En las pequeñas comunidades siempre habrá personas inolvidables, y cada cual puede creer que conoció al que es único, singular, irrepetible, y seguramente los del poblado costero de Casilda, sobre todo los sexagenarios de ese caserío ubicado en el centro sur cubano, asegurarán que como el boticario Isidro no hay otro.
Era el dueño de la única farmacia de ese puerto marítimo (hoy todavía sigue habiendo una), pero también el preferido, no solo porque, sin cobrar el servicio, nunca dejaba de ir al hogar del que reclamara ser inyectado, hubiera un caliente sol, viento frío, o lluvia de cualquier intensidad, sino porque había una valoración generalizada de que con él los pinchazos dolían menos.
Todavía a principios de la década de los años 60 del siglo pasado llegaban a esa botica personas que le daban al boticario no solo la receta, sino también el método para preguntar las dosis y otras indicaciones del médico, y no era porque les faltara vista o la letra fuera ilegible, sino porque eran analfabetos.
Han pasado más de 50 años y ya esa farmacia fue trasladada hacia otro local, y todavía hay quienes acuden con la esperanza de que además de comprar el medicamento, les descifren las orientaciones del galeno, y no es por no saber leer, sino porque los trazos son verdaderos jeroglíficos.
Cuando encuentro esos casos, recuerdo que en las estribaciones de las montañas del Escambray, en Fomento, había un galeno al que le gustaba coleccionar animales disecados, plantas y otros objetos marinos, y además de la vitrina en los que estaban conservados, así como sus instrumentos médicos, tenía una máquina de escribir con la cual llenaba las recetas y los métodos.
Lo mismo hacía otro profesional de la salud, también entrado en años, en la localidad villaclareña de Calabazar de Sagua, que con movimientos calmados y seguros, tecleaba en el viejo aparato después de dar las indicaciones.
Ambos casos existieron hace varios años, y en esos momentos ya eran rarezas. Los dos me respondieron que no tenían mala caligrafía, y hasta me mostraron documentos escritos en los cuales se observaba un trazo elegante, sin lugar a dudas ni entre las letras a y o.
Eran extraños, porque a nivel mundial se alude a la “letra de médico”, aunque no todos tienen esos trazos imposibles de entender, y no faltan quienes han querido indagar y dar explicaciones, sin que hasta ahora este periodista haya encontrado una respuesta convincente.
Unos dicen que es porque en las clases tuvieron que escribir mucho, otros pretenden explicarlo con que toman nota o redactan de pie o en posiciones incómodas. Y no faltan los que afirman que se trata de una muestra de inseguridad en lo que hacen o que son un reflejo de la personalidad.
Aunque tal tipo de letra es un fenómeno universal, bien valdría la pena pedir un esfuerzo a los médicos, y no solo a los de la Mayor de las Antillas, para que escriban de manera humanamente entendible.
Pero ahora que en Cuba se realizan acciones para estabilizar la venta de medicinas y se introducen modificaciones a las recetas médicas vale proponer que quienes escriben con “letra de médico” reflexionen sobre lo conveniente de que además de aplicar sus conocimientos para diagnosticar e indicar tratamientos, ponderen correctamente la imperiosa necesidad de lograr comunicación, pues su carencia pudiera ocasionar molestias y hasta (ojalá que no) traer graves consecuencias para la salud y la vida misma.
arnoldys
21/2/18 12:58
yo pienso que deberian mejorar la caligrafia escribir desoacio luego uno no entiende el metodo para le secuencia del orario
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