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martes, 6 de mayo de 2025

Nada

Y según la neurociencia, de verdad pueden los hombres “apagarse” y no pensar en algo concreto mientras deciden descansar…

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 06/05/2025
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Nada
No seas envidiosa: los hombres sí podemos pensar en “nada”, y sólo necesitamos mirar un deporte para descansar la mente (Jorge Sánchez Armas)

Jorge contempla al único sobreviviente, de apariencia pacífica. Es un gurami plateado y tiene más de tres años. Yo lo traje, mi mamá lo alimenta, pero el que quiere pecesitos es él, así que le toca limpiarle el hogar… de vez en cuando.

Se nota absorto, y casi por mortificar (claro que sé la respuesta) le pregunto:

—Jojo, ¿qué piensas?

Sin mirarme siquiera (también está al tanto de por dónde viene mi provocación) responde de soslayo:

—Nada…

—Claro que nada, ¡es un pez!— replico ante su cara de mártir.

—¡Que no pienso en nada, chica! Y no, no está taaan claro: ya hay que cambiar el agua. Esos caracoles “limpiapeceras” parece que están en teletrabajo.

Le río el pujo para mantener el diálogo, pero insisto:

—¡Y qué piensas, dime! Estoy hace rato hablando de trabajo.  

Sin caer en el jamo, vuelve a su típica respuesta: en serio no está pensando en nada. Sólo miró al pez porque en el Feng Shui se potencia un buen empleo colocando agua en movimiento en la entrada de la casa (el “Norte” para esa técnica china), y como no tenemos una fuente en el jardín, lo más práctico es ese acuario, que cambia de lugar según las estaciones.

—Si tú ves la fuentecita que me gustó tanto… tan pequeñita y con piedras y luces… La próxima vez…

—¡Que estoy hablando de Baracoa, no de Barcelona!— me agarro del giro sentimental— Te pregunté qué piensas de irnos en…
—¡Y yo te respondí que nada!— no suelta prenda. No seas envidiosa: los hombres sí podemos pensar en “nada”, y sólo necesitamos mirar un deporte para descansar la mente.

—Cerebromasculinodem…— farfullo molesta, porque ya sé que no lograré involucrarlo en los cálculos económicos de la expedición que planeo para septiembre.

Ahora es él quien interrumpe, haciéndose el ofendido:

—¡Eh, eh, eh, cuidaíto! Ya estás hablando como la bruja de allá arriba— dice en voz bien alta mientras se me acerca en plan de abrazo inmovilizador.

—Déjate de gracia, que esa es mi madre— digo también alto, fingiendo estar escandalizada para que la otra salte.

—Pero es mi suegra, ¿viste?, y según el código machista que a ustedes le encanta echar por tierra, tengo derecho a hablar mal de ella por lo menos una vez a la semana.

Me dejo abrazar y estiro las manos buscando mi parte favorita, pero se parapeta en la pared del pasillo. En mis ojos lee la frase cliché sobre esa pose de glúteos apretados e inalcanzables; el simpático sobrenombre que nos compartió Julio César (González Pagés) en un taller sobre masculinidades, hace ya varios años:

—Tú y tu culo de policía…— le reprocho, aún intentando pellizcar la zona.

—¡Mal hablá! Si te cogen los locos que tienes en wasap…

—¡No te metas con mis wasaperos, rompegrupo!— le digo medio en serio, porque sé que tiene sus reservas con lo que puede pasar entre personas que apenas se conocen y comparten sus intimidades, sobre todo si llega alguien nuevo y sin ambages pretende coger al resto “pa sus cosas”.

—Allá tú… ¡Síganse comiendo eso!— suelta una de sus frases favoritas, sacada de un hilarante espectáculo de sus socios de la Oveja Negra. Según él, la usa para todo porque resume muchas cosas, aunque en el fondo no se ajuste a nada.

—¡Nada!— grito de pronto y él se asoma en la puerta de su cuarto, confundido.
Llegó hace apenas unos instantes a su mesa de dibujar, pero ya estaba conectado con la historieta de esta semana y todo el rato de satería se había escurrido de su mente, como el gurami de la redecilla cuando lo intenta trasladar.

—¿Qué pasó? ¿Por qué nada?— pregunta, medio desubicado, hasta que intuye que hablo con su suegra, trabada en la escalera del patio, y vuelve a lo suyo.

Con pasmosa facilidad apaga el censor doméstico y abre la PC, y ahora sí puede caerse el mundo que ahí estará él, impasible, ajeno a todo, apenas con el “tubito de respirar”.

—Cerebro masculino… —canturrea mi mamá mientras pasa frente a su puerta, y él, sin razonar ni un segundo lo que ella dice, apela a su insulto redundante para ripostar:

—¡Suegraaaaa!!!!


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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