Primer vistazo: ¿Cubanos europeos?
Bismarck quiso convertir a los cubanos en alemanes.
Sí, Otón Eduardo Leopoldo, príncipe de Bismarck, en materia de expansionismo tenía unas tragaderas insaciables. Unificó a los estados alemanes, arrebatando a Austria el lugar preponderante del cual hasta entonces había disfrutado. Guerreó contra Francia, e hizo morder el polvo de la derrota a Napoleón III.
Pero las ambiciones de Prusia no se circunscribían al ámbito europeo. Las apetencias de Bismarck se extendían por encima del Atlántico. Así, el diario neoyorquino The Sun publicó, en 1870, la asombrosa noticia de que Bismarck pretendía comprarle Cuba a España.
Por fortuna, la gestión no prosperó, y no tuvimos que aprender alemán.
Segundo vistazo: Impuestos en la colonia: el relajo padre
Decir que a lo largo de cuatro siglos reinó en Cuba el caos colonial, es llover sobre mojado, pronunciar una verdad tan evidente que corresponde al reino de Pero Grullo.
El aparato administrativo era un amasijo de mentiras, triquiñuelas y pillerías. Públicamente se manifestaba una total obediencia al lejano monarca, pero después la gente hacía lo que le daba su realísima gana. Era aquello la trampa de “la ley se acata, pero no se cumple”.
Un ejemplo escandaloso de tal proceder lo hallamos en las recaudaciones impositivas. Una voz tan autorizada como la de Manuel Sanguily nos pone al tanto de que, al cesar el poder español, en Cuba sólo pagaban impuestos tres tiendas de ropa, dos farmacias y un vendedor de buñuelos.
Tercer vistazo: Ni Lawton es Lawton… ni Batista es Batista
Hay barrabasadas que, a fuerza de ser repetidas, van tomando algo así como una patente de corso, de sacralizado visto bueno.
Pienso en ello cada vez que mis vecinos de Lawton juran, con la mano sobre la Biblia, que la denominación del barrio habanero se debe al apellido de un general norteamericano, quien allí tuvo campamento durante la Primera Intervención,
Pues sépase que no hay tal: Lawton aparece, tres décadas atrás, con ese nombre, en el diccionario geográfico de Pezuela, como paradero ferroviario.
El otro asunto es de Lawton-Batista. Debe decirse que así se le nombra, en los años veinte, por cierto acaudalado personaje, sin ninguna relación con Fulgencio, por entonces un oscuro, desconocido miembro del ejército.
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