De aquella Europa de la segunda mitad del pasado siglo ya no queda nada. Las ideas de algunos gobernantes de entonces de construir un Viejo Continente autónomo, incluso con fuerzas armadas unificadas ajenas al comando norteamericano en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, son cosas del recuerdo.
Y es que la nueva elite europea no ha dudado en sumarse con total desparpajo a los dictados internacionales de la Casa Blanca, con especial énfasis a sus guerras y agresiones ligadas a la “cruzada antiterrorista global”, como quien, imbuido de que ya no es león, se con-forma con el papel de carroñero a la espera de las sobras del presunto rey de la selva.
Esta dinámica es la única que puede explicar que los gobiernos de Europa envíen tropas y pertrechos a toda aventura bélica gringa, e incluso, con su participación como segundones, permitan a Washington hablar de “coaliciones” o de “comunidad internacional” para que la gente se trague la píldora de la pretendida universalidad de sus actos y propósitos.
Y ese rol en que ha sido embarcado el Viejo Continente por sus autoridades, brinda también elementos para entender el por qué la Unión Europea, a pesar de ser uno de los principales clientes mundiales de Irán en materia petrolera, se apresurase a establecer un consenso proclive a materializar un embargo a las importaciones energéticas desde esa nación islámica, medida que, según se ha dicho, podría entrar en vigor a fines de este enero.
Datos de agencias occidentales de prensa aseveran que los pozos iraníes suministran a Eu-ropa no menos de 450 mil barriles diarios de crudo, lo que ubica al continente como el segundo comprador en Irán luego de China.
Y si bien para algunas naciones de la zona Teherán no es de los primeros suministradores, para otras resulta clave. Así, para España y Grecia, las ventas iraníes implican casi 15 por ciento de sus respectivos consumos, razón por la cual Atenas estuvo renuente desde los inicios a aprobar un embargo que finalmente debe haber admitido, presionada por su enorme dependencia con respecto a la UE para intentar solventar su enorme y corrosivo endeu-damiento nacional.
Mientras, algunos de los impulsores de sumarse al carro gringo en materia de cerco a Irán para intentar que ponga fin a su programa para el uso pacífico de la energía nuclear, intentan tranquilizar a la opinión pública alegando que el crudo iraní puede ser sustituido por el de Arabia Saudita, un país apegado por completo a la política occidental en Asia Central y Medio Oriente, y que, aún siendo miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, no ha resultado muy estricto al asumir el sistema de cuotas aprobado por esa instancia.
Pesa por otro lado la advertencia de Teherán de, frente a las presiones y amenazas occiden-tales, cerrar el estrecho de Ormuz al tráfico petrolero, una vía por donde circula casi 35 por ciento del crudo que se transporte por vía marítima, y que fluye esencialmente hacia el oc-cidente industrial.
De hecho, las recientes maniobras militares iraníes en la zona han mostrado que la nación islámica bien puede concretar su aviso y hacerlo cumplir pese a una represalia bélica nor-teamericana y de sus aliados.
No obstante, Teherán ha dicho que si Europa corta sus adquisiciones petroleras, hay sufi-ciente mercado para ellas en China, el segundo consumidor global de petróleo, y en econo-mías emergentes de enormes potencialidades como la India.
Por lo demás, la lección está sobre la mesa: si hablamos de un mundo multipolar, podemos excluir a Europa como una de sus partes vitales e independientes, y asumirla sin mayor margen de error como una extensión política de Gringolandia.
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