En los finales de los años 80 del siglo pasado, mediante un riguroso mecanismo de documentos, comprobaciones y chequeos, se garantizaba que los novios tuvieran algunos recursos mínimos indispensables para las bodas.
Se ideó un sistema de distribución de bebidas alcohólicas, dulces y un grupo de productos difíciles de conseguir en medio de duras carencias que eran caldo de cultivo para revendedores, especuladores y acaparadores.
Aunque había un férreo método, sobre todo para la entrega de la cerveza embotellada, la ceremonia nupcial podía no tenerla, pero en el mercado negro no faltaba, y era conseguida por los inescrupulosos cumpliendo estrictamente lo establecido.
De cómo la adquirían sin estar fuera de la ley me lo confesó una persona en medio de una charla jocosa, sobre las veces que se había casado, incluso, reveló que esa semana sería su séptimo matrimonio sin que nadie lo hubiera visto nunca convivir con cónyuge alguno.
El proceder era sencillo: se casaban, recibían los avituallamientos, los vendían a sobreprecio y, transcurrido el tiempo requerido, se divorciaban para volver a contraer nupcias con otra pareja. Así una y otra vez sin que nadie pudiera acusarlos por ningún delito.
Sin dudas, quienes hacen las leyes, antes de promulgarlas, invierten tiempo en prever y cerrar cualquier resquicio para evitar violaciones de las normas, ser justos, evitar ilegalidades y comportamientos que afecten a la sociedad.
Durante años se ha demostrado que entre los destinados a cumplir las leyes hay incapaces de abstenerse a transgredir reglamentaciones elaboradas para proteger incluso hasta a quienes las incumplen. Muchas leyes, decretos leyes, resoluciones, disposiciones y una abultada documentación contentiva de reglas se emiten en cada ocasión, pero finalmente, tal parece que haya necesidad de cambiarlas constantemente porque siempre hay quien hace la trampa.
Motivos había en su momento para prohibir la compra y venta de casas y autos, pero a pesar de las buenas intenciones con que se aplicó esa ley, nunca dejaron de realizarse esas operaciones, y ahora que se autorizó, también hay maneras de eludir ciertas normas establecidas, también con razones.
Para evitar el desmedido incremento de los precios, el acaparamiento y la especulación, se adoptan decisiones que surten efecto, pero al cabo de un tiempo, las violaciones se multiplican cual si fuera un monstruo al que le nacen dos cabezas cuando le cortan una.
Ante la agudeza con que se cazan los resquicios legales, cualquier podría pensar que el asunto no tiene arreglo, pero quizás lo tenga si tales leyes se sometieran a consulta popular, y hubiera valores más arraigados de honestidad que no permitieran cometer pecados ni con el pensamiento.
A.G.
6/8/16 12:45
Bueno, yo acabo de llegar del agro, acá por la ciudad de Caibarién, donde 15 cebollas cuestan 70 pesos. Dicen que un decreto ¿ “topó”? los precios pero en donde está ese tope porque hasta ahora lo único que ha logrado es eliminar la mayoría de los kioskos que vendían por todo el pueblo. Lo que sí se logró es hacerle la vida más difícil e incómoda a la gente que, tiene que seguir pagando todo caro y encima de eso en un lugar menos accesible y una vez a la semana.
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