos cómodas, y ahorrarnos todos aquellos contenidos que nos despierten malestar, por intransigentes, poco empáticos o marcados por el fanatismo.
Lo segundo es entender que en las redes sociales todas mostramos solo un fragmentos de nuestras vidas como madres: las fotos hermosas de los niños, no aquellas donde parecen salidos de un campo de batalla; nuestro mejor rostro feliz, y no el de la vez que lloramos o no tuvimos tiempo para peinarnos; la parte del paseo donde estábamos sonrientes, y no cuando una perreta nos sacó de paso.
Aunque en menor o mayor medida decidamos compartir públicamente lo cuesta arriba que se nos hace la labor de cuidado infantil, detrás de cada momento hermoso siempre hay muchos esfuerzos, errores, trabajo, horas robadas al sueño…
Las vidas perfectas no existen. Existen, sí, las actitudes más o menos positivas y la energía que decidamos comunicar. No obstante, lo más importante será siempre la sinceridad hacia lo que sentimos: experimentar la compulsión de postear siempre en redes sociales, y hacerlo mostrando una versión irreal de nuestras experiencias vitales tampoco es sano.
Desacralizar las redes, trabajar la autoestima y el equilibrio propios, y apreciar lo hermoso en las publicaciones de otras madres, son algunas claves para vivir menos amenazadas y más cómodas en un mundo virtual del que cada día se nos hace más difícil estar ausentes.
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