Desde pequeños estamos oyendo que “el quilo no tiene vuelto”, expresión que al pasar los años, y los acontecimientos, ha ido extinguiéndose, quizás porque esa unidad monetaria está cayendo en desuso en las operaciones comerciales.
Trate alguien de encontrar algo cuyo precio sea inferior a un peso o CUP (cien centavos) y chocará con la realidad y encontrará la explicación a un pregón popularizado en las calles de Santa Clara por un vendedor de mantecados.
“Cualquiera tiene un peso” va voceando por los barrios santaclareños como quien dice que es la cifra mínima, aunque cuando lleva unos minutos en un lugar y nadie le compra, dice mientras se marcha: “Bueno... me voy... parece que por aquí nadie tiene un peso...”.
Salvo el pan de la canasta básica y alguna que otra rareza, a nadie se le ha ocurrido imponer un precio inferior a un peso, y por supuesto, tampoco a los trabajadores no estatales o trabajadores privados que arriendan los baños públicos.
Se trata de una actividad incluida en la modalidad del trabajo por cuenta propia a partir de que empezó a cobrar auge, pero los clientes debieran empezar a hacer un balance de qué se ha ganado con esa prestación de servicio cobrado.
Algunos dicen que el privado tiene más sentido de pertenencia, que el privado te atiende bien para conquistar clientela y obtener ganancias, que el privado presta mejor servicio que el trabajador estatal.
Otros defendían el susodicho arrendamiento con la argumentación de que significaría quitarle una pesada carga a las administraciones que entonces podrían concentrarse más en la actividad fundamental.
No hay que convocar a nadie para un salón ni colocar un letrero que diga: “Asamblea de Balance del arrendamiento de baños públicos”, ni tampoco se requiere un informe sobre la cantidad de dinero recaudado, lo invertido en mejorar, higienizar y dotar de insumos esas instalaciones, ni el trato que brindan.
Es suficiente que cada uno donde esté medite e intercambie consigo mismo a partir de sus experiencias como usuario de esos lugares y se pregunte qué ha ganado con esos arrendamientos, y lo tenga en cuenta para cuando en un futuro pueda construir una opinión pública acerca de otra figura similar en materia de cuentapropismo.
Sin pretender que sea significativo, ni tampoco que es representativo de los resultados de que la administración estatal se desentienda de los baños públicos, cuento lo ocurrido en esta mañana de jueves 3 de septiembre de 2020:
Cuando respondí en una oficina bancaria que quería 20 billetes o monedas de un peso y el resto podía ser de cualquier denominación, me dijeron que no tenían, y cuando pregunté: ¿Y entonces para que quiso saber cómo quería el dinero? no me contestaron.
No solo por ahorrar el peso que no tenía, sino porque se nota una sensible disminución del transporte urbano, caminé casi un par de kilómetros, y al querer orinar y solo tener billetes de 10, 20 y 100, detenido en la entrada del baño, extraje el dinero...
Pasa, pasa, Chang, que para ti es gratis hoy porque no tengo cambio... acabo de empezar el turno...
Miré al trabajador por cuenta propia, su rostro me resultó familiar, sonreí, saludé y pensé secretamente: ¿otro que no fuera él me habría dejado entrar si no tengo un peso?
En fin, hay que hacer un balance aunque no sea en asamblea. Y queda la promesa de que en un próximo viernes, volveremos sobre el tema del arrendamiento de los baños públicos.
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