Si desde tiempos inmemoriales, se ha imaginado el sol como una gran bola de fuego. Y el amanecer ha sido equiparado con el acto de encender una llama. Se ha hecho común referirse al “fuego de la Revolución” y representar a la Revolución como una llama encendida. Expandiendo hasta nuestros días las diversas significaciones del fuego heracliteano. Bajo esta misma representación metafórica del filósofo de Éfeso, en Cuba es habitual referirnos a los sucesos acontecidos el 26 de julio de 1953 como la chispa de la Revolución y de un nuevo día.
Vibraciones de una metáfora más profunda, esa en que se significa a Cuba como una incandescencia, como una estrella que flota en el firmamento que puede rastrearse desde el poema “La estrella de Cuba” de José María Heredia, y en el soneto escrito en 1850 por el diseñador de nuestra bandera Miguel Teurbe Tolón. La nación brilla o se eclipsa, se condensa o se disuelva, en “el aire de luz” o en el “hado terrible”, en dependencia de la altura (moral) o actitud de los cubanos, de la hondura de su patriotismo
Esa misma analogía, de alumbramientos y oscuridades, de día y noche, de libertad y opresión con sus giros y gravitaciones, prevalece en los versos y las canciones que durante 70 años han reverenciado aquellos asaltos de la Utopía a las lúgubres mazmorras de la desesperanza.
Así puede descubrirse en las cinco pistas del disco 26 de Julio: los nuevos héroes, considerado el segundo álbum del Movimiento de la Nueva Trova y puesto a circular por la Casa de las Américas en 1969, con motivo del décimo aniversario del Triunfo de la Revolución. También en la nota institucional para su presentación cuando se afirma: “El 26 de julio de 1953 surgieron los héroes de nuestro tiempo, los que encendieron las llamaradas de la actual Revolución cubana”.
“Canción del elegido”, escrita por el trovador Silvio Rodríguez como homenaje al moncadista Abel Santamaría, es la más conocida de las composiciones de aquel disco.
El poeta alude al héroe como venido del cosmos, que según Heráclito es y será un fuego eternamente vivo y como fuego, en tanto que rayo, dirige el universo:
“Haré la historia de un ser de otro mundo
De un animal de galaxia
Es una historia que tiene que ver con el curso de la Vía Láctea”.
Pero no lo deja allá arriba, sino que lo naturaliza y lo acerca, al decir:
“Fue de planeta en planeta
Buscando agua potable
Quizás buscando la vida
O buscando la muerte eso nunca se sabe
Quizás buscando siluetas
O algo semejante
Que fuera adorable
O por lo menos querible, besable, amable”.
O con estos otros, con los que lo “baja” a la altura de su trascendencia:
“Y al fin bajo hacia la guerra
¡Perdón! quise decir a la tierra”.
Una trascendencia alcanzada al comprometerse con los de abajo, al buscar la luz, como martiano consecuente, al buscar la paz haciendo su “guerra necesaria”. Y el agua, para que germinara la “Revolución encendida, de libertad y de justicia” como aludiera Fidel, el gran amigo de Abel.
Hay quien relaciona “el elegido” con el “hombre nuevo”. Otros, con Jesús Nazaret, por esa alegoría de "sintió en su cabeza cristales molidos", en referencia a la coronación de espinas con la que fue castigado el “primer revolucionario”.
Completan el fonograma, grabado en 1968, otro tema de Silvio Rodríguez (“Todo el mundo tiene su Moncada”), otros dos de Noel Nicola (“26” y “Qué hay”) y uno de Pablo Milanés (“Moncada”).
Casi las mismas ideas sobre la trascendencia y la naturalidad el acto heroico transversalizan las dos composiciones de Silvio. En “Todo El Mundo Tiene Su Moncada” como que se expande el verso aquel de “buscando la vida/O buscando la muerte eso nunca se sabe”. Y también, como en la otra canción Silvio pone en tención analogías tradicionales; en este caso día/vida y noche/muerte, o gloria/trascendencia. El gran valor de los moncadistas fue corresponder a las circunstancia y, con la inquietud de las llamas, sin importarle qué sacrificar, buscar en su propia estatura la altura moral de su tiempo.
“Menos mal que existen
Los que no tienen nada que perder
Ni siquiera la muerte”
(…)
“Menos mal que existen
Los que no dejan de buscarse a sí
Ni siquiera en la muerte
De buscarse así”.
Ideas que resuenan con las que también hiciera sobre la trascendencia Noel Nicola, quien se pregunta y responde en “26”:
¿Cuestión de seres superiores?
No lo creo.
¿Cuestión de hombres con "h" grande?
Eso sí.
Y más explícitamente en “Qué hay”:
“¿Qué hay delante de la vida,
por detrás de la muerte,
al lado del amor?”
En los siguientes de “26” son explicitas las alusiones a la Revolución permanente que se prendió aquella madrugada de la Santa Ana:
“Amanece,
Y a cualquier hora se siente
Pero ahora está amaneciendo.
¿cuestión de esquemas y valores?
No lo dudo.
¿cuestión de haber nacido a tiempo?
Puede ser.
¿cuestión de mostrarse similares?
Siempre hay tiempo:
Hay un almanaque lleno de días 26.
Amanece”.
Noel, con profundo calado conceptual, musicaliza sus reflexiones en torno a las situaciones límites que ponen a prueba a los revolucionarios en todos los tiempos, también a ellos.
La canción de Pablo, con otra cuerda musical, se estructura esencialmente sobre las mismas analogías de Revolución/amanecer y el origen cósmico de los héroes:
“Del último amanecer sin alba quiero hablar,
no sé si tendré palabras para decir.
Después de mucho anochecer
siete gigantes aún por caer,
una verdad,
mil mentiras,
se hizo el día”.
Los tres jóvenes trovadores (Pablo con 25 años, Silvio y Noel con 22) hallaron inspiración en la gesta incandescente del 26. Aquella chispa que desencadenó en la Revolución que entonces cumplía una década. Correspondían, además, al apoyo brindado por la moncadista Haydée al MNT que surgía como expresión musical de los nuevos tiempos.
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