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martes, 8 de octubre de 2024

San Romero de América

Papa Francisco aprobó la beatificación del asesinado Arzobispo de San Salvador...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 10/03/2018
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Arzobispo Óscar Arnulfo Romero
El Papa Francisco nombrará santo al arzobispo Óscar Romero, asesinado en 1980.

Para el pueblo salvadoreño, la beatificación del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980 por orden de la derecha, reconoce a uno de los dignos defensores de los derechos de los pobres de su país a una vida decorosa y digna.

El calendario marcaba el 24 de marzo cuando un miembro de la Policía Nacional disparó un tiro certero al corazón del Arzobispo mientras oficiaba misa en la capilla del hospital La Divina Providencia.

Un día antes, el sacerdote había hecho un llamado público a las fuerzas represivas para que detuvieran los crímenes cometidos contra ciudadanos que reclamaban soluciones a los graves problemas económicos y sociales del pequeño país centroamericano.

Han transcurrido 28 años de aquel abominable hecho que dejó pasmado al mundo, pues la reacción salvadoreña, antes y ahora, demostró que es capaz de asesinar sin pudor a figuras de cualquier rango social, incluso un llamado hombre de Dios que, por su condición eclesiástica, debía ser tratado con respeto en una nación de mayoría católica.

Sus misas eran acompañadas en la Catedral por centenares de personas, los mismos que recibían sus visitas periódicas cuando luego de gastarse su dinero personal en canastas básicas de alimentación, se trasladaba a los barrios humildes para repartirlas.

Romero, a quien también se conoce como La voz de los Sin voz en su país, denunció desde el Arzobispado el comportamiento de las élites nacionales e internacionales y exigió una opción preferencial para los pobres, sin que se le reconociera como miembro del movimiento eclesiástico denominado Teología de la Liberación, que animó a los sacerdotes de América Latina a preocuparse por nuevas misiones pastorales.

Para historiadores, el después Arzobispo de la capital salvadoreña, ganó conciencia social a partir de su acercamiento a comunidades pobres cuando sirvió de Obispo en la diócesis rural de Santiago de María.

En los tres años que vivió en aquella localidad comprobó el sufrimiento del campesinado despojado de la tierra, las muertes de madres e hijos, la carencia de educación, de médicos. El hambre que existía en aquellos parajes impactó de manera significativa en su perspectiva del papel de la Iglesia y de sus lealtades.

El asesinato de su amigo íntimo, el padre jesuita Rutilio Grande por fuerzas de la seguridad del Estado en 1977, le hizo comprender el largo tentáculo de una oligarquía que se tomaba el derecho de brindar vida o muerte, ignorando la visión católica de decisiones divinas.  

Cuando fue nombrado arzobispo de San Salvador en 1977, la mayoría de los grupos adinerados consideraba que Romero era su aliado, pues se mostraba escéptico ante las tendencias progresistas de la iglesia en Latinoamérica, por lo que su nombramiento fue bien recibido por el gobierno nacional, o sea, que mantuviera su compostura religiosa sin vincularse con la política o los problemas sociales.

Sin embargo, Romero había cambiado su pensamiento. El pueblo pobre con que convivió le mostró cuál era el camino a seguir como figura de la Iglesia. Sus sermones se volcaron contra la injusticia, la pobreza, la corrupción y la violencia vigente y su saga de asesinatos y desapariciones, en momentos de preámbulo de la guerra civil en la que murieron más de 75 000 ciudadanos.

Sus homilías eran escuchadas a través de la emisora de la arquidiócesis que llegaba a un 73 % de los territorios rurales en El Salvador y a un 47 % de las zonas urbanas, así como en regiones de Guatemala, Honduras y Nicaragua.

En El Salvador de fines de los 1970, el 60 % de la tierra, en un país que vivía de la producción agrícola, pertenecía a un 2 % de sus habitantes. En cuanto al ingreso per cápita, los indicadores de la época lo situaban en penúltimo lugar en la región latinoamericana.

Monseñor Romero supo entonces cuál era su rol pastoral en aquel mundo signado por la desigualdad y aplicó el mensaje bíblico a la vida cotidiana de una sociedad que se radicalizaba ante la injusticia.

En su homilía dominical del 15 de julio de 1979 en San Salvador, aquel sacerdote nacido en cuna humilde junto a otros seis hermanos, afirmó: “Me alegro de que nuestra Iglesia sea perseguida precisamente por su opción preferencial por los pobres y por tratar de encarnarse en el interés de los pobres y decir a todo el pueblo, gobernantes, ricos y poderosos: si no se hacen pobres, si no se interesan por la pobreza de nuestro pueblo como si fuera su propia familia, no podrán salvar a la sociedad”.

El 24 de marzo de 1980, pocas horas después de exhortar a los policías y militares “a obedecer la ley superior de Dios y no la de sus superiores”, una bala quebró su corazón y murió de inmediato en el altar.

Muchos piensan que sentía cerca su propia muerte. “Yo quisiera hacer un llamamiento a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios”, dijo.

EL ASESINATO DEL ARZOBISPO ROMERO CAUSÓ CONMOCIÓN NO SOLO EN SU PAÍS, SINO EN EL MUNDO

De acuerdo con un informe de la Comisión de la Verdad (Naciones Unidas, 1993) que investigó crímenes durante la guerra civil, el fallecido exmilitar y fundador del derechista Partido Alianza Republicana Nacionalista ( ARENA), Roberto D'Aubuisson, sería uno de los autores intelectuales del atentado.

D´Aubuisson, al frente del Arena, que ganó las elecciones legislativas celebradas en El Salvador el pasado día 4 frente al Frente Farabundo Martí por la Liberación Nacional (FMLN), fue el creador de los escuadrones de la muerte y ordenó el homicidio de Romero. Murió en 1992 sin rendir cuentas a la justicia por este y otros cientos de crímenes.

La mayoría de los participantes en el asesinato del Arzobispo han desaparecido. Han sido reconocidos y están desaparecidos Álvaro Rafael Saravia, responsable de la logística; Mario Molina, quien localizó al francotirador Marino Samayoa Acosta, y aportó el arma que este disparó; Eduardo Ávila, propietario del fusil suizo que usó el sicario, y determinó en cual misa se efectuaría el crimen; Armando Garay, chofer del vehículo que condujo al matador hasta la iglesia; Walter Álvarez, encargado de pagar los honorarios a Samayoa Acosta.

El Papa Francisco, y el prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, cardenal Angelo Amato, firmaron la canonización de Romero y de Giovanni Montini, quien rigió el Vaticano de 1963 a 1978 como Papa Pablo VI.
La beatificación del arzobispo de San Salvador estaba prevista como un decreto que reconocía el martirio de Romero 'in odium fidei' (asesinado por odio a la fe), que le ahorraba el requisito de obrar un milagro.
El proceso de beatificación comenzó el 24 de marzo de 1990 con la introducción de la causa por las circunstancias de su vida y muerte, pero la solicitud formal fue presentada el 12 de mayo de 1994. En noviembre de 1996, la Santa Sede la aceptó como válida, pero después quedó estancada y no fue hasta 2005 cuando la Congregación para la Causa de los Santos dio el visto bueno para que se continuase el proceso.

Ninguno de los involucrados en la muerte de Romero ha sido acusado ni castigado. Su hermano Gaspar, un hombre sencillo, jubilado, desea que se investigue y juzgue a los asesinos, “pues la obligación de la Fiscalía es investigar y aplicar la justicia”. Ahora, con el triunfo legislativo de Arena, esa posibilidad es nula.

Ojalá el pueblo salvadoreño no tenga memoria débil y haga propia la prédica del sacerdote que sabía que atentarían contra su vida por decir las verdades, pero nunca imaginó que sería ante la imagen de Jesús Cristo, en el altar que usó como tribuna.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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