En la clarinada patriótica que fue aquel 20 de octubre de 1868, cuando Perucho Figueredo le puso letra a la melodía de nuestro Himno Nacional y todo Bayamo se fundió en un solo clamor, cultura y nación formaron la amalgama que es, en definitiva, la cubanidad.
Sobre ese término dijo, años más tarde, la figura que mejor ha retratado al cubano, Don Fernando Ortiz: “La cubanidad es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes. Pero todavía hay una cubanidad más plena, diríase que sale de la entraña patria y nos envuelve y penetra como el vaho de creación que brota de nuestra Madre Tierra después de fecundada por la lluvia que le manda el Padre Sol; algo que nos languidece al amor de nuestras brisas y nos arrebata al vértigo de nuestros huracanes; algo que nos atrae y nos enamora como hembra que es para nosotros a la vez una y trina: madre, esposa e hija. Misterio de trinidad cubana, que de ella nacimos, a ella nos damos, a ella poseemos y en ella hemos de sobrevivir”.
Y es que no se trata solo de haber nacido en la Mayor de las Antillas, ni siquiera de adoptar los modos y las costumbres que identifican al cubano fuera del patio o exteriorizar un falso arraigo; la cubanidad es sentir en las venas lo que le duele o le hace feliz a otro cubano, es vibrar cuando se escucha el Himno en arenas internacionales, es saberse herederos de una identidad, es tener la sensibilidad patriótica de la resistencia y la estirpe de los más genuinos hijos de este pueblo.
Es —volviendo a Fernando Ortiz— “la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser”, una identificación no solo consecuente, sino también ética.
Hoy, cuando esta isla caribeña enfrenta grandes retos como nación, la cultura y la cubanidad en simbiosis perfecta forman parte del blanco que es atacado constantemente para que la herida a la Patria sea en lo más hondo del pecho: las raíces identitarias.
El creciente desafío cultural que tienen entonces nuestros artistas y el pueblo de modo general, se centra en no dejar que sean suplantadas nuestras dinámicas sociales y culturales como nación, y en atender con ojos bien abiertos a la batalla para evitar ser aniquilados por la industria cultural, que pretende tragarse —sin dejar rastro— todo arte y sentido de pertenencia que esté alejado de sus intereses y de la identificación de los públicos con estos.
De ahí que beber de quienes fundaron los cimientos del arte, la cultura y nacionalidad cubanas, poner el talento en función del bien de la Patria y de la construcción de una sociedad cada vez más justa, es una decisión que corresponde tomar a todo aquel que se sienta cubano.
Luego podremos decir que es tiempo de unificar fundación y pensamiento, trasgresión y tradición, para palpitar más cerca del alma cubana y alejarnos de las utopías banales que no son sino lentejuelas para un traje sin costuras.
Es, por tanto, el 20 de octubre, más que para celebrar y rememorar, una fecha que invita a la fiesta de los sentidos más auténticos de la nación cubana.
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