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sábado, 30 de noviembre de 2024

Duele, luego existe

Cuando una mujer muere a manos de quien dice amarla, está pagando el precio de nacer mujer...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 19/05/2022
2 comentarios

La mató porque era su mujer. O lo fue. O él quería que así fuera y ella no supo corresponderle. La mató porque los celos no le dejaron otro camino. O porque la pasión lo cegaba. O porque ya no sabía qué más hacer para que entrara en razón…

Mentira. Todo mentira. La mató porque desde pequeño le dijeron que las mujeres están para atender a los hombres. Que son el sexo débil. Que no son nada sin un tipo que las represente.

La mató porque su ideal de amor se forjó en canciones que enseñan cosas como “O tú o yo”; “mátala con una sobredosis de cariño”, o “yo tuve que matar a un ser que quise amar…”.

Tal vez la mató tras decir públicamente que lo haría. Se lo escribió en las redes, se lo gritó ante su familia y vecinos. A lo mejor hasta la mató públicamente, contando con que nadie se lo impediría por aquello de que entre marido y mujer…

La mató porque la otra opción era aceptar perderla y los machos no pierden. Al menos no ante la voluntad de una mujer. Y si nadie se metió, fue porque a todos les dijeron lo mismo. Porque desde chiquitos les enseñaron que mientras no sea la pura, la hija, la hermana quizá, no es asunto de ellos: las mujeres llegan hasta donde quiera el hombre que ocupa su cama… o el que se crea con derecho a ocuparla, que pa’ eso sigue “siendo el rey”.

Y claro, los demás no se meten porque el tipo tiene un arma (o él mismo es el arma, como enseñan las películas). Si les da coraje se fajan luego en los carnavales o con quien diga que su equipo favorito anda medio flojo, pero ¿arriesgarse por salvarle la vida a una mujer?

A lo mejor le puso los tarros. O era respondona. O gastó dinero sin permiso. O no hacía bien el café ¡o el amor! Cualquier excusa sirve al agresor para captar la empatía de quienes también podrían cercenar una vida en esa situación…

Y uso “podrían” con toda intención, porque poder es lo que las sociedades conceden a la mitad de la población mundial para que decida lo que toca o no toca decidir a la otra mitad, basado solo en el mérito de tener genitales visibles.

No estoy teorizando. Cada semana muere en Cuba una mujer a manos de un hombre que se siente dueño de quebrar su voluntad, y si no cede, de quebrar su vida. ¿Que en otros países pueden ser docenas? Es cierto… Pero aquí la vida, la dignidad y la igualdad echan raíces más allá de la Constitución.

Las leyes parten de la realidad, y como se construyen con palabras es importante usarlas todas: los verbos para obligar a actuar y los sustantivos para nombrar lo que es preciso invocar y proteger. O denunciar y condenar.

Eso busco en los códigos cuando ejerzo funciones de jueza: tipificar, describir, ponderar… Prefiero que no queden a mi interpretación los hechos y sus posibles respuestas, sino que el texto sea diáfano, contundente, aleccionador, persuasivo…

Como periodista y activista social, creo también que la gente necesita saber cómo califica la sociedad su conducta, sin rodeos. A ver si cambia el estribillo y dejamos de justificar con bolerones o anacrónicos relatos filosóficos.

Sea dicho entonces: cuando un hombre mata a una mujer porque le da la gana, no es homicidio. Ahí no hubo error o descuido, no le fallaba el coco ni sentía miedo si no actuaba primero.

Un homicida no se obsesiona con la futura víctima. No anuncia con chantajes y amenazas. No trunca una vida para impedir que exista al margen de sus fantasías. No grita ¡mía o de nadie! y mata de a poco la esperanza mientras va rumiando el acto final, que puede (o no) incluir su propia muerte.   

Nombrarlo asesinato es más fehaciente, sobre todo cuando contempla la violencia y la discriminación por género como circunstancias agravantes, clara muestra de que no habrá paños tibios en Cuba con los agresores machistas.

Pero algunas personas no lo creemos suficiente. A eso que el inciso b) del artículo 345.1 del nuevo Código Penal tipifica como dar “muerte a una mujer como consecuencia de la violencia de género”, preferimos llamarlo femicidio, porque ese lexema deja claro un elemento tácito: el victimario cree que las mujeres nacen para un fin, y tienen que aceptarlo para sobrevivir.

Ese condicionamiento está en nuestro acervo cultural y regula conductas: Si te violan, relájate y goza. Si no te gustan los piropos, pasa por otra calle. Si no quieres nada más con él, múdate de barrio. Si no te gusta, procura no hacer nada que tome como desprecio. Si es tu jefe, recuerda que el cargo viene con privilegios. Si es tu subordinado, cuida cómo le exiges, porque ser hombre pesa más que cualquier jerarquía…

Hombres, mujeres y trans crecemos bajo ese código no escrito, no aprobado formalmente, pero eficaz al margen de la ley y muy resistente a ser cambiado. Como otras tantas expresiones del patriarcado. Como la invisible contaminación del aire, que sigue ahí, no esencial a los ojos poco sensibilizados.

La circunstancia decisiva para identificar un femicidio es que la víctima mujer no siguió los dictados de un hombre. Edad, raza, origen, nivel, entorno… todo se difumina. Otra clave puede ser la cercanía del victimario, que la considera SUYA, sea pareja actual o ex, o deseada, o simbólica…

En este blog hablamos de un caso ocurrido en mi propia cuadra en 2019, a plena luz del día. Una tragedia que pudo ser peor, si la niña no hubiera escapado mientras su madre le ponía el pecho al agresor, literalmente.

Pero si la prensa sensacionalista aprovecha esos sucesos para manipular al público; si se usa de pretexto para vender canciones; si una autoridad niega el fenómeno o las leyes no le reconocen complicidad sistémica a su impacto más allá de la vida truncada, le llamamos feminicidio.

Es bueno que el reciente debate en el Parlamento sobre este asunto trascienda a la sociedad para arrojar luz sobre tecnicismos jurídicos y conservadurismos lingüísticos, pero sobre todo para que quede bien claro que en Cuba esa expresión de la violencia machista sí lleva penas máximas en cualquier circunstancia.

Femicidio, feminicidio… El corrector de mi PC no reconocía esos términos. Di clic derecho, agregar, y listo: no más línea roja de aséptica ignorancia. Lo que duele sí existe y merece llevar nombre, que para eso nuestra lengua está viva.

Más de lo que estará al menos otra coterránea antes de que termine esta semana.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...

Se han publicado 2 comentarios


ana mayra
 27/5/22 19:41

Totalmente de acuerdo con este comentario, hay que llamar a las cosas por su nombre para que los culpables sepan que lo que hacen está mal, muy mal. Entré de casualidad buscando información sobre femicidios porque vi el debate en las redes y no entendía la diferencia. A partir de lo que leí acá busqué el proyecto y vi que sí está penalizado el asesinato por causa de género y eso me tranquiliza, pero no me conformo conque no se nombre totalmente. Muy buenbo el blog, estuve viendo otras entradas y me gusta. Me haré habitual cada fin de semana. .

Julio E
 26/5/22 13:07

Milo, siento pena por temas como este, debe ser porque en mi entorno cercano no he experimentado situaciones de violencia de este tipo. Igual no podría yo permanecer tranquilo si viera una escena de esas en vivo y en directo. Las mujeres son muy fuertes, pero a la vez muy frágiles, y merecen ser cuidadas y respetadas en todo momento. Eso se educa, es parte de nuestra función como seres sociales, como padres, como hijos, como compañeros.

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