Apenas faltan tres meses, unos 90 días. Apenas. Luego mi hija mayor entrará a la escuela, y todo lo que supone: amistades, aprendizajes, uniforme, maestras, exámenes, logros y fracasos, tareas...
Será un camino largo, y seguro lleno de momentos difíciles y hermosos, que transitaremos juntas. La familia en pleno volverá a la escuela.
Claro que ese hito tendría que llegar, pero su cercanía me ha sorprendido. Ha sido un golpe intenso de realidad: ¿cómo pasó tan rápido el tiempo? ¿Cómo casi cinco años se han escurrido tan velozmente que me cuesta aquilatarlos en su extensión? ¿No era ayer una bebé acabada de salir de mi vientre?
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Juro que aún puedo oler su aroma de persona nueva, tocar sus pelos de color negro intenso, mirar sus ojos como dos piscinas de dicha; tal y como era cuando la vi por primera vez, cuando nos reconocimos.
Los días de agobio intenso, de no dormir, de hervir ropa, de preparar puré, fueron quedando atrás, aunque en su momento pareciera que no iban a acabar nunca. Mi hija creció, aprendió a hablar y a cantar, a usar el baño, a contar hasta diez, y distinguir los colores. Es ya una niña a las puertas de la escolarización. Y seguirá creciendo.
Si un miedo tengo es que se me esfumen estos años, es mirar atrás y sentir que no disfruté a plenitud el crecimiento de mis hijos.
El tiempo nos pone trampas, y si no prestamos atención caemos en su juego: nos parece que siempre nos falta, y ponemos las fuerzas en ir más rápido en vez de emplearlo mejor. Y, en realidad, nadie puede ganarle la batalla al tiempo.
Es mejor, ahora, disfrutar esas cosquillas, ese tiempo tirados por el suelo, besar esos cachetes, contar el cuento, pintar la casita, hacer el paseo... igualmente el tiempo pasará veloz, pero nos quedará el consuelo de haber estado presentes, y no en piloto automático.
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Qué difícil la atención completa en un mundo donde todo es para ya, donde hay que trabajar más y en más frentes, donde el móvil es un localizador perenne; pero qué importante rebelarse contra todo eso y balancear, para mantener una familia unida, y mapaternar conscientemente.
A veces se nos olvida que nuestros seres queridos merecen y necesitan también una inversión constante de tiempo.
Mi niñita irá a la escuela. ¿Qué sentiré al verla de uniforme? Segura estoy de que la emoción será muy parecida a la de aquel beso en la nariz con la que me le presenté: "Yo soy tu mamá", le dije, y ella me miró curiosa.
Desde entonces el tiempo comenzó a rodar en un nuevo ciclo, y yo a demostrarle que hay amores que existen fuera de su tiranía porque viven para siempre. El nuestro es de esos.
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