De una fertilidad periférica brotó el Son. En una zona de costumbres libres y cimarronaje creativo, al margen de las normas y los códigos occidentales, en estratos socioculturales más apegados a la tierra y al latido natural. Fue la expresión polirrítmica y supersincrética de un sentir nuevo. La expresión musical del saberse cubano, que fue primero lo que le dejaban ser y florecimiento luego de un “nosotros” distinto, mulato y secular. Nada que ver con el esnobismo de “alcurnia”, imantado con lo de “afuera” y lo del Norte.
Salió de los “de abajo” y para su expansión. En un ascenso gravitado por el ritmo y la cadera. Sincronizado al latir del guarapo y el néctar. De ahí, ese movimiento polinizador que orienta su baile. El macho revoloteando en la órbita de la hembra. Y los dos en un aquí/ pa´lla, del centro del salón a la esquina más íntima, del anhelo al apretón, de lo mío más nuestro a lo nuestro más mío, del solo al coro (y viceversa), del que sabe entonar y los que saben revolotear ese vaivén.
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Al son de sus emociones cantó el pueblo su orgullo nacional. Fuel la señal del clímax del criollismo musical y de la cultura “blanquinegra”. Del abrazo triunfal de tres continentes, con el acompañamiento de cuerda pulsada venido de Europa y de la percusión con esquemas rítmicos de África.
Después de síntesis sucesivas, integraciones y decantaciones; en sincrónicos contrapunteos: del “todos” sudoroso y el “yo” sentimental, de la cuerda blanconaza y el repique negro, del aplatanamiento de lo urbano y el callejeo de lo rural, de lo de aquí y lo de allá, de la tradición y la innovación… Un devenir, desde el Son de la Má Teodora hasta el “Suavecito” de Ignacio Piñeiro. Ese con el que se despidió la abuela Inés de Calendario y que dice así: “El son es lo más sublime/ para el alma divertir./ Se debería de morir/ quien por bueno no lo estime”.
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Los sones, según Danilo Orozco, fungieron como vehículos integradores de rasgos y procesos. El “ marco de acción de los sones ha engendrado necesidad histórico-cultural de la interacción con muchos otros tipos genéricos y sus nutrientes, de los cuales toma, da integra, sintetiza, pero también dispersa, fragmenta , decanta, con profundos y singulares resultados a nivel de códigos expresivos”.
Un proceso y una función que no ha parado aun. Sigue desarrollándose, cantando y contando nuestra cotidianidad y cubanía. Con todas sus variantes: Changüí, Sucu-sucu, Ñongo, Regina, Son Montuno, Son Urbano, Son de los permanentes, Bachata oriental, Son Trinitario, Son manzanillero, Pacá, Pachanga, Pilón, Tira-tira…. Y con todos sus subgéneros; El AfroSon, El BoleroSon, El GuaguancoSon, La GuajiraSon, La GuarachaSon, El SonChá, El Sonpregón… Con sus actualizaciones más contemporáneas, como la Timba y el Songo
De la mano de Miguel Matamoros, Ignacio Piñeiro, Arsenio Rodríguez, Julio Cuevas, Benny Moré y la Sonora Matancera, Félix Chapottín, Miguelito Cuní, María Teresa Vera, el dúo Los Compadres, Compay Segundo, Lilí Martínez, Rubén González, Pancho Amat, los Septetos Nacional, Habanero y Santiaguero, o el Buena Vista Social Club, entre muchos otros. Como de sus continuadores, más cercanos en el tiempo pero ya con ellos en el Olimpo Musical Cubano, menciono a Juan Formell, Adalberto Álvarez, José Luis Cortés y Pupy Pedroso.
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En sus inicios constaba de un estribillo que se repetía durante varios compases, luego se le añadió una copla o regina, conformando en una alternancia coro y solo, estribillo-copla-estribillo, similar a la otros géneros caribeños y latinoamericanos, derivados del cancionero binario colonial, según el investigador Carlos Vegas, y aparentados con otros de Afroamérica, cual destacaran Fernando Ortiz y Rogelio Martínez Furé.
Fue el Son el discurso sonoro de una utopía integradora, para confraternizar y diluir las pieles de las diferencias, con una proyección interactiva y participativa. Terminó por juntar a los que lo colonizadores habían separados con prejuicios y estigmas, completó lo que las guerras independentistas había iniciado. Colocó en su lugar el aporte afrocubano a la cultura nacional.
Como apuntó Alejo Carpentier, gracias al son “la percusión afrocubana, confinada en barracones y cuarterías de barrio, reveló sus maravillosos recursos expresivos, alcanzando una categoría universal”.
Fue rechazado, negado en los salones habaneros por partida triple, por ser oriental, de las clases más humildes y de origen africano. Fue opuesto a la música de Jazz band, más apropiada para los blancos. Pero barrió al elitismo y a la discriminación; se impuso a base de persistencia y contagiosa sabrosura.
Con la vitalidad de su sabia conquistó a La Habana, para consumar su popularización en todo el país. Impactando en otros géneros como el danzón y la guajira. Devino en semilla de otras autoctonías. Con su inserción en la literatura, con la figura de Nicolás Guillén, dio fisonomía distintiva a la lírica de Cuba.
Para esta difusión a escala nacional el son se montó en el “logro más radical en cuanto a síntesis y decantación de elementos instrumentales en nuestra música popular, el de los sextetos y septetos de son”- al decir de Leonardo Acosta.
Y regó por doquier la inventiva popular, lo que ahora llamamos “resistencia creativa”. Con cualquier cosa se armaba una “bunga” para compartir un Son; con un tres rústico o una guitarra, con una botella o un machete, con un taburete, una botija o una marímbula…
El Son ha informado de genios en las entrañas profundas de las masas populares. De intensidades y chispas por fruiciones fecundas, de manos callosas rasgando la luna. De sensibilidades más naturales que urgentes, de albañiles, limpiabotas y carboneros que hacían la poesía después de ganarse el pan. Gracias a ellos, aparecemos en el mapa de la música universal, con un tamaño similar al de Brasil y Estados Unidos.
De ahí, la importancia de celebrarlo, cada 8 de mayo y el resto de nuestros días, de resonar con sus expansiones y sintonizar con sus más contemporáneos anudamientos, al hervor del siglo XXI. Con unas ruedas masivas e igualadoras, como las que armamos el sábado pasado, al son de lo más sublime y fecundo de este archipiélago.
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