Hacer algo que no tuviera relación con la Zafra de los Diez Millones en 1970 era difícil, pero siempre hubo persistentes como el entonces Historiador de Trinidad, empeñado en conseguir recursos para restaurar obras que hoy se pueden mostrar en esa mediomilenaria villa declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.
Andaba por esos días el ya fallecido Carlos Joaquín tratando de conseguir maderas, y no precisamente de las preciosas que se importaban, sino de las más comunes para apuntalar una destartalada edificación.
Mientras lo esperaba para que me diera datos sobre la torre de Manaca Iznaga con vistas a un reportaje que publicó Granma en la sección Perfil G, escuché su petición en la cual intercambiaba con el funcionario sobre las cantidades necesarias, y hablaban de metros cúbicos y de pies cúbicos, hasta que el historiador, con extrema amabilidad, casi con dulzura, dijo: yo no sé medir en metros, en pies ni en codos, lo que necesito son unos cuantos palos para que no se caiga el techo y yo creo que sobra un camión para eso.
Cuando después reencontré a Carlos Joaquín indagué sobre si había logrado decir la cantidad de madera que necesitaba y como que era difícil no hablar de cortes de caña, la charla tomó el rumbo de que el peso de las tongas de la gramínea se sabía por la altura en comparación con el cuerpo y de cierta cantidad de pasos para medir el largo.
Contó que en sus investigaciones documentales para determinar las ubicaciones debía tener en cuenta si las distancias eran en codo real o vulgar, el primero con la mano abierta y el segundo con el puño cerrado.
La pulgada, supe después, tuvo su origen en el siglo X cuando tomaron el espacio que había entre el nudillo y el dedo pulgar de un rey, y algo parecido sucedió con el pie, que se basa en esa parte del cuerpo humano.
Ni el codo, el pie ni la pulgada eran similares en todos los países, y este redactor se aventura a creer que dependía de la persona que hubieran tomado como referencia.
Sin dudas, las zafras y las producciones agropecuarias contribuyeron a arraigar medidas como las onzas, libras, arrobas y caballerías, pues popularmente se calculaban los resultados de esas producciones en esas unidades de medida hasta que han tratado de desplazarse por gramos, kilogramos, toneladas y hectáreas.
El sentido de las magnitudes sufre una generalizada confusión a lo largo y ancho de Cuba, donde además de las conversiones de CUC en CUP y viceversa, los enredos crecen cuando venden en libras y cobran en kilogramos por un listado que se coloca en lugar público, o al revés: informan el precio en libras y pesan en kilogramos.
Cuando parecía que ya los embrollos habían llegado al límite, surgen nuevas unidades de medida: La jarra para vender 5 libras de arroz, frijoles y otros granos; los potes (de helado de diferentes tamaños) para “pesar” ají cachucha u otras variedades, los vasitos plásticos usados para despachar fracciones de otras unidades.
Por supuesto que no faltan los mazos: de acelga, lechuga, perejil, cilantro, habichuelas… que hasta ahora ningún vendedor de los consultados pudo explicar de qué dependía el diámetro, y dan oportunidad a que un “bicho” lo compre al por mayor y los reduzca para revenderlo con el mismo precio o superior.
Un carretillero que se niega ser identificado, advierte: Si vas a decir algo de esto, trata de que no vayan a obligarnos a pesar las cosas porque no hay pesas ni para los del Estado. Y fíjate en una cosa: las pesas tienen que ser comprobadas porque las pueden trampear o están rotas, pero los potes, las jarras y los vasitos son muy exactos. ¿Los mazos? Bueno… ya eso es otra cosa…
Tripulante
1/5/18 10:46
Pareciera que aquello de “mal de muchos consuelo de tontos” aplica perfectamente con lo referido en esta publicación, ya que, prácticamente inexistentes, las excepciones confirmarían la regla a la hora de adquirir los productos mencionados. Llegando a extremos en que, como comenta un carretillero anónimo citado en el reportaje, hasta las pesas estatales están trampeadas o adulteradas con todo un espectro de artilugios sutiles o burdos, más o menos ingeniosos pero indefectiblemente en función de esquilmar el bolsillo de los consumidores que, por bastante tiempo ya, continuamos sin el anhelado “consuelo” ante un mal de muchos (demasiados) que se perfila crónico o endémico, aunque cada vez con más fuerza negados en absoluto a asumirlo como tontos.
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