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miércoles, 8 de enero de 2025

Mi amiga la vida

Perder puede ser ganar… todo depende de la actitud con que lo asumas

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 07/01/2025
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 Mi amiga la vida
La nueva inquilina del manicomio reglano, como nos describe Isa, es una campanita de felicidad. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

¡¿85 años?! Waooo… ¡Tú sí que has vivido!”, le suelta la amiga Isabel Reina en un arranque empático a una de las tías de Jorge, a quien finalmente logramos secuestrar para que viviera con nosotros.

La nueva inquilina del manicomio reglano, como nos describe Isa, es una campanita de felicidad. Fue maestra relojera (60 años de trabajo en Santa Clara), y en ese oficio desarrolló una concentrada tranquilidad que esconde la tremenda energía y resiliencia de la doña, su capacidad de superar obstáculos, su fuerza y cariños conservados con virginal disposición.

Miriam es su nombre y Riquísimo su apellido: no hay plato malo ni pan duro para esa bendecida boca; no hay barrera que no salte ni vuelo que no emprenda. Hasta yo, que huyo de la cocina como el diablo de la cruz, disfruto prepararle sopas, croquetas y postres, sobre todo porque le encanta colaborar y me alivia muchas de las faenas más tediosas.

«La vida es acumular años», dice a la tía la invitada en tono filosófico, y casi le suelto algo que escribí de joven, pero Isa salta de un tema a otro como mariposa con hipo mientras se da gusto amasando bolitas de picadillo para la agasajada, y la idea queda rondando en mi cabeza. Los años son la suma de todas las noticias. Eso fue lo que estuve a punto de decirle a la loquilla, y el concepto vuelve a mi cabeza mientras la señora de los relojes mira el tiempo escurrirse en la ventana y yo planifico las crónicas del mes (como guía al menos, porque me gustan espontáneas).

Cuando escribí esa frase era casi adolescente. Apenas recuerdo cómo llegó a mi cabeza (ni siquiera pensaba en ser periodista entonces, sino agrónoma). Hoy, con años de sobra para rumiar en retrospectiva, entiendo que vivir es más que desechar almanaques, pero tiene tanto valor hacerlo a mi modo (con intensa intensidad, redundaba una amiga de la carrera) como al de la tía, en una suave marea de días casi iguales, excepto por la lluvia, el frío o el predecible paso del Sol.

Ciertamente, no acumulamos las mismas noticias en nuestros diarios de vida. Las mías, con 30 años menos, probablemente cuadripliquen las suyas. Y es lógico: nacimos en generaciones diferentes, y en familias y provincias diferentes, aunque con personalidades afines en muchos sentidos.

En asuntos de sexo, por ejemplo, sus páginas están totalmente en blanco (por elección propia), mientras las mías han dado para llenar este blog por siete años y aún quedan anécdotas por desclasificar, como comentaba con la entusiasta Taymi.

Sin embargo, en asuntos de crianza estamos bastante parejas porque yo crié un hijo y ella a su sobrino del alma, cuyo amor nos unió. Al menos al principio, porque ahora pactamos que ella es nuestra (también de mi madre), aunque Jojo se empate con otra piruja o se aburra de custodiar el manicomio.

En cuanto a pasar trabajo y demostrar devoción familiar, su agenda está más llena que la mía. Basta escuchar la historia del único hermano varón ahogado con 19 años, la orfandad de padre causada por el exceso de bebidas, la vida laboral iniciada como moza de limpieza en un bazar de chinos, los muebles tirados para la calle por no pagar la renta…

La luz de cierto enero trajo para ella otras oportunidades, y además de hacerse relojera se esmeró en ser la hija devota de su madre, quien vivió hasta los 98 años (según cuentan era toda una Bernarda Alba).

La tía y su “moñoñongo” sanito, curado a base de constancia y fe, borracho de alcohol o endulzado con miel cicatrizante, me han puesto más sonrisas en el alma en el último mes que mucha gente acomodada a la queja o mendigante de respeto y amor sin disponerse a merecerlos. 

“Mi amiga la vida” es la frase que más repite (despues de su melodioso y sonriente ¡riquísimo!), y sin más reconoce que sin el infortunio de perder una pierna no hubiera venido a La Habana para enrumbar su existencia, feliz de derramar en esta familia todo el cariño atrapado en su menudo cuerpo.

Da gusto verla dar brincos entre la cama, el sillón, el corcel de ruedas y el andador, su mejor aliado desde el primer minuto de tenerlo frente a sí. Da gusto escuchar sus silencios, devolver sus abrazos, contar con su optimismo como recordatorio de que siempre habrá sol en nuestro patio, aunque haya frío o llueva bajo techo.

“A veces la vida te quita algo para darte lo que necesitas”, dice con yóguica mansedumbre, y el pecho se nos aprieta de asombrada gratitud.

 


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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