Dos nodos áureos se destacan en el legado de nuestro José Martí y que lo conectan con todas las luces del universo. Una, su infatigable búsqueda de las “verdades esenciales” que como indican su prédica y su praxis se hallan en las raíces, en el amor y la naturaleza. La otra, consecuencia de la anterior, su compartida admiración por un descubrimiento: todos los sistemas tienen en común ciertos principios ordenadores y con ellos se integran lo justo, lo bello y lo verdadero.
De ahí su batallar contra todo lo artificioso y lo que desarmonice el ordenamiento creado por los humanos y el ordenamiento natural. Vinculado con su comprensión de la cultura como un complemento vital de la condición humana, que lo arraiga a la Humanidad Toda y lo completa como hombre, por cuanto lo salva de la fragmentación a que lo expone “esa expansividad anonadadora” que adivinaba en la incipiente cultura de masas.
Cuántos sentidos aportan sus notas sobre el universo simbólico que se expandía con hambre totalizadora en los Estados Unidos; el uso de términos como “sensualidad” o “válvula de placer” para la descripción de “esa vida de cartón y gacetilla” y “ese fluir urbano y disolución del par”. Como hace, apenas llegando en su crónica Coney Island (1881): “Lo que asombra allí es el tamaño, la cantidad, el resultado súbito de la actividad humana, esa válvula de placer abierta a un pueblo inmenso (…), ese cambio de forma, esa febril rivalidad de la riqueza (…), esa expansividad anonadadora e incontrastable, firme y frenética…”.
¿Y qué pude ser más anonadador y frenético que el videoclip mainstream?
Por eso me suena pertinente contrastar el videoclip que más se vende con la obra creativa y el pensamiento martiano. Bajo la “Buena Fe” y el asombro de ¿cómo fue su tiempo tan ancho de arriba abajo/ Sin ordenador, internet, ni un carajo? Aun cuando, en última instancia, resulta contrastar dos expresiones de hábitats socio-culturales diferentes, de la primera y de la segunda modernidad. Finales del siglo XIX, con la postmodernidad.
Y lo hago porque siguen latiendo en el homo videns las esencias que le dictaron a Martí: “Todos los pueblos tienen algo inmenso y majestuoso y de común, más vasto que el cielo, más grande que la tierra, más luminosos que las estrellas, más ancho que el mar: el espíritu humano”. Porque, además, como dice acertadamente Fredric Jameson “la cultura es cosa de medios de comunicación, hoy como lo fue antes de otras maneras”, y de aquellas maneras de finales del siglo XIX se refirió con bastante acierto el intelectual y político cubano.
Martí fue un entusiasta de la tecnología y del empleo de las imágenes para decir mejor. Al decir del investigador Jorge R. Bermudez, “En Hispanoamérica, por entonces, ningún otro escritor valoró, comprendió y utilizó como él, las crecientes posibilidades expresivas y persuasivas de los medios propios de la comunicación por la imagen”. Aunque para el poeta, “El lenguaje es humo cuando no sirve de vestido al sentimiento generoso o a la idea eterna”.
Como cápsulas de humo son los audiovisuales musicales de hoy, en ellos el sentimiento y las ideas son aplastadas por las sensaciones, la información por la seducción. Construidos como son para convertir al receptor en adicto al consumo.
Al servicio de este objetivo se ponen todos los mecanismos de creación de significados y sentidos, consiguiendo “discursos caracterizados por su fragmentación, la multiplicación de puntos de vista, una estructura mosaica y un desarrollo a intervalos”.
Por sus efectos, estas llamadas “merconarrativas” han devenido en los aparatos preferidos para la dominación cultural del capitalismo. Junto a su funcionalidad como vehículos de la publicidad, se instrumentalizan para amaestrar y domar al rebaño. Para producir y reproducir un subordinado apolítico que se adapta a las discontinuidades y la incertidumbre, que siente placer en no cuestionar nada, en no buscar ni encontrar relaciones causales, que gusta de la no-narratividad, de la no-historia. Así prefieren al “biznieto del nieto tercero de aquel canario amarillo”, con “el plumaje más pardo y por canto solo estribillos”.
Así lo describe Adrián Berazaín en una de las estrofas de su emblemático “Por encima de lo conocido”: “El mercado vende caro el color rosa/En los pies de modelos hermosas/Y las mentes se quedan tal cual como están/Atrapadas detrás de un cristal”. Un proyecto audiovisual dirigido por dos diseñadores gráficos devenidos trovadores, el propio autor y Mauricio Figueral.
“Quería una canción bien contemporánea, alejada del icono de Martí, imposible de alcanzar. Deseaba cantarle a un héroe más socializado, más humano y reflejar la grandeza de su pensamiento. Por eso, en ningún momento del texto se menciona la palabra Martí. Lo trato, de manera más familiar e informal, como Julián, su segundo nombre”, comentó Berazaín sobre el reto que constituyó para él este encargo de Sociedad Cultural José Martí.
El videoclip, publicado en el año del 160 aniversario del natalicio del Apóstol de la Independencia cubana, describe una escalada al Turquino, uno de los más habituales homenajes de los jóvenes cubanos a la inmensa figura de José Martí.
Una honesta y sentida actualización del Martí humano, alcanzable y solo así imprescindible. Como antes hiciera la agrupación Buena Fe con su “Todo el mundo cuenta”, última pista de la producción discográfica π (3,14). Un canto inclusivo, unificador como lo es el “pensamiento de alto calibre” del Héroe Nacional, “matriz de esta nación y la brújula hacía donde debemos ir desde el punto de vista humano, político y hasta filosófico”, al decir de su autor Israel Rojas.
Esa es la idea central del audiovisual que dio a conocer el tema y de la gira “Con todos” auspiciada por la Sociedad Cultural José Martí en el 2011. “Soy ateo: Cuba es mi templo y el Apóstol mi religión”, fue la expresión de Rojas Fiel en unos de los conciertos, y reiterada en otras ocasiones. Así sintetiza el significado que tiene Martí para muchos de nosotros.
El video, es también la evidencia de que aún es posible una imantación hacia lo virtuoso, sobre las formas hegemónicas de construir los audiovisuales musicales, sobre la ola creada —o instrumentalizada— para el placer y la fragmentación de los sentidos. No solo por el uso de las obras plásticas que recrean la figura orientadora de Martí; también por la alegoría a aquellos cuadros de Raúl Martínez con héroes reconocidos y anónimos. Murales, que, como el videoclip de Tupac Pinilla, entreteje el espíritu renovador de los 60 con ese icono fundacional de la cultura cubana que es José Martí.
Y vale recordar, a propósito, el valor que le confería Martí a lo formal y lo creativo, para conducir hacia el alma un discurso transformador. Para el maestro, “La naturaleza humana y, sobre todo, las naturalezas americanas necesitan que lo que se presente a su razón tenga algún carácter imaginativo; (…) han menester que cierta forma brillante envuelva lo que es en esencia árido y grave. No es que las naturalezas americanas rechacen la profundidad; es que necesitan ir por un camino brillante hacia ella”.
Es el mismo discurso de otro y más reciente video de Buena Fe. Me refiero al que recrea el tema “La tempestad”, incluido en el disco “Sobrevivientes” y grabado en octubre de 2016 junto a ese martiano juglar que es Silvio Rodríguez. Una composición en la que late el espíritu humanista e integrador del Poeta de “Versos Sencillos” y “Versos Libres”.
El tema La tempestad, de la autoría de Israel Rojas, se grabó junto a Silvio Rodríguez en octubre de 2016 y fue incluido en el disco “Sobreviviente”. El video clip de esta canción fue realizado por el joven director de cine Marcel Beltrán
Estos tres homenajes visuales a Martí, se constituyen también en ejemplares contrastes con el videoclip mainstream.
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