La Habana que enamoró a Fito no fue la folclórica que le podrían mercadear interesados jineteros. Ni tan siquiera la subcutánea de Hatuey y tangas. Sino una más íntima, presentada por poetas y juglares como el bayamés Pablo Milanés, el ariguanabense Silvio Rodríguez, el santaclareño José Luis Cortés y los habaneros Juan Formell y Santiago Feliú. La “Habana abierta” al mar, al technicolor y a la “Vereda Tropical”.
Con la que intimó el rosarino es La Habana que deslumbró a García Lorca y a Rafael Alberti. La que presintió el gitadino Manuel de Falla; con los referentes que tuvo desde España y Argentina, con las imágenes y los “sones” del propio Lorca, o con otros de allegados del mundo cubano como Eduardo Sánchez de Fuentes y José M. Chacón y Calvo. La que amarró a Ernest Hemingway del Floridita a Cojímar. La que no tuvo que inventar Fayad Jamís, “en claridad y espuma edificada”.
Es una Habana espiritual e incorruptible. Más de Venus que de Afrodita, que encanta por su gracia. La que persevera , pese a los golpes de las contingencias, con esa “incompresibilidad de caudal” (dixi Gracian), con esa fruición que imanta. Armada por su gente y sus antepasados, pecho a pecho, con las mismas manos de amar y de matar al que la ataca. De pezón y diente de perro. La que bien temprano retrató Placido. La que “Jamás murmura de su suerte aleve, Ni se lamenta al sol que la fascina, Ni la cruda intemperie la extermina, Ni la furiosa tempestad la mueve”.
La que se han empeñado a estrangular por más de seis década, por no ser más la de Lucky Luciano y Meyer Lansky, la de mambo y marihuana, de casinos y prostíbulos que describió en su libro Enrique Cirules. La Habana que recibió a Fidel y transformó Pastorita. La que en Asamblea Popular declaró su legítimo derecho a la libre determinación, sin injerencias extranjeras. Una Habana soberana, castigada de actos y de palabras, por un cruel bloqueo y una llovizna de falacias radiactivas.
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Es La Habana que le ha abierto tantas veces sus brazos a este ícono suramericano, donde cultivó amistades para siempre y donde admiró a sus músicos, donde se sintió “amado, cuestionado y protegido”. La humilde y solidaria que puso a andar kilómetros para escucharlo, la que estremeció con su rock en español y más cercano, la que coreó su “Giros”, "Yo vengo a ofrecer mi corazón", "El amor después del amor”, “Mariposa technicolor”, “Un vestido y un amor", "Ciudad de pobres corazones", "Al lado del camino"…
La capital de la Cuba que “salvó” a Rodolfo en1987, en un “momento brutal”. “Esa vuelta me salvó la vida. Aquí recibí un abrazo de amor, que hasta el día de hoy es uno de mis sostenes para vivir”, confió al público que colmó el Karl Marx en 2016, antes de pedirle a Pablo que lo acompañara en ese himno que es “Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
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La Habana del músico argentino es la que alude al final del documental presentado el pasado sábado en el programa televisivo Espectador Crítico. Es la inmanente y condensada, la que guardan los balostres y el muro donde se recuesta, la que, según manifiesta, no debería subestimarse ni destruirse en el futuro, por emprendimientos movidos por el cálculo y la codicia. Es la Habana de los que la habitan, la que defendió por siempre Eusebio Leal. Es la Habana que puja con la del realizador en ese palimpsesto que es La Habana de Fito.
La Habana de Pin Vilar, es más gris y manoseada. Es la del Buena Vista Social Club, de Rápido y Furioso y de tantos videoclips. La vintage y descascarada de Rihanna y Obama. Donde no hay Vedado, ni el viejo ni el nuevo, ni Miramar, ni San Agustín, ni el Reparto Camilo Cienfuegos... Ni tan siquiera un afuera del Karl Marx, ni un alrededor de la casa de Pablo Milanés, sitios que tanto se mencionan en el documental. Donde no hay obra del Gobierno Revolucionario. La que mejor se vende.
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La representada es la que mejor se ajusta al caro ideolograma de la ciudad esplendorosa de Batista destruida por la “dictadura” de Fidel. Así como a los entrevistados, que dicen lo que quiere escuchar, el director escoge las imágenes que mejor se avienen a su discurso, de una Cuba que ya no es Cuba, y una Habana que ya no es La Habana. Según él y cual se desinforma por los medios que adversan al Socialismo y a la Revolución.
Aunque al final´, en el filme prevalece La Habana amorosa de Fito Páez. A la que dedicara “Habana”, estrenada la primavera de 1997 en el Parque Lenin, durante un concierto de solidaridad con los enfermos del SIDA que organizara su amigo Pablo Milanés y al que también se sumó su “enemigo íntimo” Joaquín Sabina. La que se escucha con un nuevo arreglo en el mencionado audiovisual. La que persiste cual la dibujó el peinetero, una “Habana de pie”.
“Habana a tus pies
no sabría cómo amarte de otra forma
Habana a tus pies
pasa el tiempo y tu recuerdo no se borra
Habana, tu piel,
oh, Habana, tu piel
Habana de pie,
tanto odio, tanto amor y tantas cosas
Habana de pie
solo quiero naufragar en tus costas
Habana por que (…)
Tu perfume tan extraño me apasiona
Habana, por que,
entre el tango, el son y el mambo me devora
Habana, tu piel (…)
Habana, yo sé
no podría yo jamás dejarte sola
Habana, doy fe
tu carruaje de delirios me enamora
Habana, por que (…),
Oh, La locura de los que se perdieron en el mar,
las vidas rotas por la sangre aquí y allá,
No necesito de nada hoy,
solo embriagarme en tu ron
y así perder la razón
y abrazarte una noche mas
Uh, Las serpientes al final, la inmensidad,
la terrible y poderosa soledad que se adueña del mundo
Si no elegimos vivir, yo querría morir
Morir en La Habana...”
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