Si eres de quienes disfrutan los cumpleaños, tener hijos viene a ser un regalo adicional. Las fechas de nacimiento suyas serán también tu propia celebración, esas en que te pones a recordar cómo el camillero te llevó en el sillón de ruedas por todo el hospital a la velocidad de un auto de carreras en un rally, las 48 horas que estuviste sin dormir, o cómo lloraste cuando al fin pudiste besarle la nariz a ese bebé arrugadito y peludo.
Pero los cumpleaños de hijas e hijos suponen también otras muchas decisiones: celebración familiar o extendida, casa o local alquilado, fotos con el móvil o profesionales, cake genérico o personalizado...
Escoger depende de los gustos personales de madres y padres, del presupuesto con que se cuente y de lo que desee el homenajeado, según su autonomía progresiva.
- Consulte además: Cumpleaños
Siempre me he decantado por cumpleaños sencillos para mis hijos; son muy pequeños aún y decidí mantener el formato familiar hasta que tengan sus amigos y pidan otro tipo de celebración.
No obstante, este año, a punto de cumplir sus tres, Amalia ya sabía lo que era cantar felicidades y de las conversaciones de los adultos infirió que esa ocasión estaba cercana y era vital. Como un mes antes empezó a preguntar cuándo sería el «cumpleaños feliz».
Ansiosa por darle un momento lindo, cité a la familia cercana y a mis amigas- tías de Amalia vía WhatsApp y anoté en una lista lo que hacía falta: pastel, ensalada fría, refresco, decoración, un regalo...
Me bastó par de días de estudio de mercado para darme cuenta que el costo del tradicional «pica-cake» se había disparado por los aires, hasta rozar lo absurdo. Pero sabía que Amalia sería feliz con poco, que nuestros invitados irían porque nos aman, y que lo importante sería construirle a ella un día hermoso.
Finalmente, aunque estaba dispuesta a hacerme el harakiri, la vela nos la donó una amiga, el cartel de «feliz cumpleaños» lo aportó otra, el cake de panadería estatal (muy rico por demás) lo compró, ligeramente revendido, mi novio. Y así, la ensalada fría, el refresco, las fotos... fueron el aporte de muchos afectos y de las manos prodigiosas de cocinera de mi mamá.
Tal y como la noche de su cumpleaños Amalia había sido muy feliz soplando su vela cubana (tres fósforos) sobre un flan, en pleno apagón; y en casa de su papá, con dulces y sombreros de colores; el sábado que nos reunimos a celebrar su vida entre nosotros, se divirtió intensamente: jugó, comió, posó para las fotos con su cara amenazante de María Félix y, lo más importante, se sintió profundamente amada.
Eso deberían ser los cumpleaños de las niñas y los niños que tenemos el privilegio de disfrutar en casa, fiestas de amor. ¿De qué valen esas celebraciones gigantes donde se tira la casa por la ventana y los invitados se van con regalos y maravillados con los tres pisos del cake, si el cumpleañero estuvo toda la tarde incómodo en la ropa nueva que no se podía romper o ensuciar, lloroso y con sueño, cansado de ser fotografiado y apachurrado?
Claro que no tienen nada de malo los cumpleaños fastuosos, siempre y cuando respondan a los deseos de su dueño, y también a las posibilidades de sus padres; endeudarse por aparentar, o gastar en una fiesta cuando hay necesidades básicas desatendidas no son enseñanzas de buen signo.
Las madres y los padres siempre queremos dar lo mejor, nos duele decir «no se puede», o tener que escoger entre un juguete o un mago, pero la sencillez, la espiritualidad y la creatividad siempre serán buenos regalos para el futuro.
El día de su fiesta, Amalia solo lloró una vez (y mucho): cuando se fueron los invitados.
Al día siguiente, al despertar, me miró y preguntó: «¿Mamá, hoy cumpleaños feliz»? Yo sonreí y le contesté: «Hija, hasta el año que viene». Y me puse a hacer cuentas, porque tengo otro hijo, que se antojó de nacer un ¡primero de enero!; pero esa ya es otra historia.
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