martes, 24 de septiembre de 2024

Samila y sus primeros pasos en la universidad

Matriculó en la Universidad de Matanzas Licenciatura en Periodismo y enseguida se presentó como voluntaria para trabajar en el centro de aislamiento con pacientes positivos de COVID...

Roxana Valdés Isasi en Exclusivo 04/06/2022
0 comentarios

Con la satisfacción del deber cumplido a Samila Hernández Camargo la vida le cambió para bien cuando trabajó en zona roja. Desenfadada recuerda los comienzos del rebrote de COVID-19 en la provincia de Matanzas. Los ojos pícaros, su mirada y el atrevimiento que caracteriza a esta joven curiosa traspasaban la pantalla del televisor al mencionar el trabajo realizado por el personal de salud, todos vestidos con escafandras, trajes verde olivos y cubrebocas que casi no permitían verles el rostro. La noticia de la alta contagiosidad del virus corría como pan caliente por toda Cuba.

—¿Por qué decides apoyar en zona roja en el hospital de campaña de la Universidad de Matanzas?

—Recuerdo que cuando empezó la COVID, encender el televisor y ver personas cubiertas —entre ellos, médicos, fumigadores, cualquier personal que estuviese trabajando en el sector de la salud— era el pan nuestro de cada día. Entonces yo me sentía mal por estar en mi casa, con una salud perfecta y esas personas ahí, día a día trabajando y uno sin hacer nada. Siempre se me quedó como ese bichito por dentro. Por eso, cuando matriculé en la Universidad de Matanzas Licenciatura en Periodismo y tuve la oportunidad de presentarme como voluntaria para trabajar en el centro de aislamiento con pacientes positivos —bueno en ese momento hospital de campaña—, me dije: Es mi momento para ser útil yo también.

—En casa, cuando supieron que darías el paso al frente y qué podías contraer la enfermedad, aunque se cumplía con el protocolo para evitar el contagio ¿Cómo reaccionaron?

—Realmente pensé muchos días en cómo contarle a mi mamá y mi papá que yo quería entrar a zona roja a trabajar como voluntaria, a correr el riesgo de enfermarme con la COVID por personas que al final no conocía, pero mis padres siempre me han apoyado en todo, incluso cuando no han estado de acuerdo. Me dijeron: “No estamos de acuerdo, pero cuentas con nosotros”. Desde un principio ellos aplaudieron la decisión y me apoyaron. Son 15 días que uno vive al límite y creo que sin el apoyo familiar sería el doble de estresante.

—Aún no habían comenzado las clases de manera presencial. ¿Cómo pudiste conocer a tus compañeros de aula?

­—Como éramos estudiantes de nuevo ingreso no habíamos tenido la oportunidad de conocernos excepto por WhatsApp y también los conocí en zona roja. Conocerlos allí fue especial porque antes de compartir una vida como estudiantes, nos confiamos la vida unos a los otros, trabajando como voluntarios. Incluso, creo que nos ayudó para poder tener hoy la confianza que tenemos, la complicidad, la unión.

En tres ocasiones completamente diferentes trabajó Samila en zona roja, todas con algo en común. A su hogar llegaba con la labor cumplida. Los familiares ansiosos por abrazarla y con lágrimas en los ojos la aplaudían por el sacrificio realizado. Aún con el letargo a cuestas descuelga el teléfono tratando de esconder el cansancio en su voz, llamaba otra vez para inscribirse en el listado, volver a repetir la experiencia y sumar nuevas historias arriesgadas.

Durante los días de constante ajetreo en el hospital de Campaña de la Universidad de Matanzas, Samila no tenía tiempo para disfrutar de la música romántica que tanto disfruta.

 —¿Se mantienen las relaciones de amistad después de pasado el rebrote en la provincia? Coméntame al respecto.

—Yo conservo todas las amistades que hice en zona roja, incluso la de algunos pacientes que cuando llegaban a sus casas, a los días, me mandaban solicitud de amistad por Facebook. Me escribían agradeciéndome por la atención, esfuerzo y dedicación. Es bonito recordar los momentos que se compartieron allí. Eso ya hacía valer la pena todo el riesgo que uno corría.

“Los médicos, los enfermeros, hoy por hoy me escriben para saber si estoy bien, yo igual les escribo, incluso algunos no están en el país porque están en Brasil cumpliendo misión pero estamos en constante comunicación”.

—En el tiempo que estuviste en el hospital de campaña, ¿cuánta importancia le confieres a los amigos que conociste? ¿Recuerdas a alguien en especial?

—Siempre digo que entrar a zona roja ha sido de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Las amistades que se hacen son muy fuertes, el riesgo es alto, por tanto, el nivel de complicidad que se necesita en el equipo es grande y eso hace que tú le confíes tu vida a las personas que tienes al lado; porque un descuido de ellos o tuyo puede significar la vida del otro.

“Las personas que uno conoce en zona roja son especiales y siempre alguien resalta. Para mí resaltaron dos personas que actualmente son más que mis amigas, mis hermanas: Maureen Valdés y Daniela Ortega. Uno escucha los dichos de que en la universidad se hacen las mejores amistades y yo las hice en zona roja, esa primera vez que entré”.

A estas dos jóvenes Samila las conoció en los gélidos pasillos. Allí donde iba y venía la vida de una manera diferente. Maureen y Daniela le mostraron desde su experiencia el significado de los días en la universidad y a sentir en carne propia lo hermoso de la vida. Desde ese entonces la novata las engavetó en la lista de sus amistades más cercanas.

 —Desde el momento que entraste a trabajar como voluntaria en el hospital de campaña de la Universidad de Matanzas la vida te cambió, ¿qué opinas al respecto?

—Cuando uno decide enfrentarse a ese tipo de experiencia ya es consciente de que la vida le va a cambiar de una manera u otra. Estar 15 días fuera de tu casa, con mamá llamándote a toda hora para saber si estás bien, si hoy no te sentiste nada, si tus compañeros están bien. Levantarse todos los días a las seis de la mañana, después de haberse acostado a las tres de la madrugada sin saber ese día si va a ser normal, si no vas a vivir nada traumático. Es mucha la empatía también que se vive con tus compañeros de trabajo, el personal de médico, los pacientes, incluso con los familiares de los pacientes.

Pasado un año de los altos índices del coronavirus en su provincia, todavía mantienen constante comunicación. Ya sus piernas no presentan cansancio y puede dormir ocho horas como lo hacía antes de la pandemia. Su mirada florece de alegría, ahora sin tantas mascarillas. El compromiso de percibir a su provincia sin casos positivos constituyó un reto convertido en realidad.

Samila estudia el segundo año de su carrera, y para bien o para mal la COVID- 19, cambió sus días.


Compartir

Roxana Valdés Isasi

Estudiante de Periodismo


Deja tu comentario

Condición de protección de datos