Con la avalancha de información que circula, cada segundo, por las autopistas digitales, cada lanzamiento se vuelve menos relevante. En el propósito de captar y enganchar más consumidores de música, la Industria recurre a potenciar valores añadidos a los contenidos y contenedores de estos signos sonoros y discursivos, a enriquecer y personalizar sus experiencias como espectadores y adoradores de una marca musical, a nuevos modos y medios para visualizar la música y musicalizar la visión.
Se invierte en las potencialidades metanarrativas y transmediales de formatos como el álbum visual. Lo que nació como un modo de expresión, con motivaciones puramente estéticas, deviene en un medio para el mercadeo de las marcas musicales.
Hablamos de un álbum visual, cuando todos los temas de un fonograma tienen un vídeo y estos interactúan entre sí para la creación de un mensaje conceptual más amplio, complejo y abierto, construyéndose una metanarrativa del artista y del género musical. Por lo general, estos videoclips no contienen fases argumentales, no cuentan una historia de manera lineal, pues se pone más acento a lo visual que en lo narrativo.
Se trata de un híbrido entre cine y video musical. Son historias construidas con retazos de escenarios, personajes, anécdotas o gags visuales y escenas visualmente poco complejas para construir una relación con el espectador/consumidor de forma abierta y a largo plazo. Son composiciones visuales de tipo asociativo, una secuencia de imágenes armadas alrededor de una forma poética o metafórica, con un concepto en común, en una misma cuerda emocional o simbólica, con relaciones textuales y visuales, interconectadas a través de leitmotivs recurrentes, de colores, formas o texturas que conforman un cuadro semiótico y/o refuerzan el esquema narrativo marco. Combinándose con la introducción de otros elementos de innovación o con propósitos diferenciadores entre las “pistas visuales” que conforman el álbum.
En ocasiones se genera una estructura de vídeos específicos para cada canción, para su consumo/distribución diferenciada en redes sociales, y en otras se monta un discurso audiovisual más extenso a modo de película.
De herencia videográfica y televisiva, el álbum visual aparece paralelamente a las prácticas videoartísticas, el arte de acción, el happening y el arte de vanguardia, pero devino, desde hace unos años, en una alternativa de presentación icónica de artistas-marcas y de sus propuestas discográficas. Mediante una representación visual autoexpresiva, una metanarrativa que permita fabricar identidades y roles, a través de motivos recurrentes, provenientes de anécdotas personales y ficticias.
Dentro del negocio mainstream, el álbum visual continúa en la senda de la construcción mediática de “estrellas”, “celebridades” o “famosos”. Sirve para expandir su poder “evangelizador”, en un ámbito global e hiperconectado.
Con un fin promocional –comercial, se pretende que confluyan en el “parafonograma” las experiencias del espectador alrededor de una marca musical, o de una etapa en la carrera de esta. Se construye una experiencia de totalidad de contenidos en torno a la celebridad musical que se vende, su imagen, sus actuaciones en directo y sus performances, así como su interactividad en las redes sociales.
Los audiovisuales que lo componen resultan en storyworlds personales, para la consolidación de ambientes, cuadros y motivos visuales, los conceptos, discursos, videos o portadas precedentes, todo un imaginario del artista-marca. Estos mundos narrativos multiplataforma en permanente expansión y potencialmente desarrollables a través de diversos medios, permiten enmarcar inferencias sobre las situaciones, los personajes y las ocurrencias, ya sea explícitamente mencionadas o implícitas en un texto o discurso narrativo. Una metanarrativa que fortalece la identidad del artista-marca y en, consecuencia, afianza sus vínculos con la comunidad de fans.
Como nuevo formato de promocional musical, el álbum visual informa de las tendencias de la industria y de la cultura de masas; en el camino de las sinergias intermediales y la hibridación. De los trascendentales cambios en los contextos de producción y recepción de la música, y de un "giro hacia el video", para posicionar y visibilizar a los artistas-marcas. De la modificación de la producción/consumo cultural, después de la revolución digital, con nuevos vínculos entre los medios y sus formas de producir contenidos, mediados y gestionados a través de diversos canales y formatos, bajo lógicas neoliberales. De una nueva etapa de estética audiovisual caracterizada por la transmedialidad y la convergencia de medios en torno a formatos audiovisuales complejos.
En ellos, como en los videoclips, se refleja las características estéticas de la comunicación posmoderna: el pastiche, la repetición de patrones, el ritmo frenético, el recargamiento y la fragmentación. “Una semiótica del exceso basada en la proliferación y distribución sin fin de signos”; “la ironía y la intertextualidad, la articulación irónica de lo `ya dicho´", distintiva de la comunicación posmoderna, como planteó Umberto Eco. Una especie de “reciclaje cultural infinito” que se apropia de lo que esté a mano y funcione para la construcción de la de la marca personal del artista.
Los emporios del entretenimiento en su afán de maximizar ganancias, plusvalía económica e ideológica, tienden hacia la creación de contenidos en diversos formatos, que puedan ser conectados. A la gestión de las marcas y productos musicales mediantes estrategias globales de entretenimiento y de un engranaje transmedia que permita la ampliación sin fin del negocio cultural.
La Industria, en un entorno competitivo, de sobresignificación y saturación, como el de la música de masas, ha ensayado con el álbum visual nuevas fórmulas de interconexión entre el valor comercial de una marca musical y la creación de un storytelling mediático, de una narrativa audiovisual, mediante diferentes piezas estratégicamente canalizadas.
Como ejemplos de álbumes visuales pueden mencionarse: ODDSAC (2010) de Animal Collective, Let England Shake (2011) de PJ Harvey & Seamus Murphy; Beyoncé (2013) y Lemonade (2016 y Black is King ( 2020) de Beyoncé, Dirty Computer (2018) de Janelle Monáe, y El Mal Querer (2018) de Rosalía.
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