El video circula hace rato por plataformas y redes sociales. Cada vez que me lo tropiezo no puedo evitar mirarlo, y las lágrimas indefectiblemente me corren por las mejillas. Cuando mi hija mayor me ve así de emocionada, me pregunta: «Mamá, ¿qué pachó?», y yo le contesto: «Nada, que te amo».
Es un producto audiovisual corto, que bajo el título «Hoy no es siempre», nos muestra lo rápido que pasa el tiempo: un día ya no deberás bañarlos, ni llevarlos dormidos en brazos, no te recibirán como superheroína cuando atravieses la puerta. Por el contrario, querrán privacidad, se irán a pasear solos, cuando llegues te dirán un simple «hola, mamá». Y un día… un día, si tienen hijos, descubrirán el tamaño de ese amor que les tienes.
Es hermoso el mensaje y tan cierto como la frase que asegura que maternar es tener días muy largos, y años muy cortos. Lo atestiguo yo, que a cada rato pido: «Por Dios, que se duerman ya, me voy a morir de cansancio»; y que a la vez me quedé muda de asombro hace par de noche cuando nos sentamos a la mesa, y mis dos hijos se pusieron a comer sin necesitarme para nada.
Puede que esa frase, «hoy no es siempre», nos ayude en momentos de desasosiego: las labores de cuidado son duras, es difícil lidiar con la responsabilidad perpetua de ser fuente de afecto, sustento y soporte, y sentir que la identidad se disuelve en ese trabajo de 24 horas.
Quizá pensar que pasará rápido, que esas crisis de llanto son pasajeras, que la montaña de ropa sucia se irá haciendo más pequeña, que dejaremos de vivir con la preocupación constante de que se tiren de cabeza del sofá, alivie.
Pero hay un peligro tras la frase, uno que a veces me ha contrariado ante la advertencia, luego de que confieso que estoy extenuada: «Disfrútalos, que crecen enseguida», y es parte de esa cultura que nos niega a las madres la posibilidad de quejarnos, que enaltece el sacrificio materno extremo, que llama a aguantar ahora porque ya crecerán, ya se irán de casa, ya tendrás tiempo para ti; que no entiende que también priorices tu realización en otras áreas.
Y no se trata de eso, construir una maternidad feliz (además de que lo ideal sea que parta de su condición de deseada) pasa por entender que hoy sí es siempre. El ahora es todo lo que tenemos con seguridad, no podemos esperar a tener 50 años e hijos adultos para retomar proyectos, para disfrutar la vida.
Claro que ser madre implica renunciar a determinadas cosas. Sé, desde que mis hijos nacieron, que nunca seré corresponsal de guerra, como un día soñé. No puedo haberlos traído al mundo para luego tomar decisiones que pongan en riesgo su posibilidad de tenerme.
No obstante, hay renuncias que no pesan si se apuesta por el equilibrio, ese elemento esencial para una vida dichosa. Aunque habrá momentos lógicos de desborde, es necesario aprender a tomar de cada momento lo bello, a no obsesionarse con el desorden de juguetes, a guardar esa vez que te pintaron las paredes con marcador negro como una anécdota graciosa, a sacarle la lengua a la ropa limpia sin doblar, a tirarte en el piso a hacer de cabalgadura, aunque otras tareas estén esperando por ti.
Y, asimismo, a sostenerte en tu red de apoyo, estudiar, trabajar, salir, amar… con ellos. Aunque cada historia de vida es diferente, siempre la felicidad es el camino, y no podemos guardarla para cuando sean adultos y nosotras, muy mayores para cumplir determinados sueños.
Que esos pedacitos de nosotras sean compañeros de viaje y no equipaje pesado. Que la nostalgia por sus infancias nos atrape prevenidas.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.