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martes, 8 de octubre de 2024

Realidad de hiel tras fronteras de papel

Los litigios fronterizos en África persisten hoy como lastre del período colonial, causante de más daños a la región que todos los desastres de la naturaleza en el pasado milenio...

Julio Marcelo Morejón Tartabull en Exclusivo 15/12/2019
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Panafricanismo
El continente aún paga las consecuencias de la carrera imperial.

En noviembre se cumplieron 135 años de que —solo tomando en cuenta sus intereses— las potencias europeas comenzaron a seccionar el territorio africano, con lo cual sembraron nuevos odios e incentivaron antagonismos entre comunidades.

Al imponer lindes sin seguir la lógica de los accidentes geográficos y las fuentes de subsistencia se incentivaron las pugnas por los recursos, fueran estos el pasto para los ganaderos o las tierras de cultivo para los agricultores, así como los vitales manantiales, donde severas sequías alteran la regularidad de la vida. 

El continente aún paga las consecuencias de la carrera imperial desatada en su contra en la segunda mitad del siglo XIX y entre los sucesos que más claro definen la jornada estuvo la Conferencia de Berlín (1884-1885), la cual en unos tres meses perpetró uno de los mayores crímenes de la historia mundial.

Se convocó a 14 Estados: los imperios alemán, austrohúngaro, ruso y otomano, Bélgica, Dinamarca, España, Estados Unidos (no participó con fuerza quizás por no ser aún un competidor sólido o su interés colonial era solo Latinoamérica), Francia, Reino Unido, el Reino de Italia, Países Bajos, Portugal y Suecia.

El hecho de que el anfitrión del evento fuera Otto Eduard Leopold von Bismarck-Schönhausen denotaba que Alemania constituía un importante centro del poder, capaz de gobernar territorios tan lejanos como los actuales Namibia, Tanzania y Camerún, ubicados a más de cinco mil kilómetros como promedio de la capital germana.

Aunque el evento lo convocaron Francia y Reino Unido, sesionó bajo la batuta del Canciller de Hierro, a quien se consideraba un estratega en la confección de alianzas internacionales que posibilitaran la hegemonía del Deutsches Reich (Imperio alemán) en el escenario mundial de la etapa de fortalecimiento de los imperios europeos.

Durante tres meses —hasta febrero de 1885— descuartizaron al mapa africano de manera que las grandes potencias obtuvieron los territorios de interés en su geoestrategia, tras decidir con “regla y cartabón” a que región le correspondía explotar,  para lo cual se auxiliaron de incursiones de aventureros y de los avances de las ciencias.

Ejemplos de esas divisiones anómalas impuestas son las fronteras rectas del sur de Angola con el norte de Namibia, o la fractura de la comunidad bakongo, una parte reside en la República Democrática del Congo y la otra en el norte angoleño. Otras motivaron disputas como la península de Bakassi, entre Camerún y Nigeria.

Sin la presencia africana en la Conferencia de Berlín se planteaba como objetivo central la concertación entre las metrópolis —una suerte de pacto de “caballeros” entre las potencias— para evitar disensos como ocurriría en 1898 con el incidente de Fashoda (Sudán) que enfrentó a galos y británicos.

De todas formas, los conflictos que planeaban resolver mediante la conciliación a priori, no resultó, por ser la rapiña territorial parte esencial del sistema establecido, que para reproducirse se alimentaba del despojo y eso tarde o temprano generaba más ambiciones entre las potencias, lo cual en 1914 condujo a la Primera Guerra Mundial.

FRONTERAS PERMEABLES 

Al proceso independentista en la década de los años 50 y 60 del pasado siglo, sucedió el de descolonización. Los líderes de los movimientos nacionalistas reunidos en la Organización de la Unidad Africana (OUA), antecesora de la Unión Africana (UA), aceptaron mantener los lindes heredados del colonialismo.

La decisión debía evitar los conflictos territoriales, aunque eso solucionó una parte del problema, pues persisten discrepancias entre comunidades y entre países por las disposiciones cartográficas imperiales que abrieron el camino al neocolonialismo y al expolio más salvaje del continente.

Sin embargo, los usos consuetudinarios se desmarcan de muchas de esas limitaciones territoriales y exponen realidades, tanto migratorias como de la autoridad tradicional o civil, de más valor que las líneas trazadas para separar con configuraciones inadecuadas los respectivos Estados nacionales.

Así se explica, por ejemplo, al margen del respeto por las fronteras, el proceso de traslado de ganado de zonas con el pasto agotado a otras en mejores condiciones, pero también algo más nocivo, los crímenes trasfronterizos, la exportación del terrorismo y la subversión.

El llamado Ejército de Resistencia del Señor (LRA), del excatequista Joseph Kony, de Uganda pasó a cometer sus fechorías y masacres más allá de los límites de ese país con operaciones en República Centroafricana y en el sur de Sudán, lo cual evidencia la permeabilidad de las divisiones impuestas en África central.

En la región geoclimática del Sahel, donde el nomadismo es un componente de rutina, las fronteras se pierden entre dunas y necesidades humanas de supervivencia, lo cual supera al modelo exhausto del capitalismo europeo de finales del siglo XIX, cuando preparaba su salto a lo que Lenin distinguió como la fase superior del sistema.

Todo lo que sucedió a la Conferencia de Berlín de 1884 a 1885 causó un desequilibrio que precipitó al rico continente africano al foso de la pobreza estructural endémica, que se llama subdesarrollo y cuya peor expresión es el actual modus operandi neoliberal, que tampoco respeta Estados ni límites, ni comunidades, ni familias.

Con la Conferencia de Berlín comenzó una fase distinta en las relaciones de las potencias asentadas en Europa con África, constituyó oficialmente —aunque no legalmente—- la arrancada de uno de los más trágicos tiempos vividos por miles de pueblos al sur del mar Mediterráneo, un lapso de ignominia.


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Julio Marcelo Morejón Tartabull

Periodista que apuesta por otra imagen africana


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