Ni quienes le decíamos que algún material suyo publicado en el periódico Vanguardia no era un reportaje sino parte de una novela o un cuento, tuvimos dudas de que Tomás Alvarez de los Ríos sería lo que alcanzó a ser para dejar profundas huellas en la vida literaria con obras como Las Farfanes.
Sus colegas en las gestiones reporteriles lo vimos andar una y otra vez los campos de la antigua provincia de Las Villas, donde obtuvo vivencias para esa novela que trata sobre los emigrantes canarios en los campos cubanos.
Casi todos lo evocan como “el de los refranes” porque es el escritor que grabó pensamientos y frases célebres en ladrillos en vista colocados en la fachada de su casa a la entrada de Sancti Spíritus, sin embargo, de estar físicamente entre nosotros, le agradaría lo que escuchar lo siguiente:
No solo es significativo que hay refranes recogidos en sus andanzas periodísticas en las zonas rurales, sino la propia casa, la casa en sí, que pidió construir de esa manera como las que vio en los campos desde que abrió los ojos.
Fue en las semanas iniciales de la Zafra de los Diez Millones, en 1969, cuando apenas iniciaba la molienda que terminó en 1970, cuando de regreso de una cobertura a una plenaria campesina que trató de la movilización a los cortes de caña, habló de cómo creía que se perderían las típicas construcciones campesinas.
Recuerdo que la charla fue interrumpida por el apremio del Jefe de Redacción, Roberto González Quesada, quien alertó que era la hora del cierre y Tomás dejó inconclusos sus razonamientos que iban ya por el rumbo de que hasta los machetes y las guatacas dejarían de ser en el futuro instrumentos de trabajo porque serían sustituidos por máquinas.
Vaticinaba que dejarían de existir las tinajas porque nadie querría tomar “agua bomba” o “al tiempo” porque preferirían la fría al extenderse la electrificación y haber refrigeradores y otros equipos electrodomésticos.
Lo que predijo ha sucedido, pero también el hecho negativo de que al no lograr borrarse significativamente las diferencias entre el campo y la ciudad, y no solo desde el punto de vista de la base material de vida, también está mermando hoy la cantidad de habitantes y, por tanto, la fuerza laboral.
La guajirada, lo guajiro, está disminuyendo no porque quienes viven y trabajan en el campo han abandonado ese escenario por dejar el lugar a las máquinas, hasta el punto de que no extraña ver en las zonas urbanas a quienes proceden de las rurales.
Se conocen de planes para rescatar la ruralidad, cuya ejecución dependen de recursos materiales, pero esa cultura campesina que forma parte de la historia cubana puede y debe ser mejor atendida para que no vaya languideciendo en los recuerdos.
Ojalá puedan multiplicarse los Tomas Alvarez de los Ríos para captar esas esencias de lo guajiro, y que aún cuando repoblemos los campos y aumenten los trabajadores agropecuarios, tengamos la guajirada como inspiración.
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