No es que quiero hablar del ombligo, sino del acto de creernos el ombligo del mundo. Hay un alto gesto de humildad en aquella carta de Martí a Maceo donde le asegura: «No trabajo por la fama, mi general, porque toda la del mundo cabe en un grano de maíz; trabajo por poner en vías de felicidad a los hombres que hoy viven sin ella». ¿Si toda la fama del mundo cabe en un grano de maíz, dónde cabe la fama o la vanidad de un hombre?
La respuesta a esa pregunta es la que olvidamos cuando nos creemos el centro de todo, los que más sabemos de cualquier asunto, cuando no tenemos en cuenta ser personas humildes, sin dejar de amarnos a nosotros mismos.
A veces la fama, la sobredosis de vanidad, el mal ejercicio de las cuotas de poder que creemos tener sobre los otros, nos llevan a olvidar un viejo proverbio recogido en El Cantar y el Saber de Juan Sin Nada, de Samuel Feijóo: «El hombre es defendido por los perros, servido por los caballos, alimentado por las vacas, vestido por las ovejas, comido por los gusanos».
Si de conocimientos, ideas, puntos de vista se trata, no nos creamos el ombligo céntrico que mira por encima del hombro; es conocida la máxima de que los saberes están repartidos. Los demás también son importantes.
El asunto cobra mayor importancia cuando el que dirige a cualquier instancia olvida a los demás.
Alguna vez le escuché decir al intelectual brasileño Frei Betto: «Si quieres saber quién es Juanito, dale un carguito: No es que Juanito cambia, es que Juanito se manifiesta». ¿Y qué es lo que se manifiesta? Justamente eso, la ética, el modo en que asumimos el poder, lo que sentimos por los demás, la vanidad que no escucha y nos eleva la fama para la cabeza, esa fijeza de creernos el ombligo infalible.
Todos aprendemos y enseñamos. Es obsoleto ya el paradigma de enseñanza –aprendizaje, es mucho más válido el que propone el pedagogo Paulo Freire: docencia-discencia. Ahora no es el profesor sentado en un estrado, sino en la mesa redonda en un intenso diálogo de subjetividades.
Hay mucha imaginación y experiencias desde un niño hasta un anciano. Con razón, la cantante noruega Aurora Aknes nos está diciendo: «Quisiera ver el mundo con los ojos de un niño». Y por algún lugar de la memoria colectiva se dice: «un viejo puede estar sin dientes, pero no sin sabiduría».
Una persona es más que su ombligo, pero si de partes del cuerpo se trata, no olvidemos el proverbio africano: «Puesto que el corazón no es la rodilla, no es lógico que se doblegue». La fama se la traga el olvido, pero lo hermoso y útil es que el corazón no se doblegue a pesar de los que creen que los demás no tienen alas.

Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.