Quienes creyeron que la vocación para el ridículo tenía límites se han equivocado. La España conservadora y clerical resucita y reacciona frente a Cristina Fernández como si en vez de la presidenta de Argentina se tratara de una líder separatista que ha proclamando la independencia en Galicia y hay que ir a por ella.
Salvando las distancias de tiempo y condición es exactamente lo mismo que hizo Eisenhower frente a Fidel Castro cuando en 1959 el líder revolucionario proclamó en Cuba la Reforma Agraria. Solo falta que Mariano Rajoy invoque el Tratado del Atlántico Norte y llame a la OTAN como antes se conjuró el Tratado de Rio y la OEA. Cristina no ha sido acusada de comunista porque hoy tendría el mismo efecto que revelar sus niveles de colesterol.
Para no hablar de Bolívar, con los criterios de la administración conservadora, Getulio Vargas y Lázaro Cárdenas serían delincuentes, el Canal de Panamá propiedad norteamericana y el de Suez anglo-francés. Sólo falta enviar cañoneras a la desembocadura del Río La Plata y que un obispo hispano excomulgue a la “sudaca”. Por lo pronto la han llamado “matona”. Esperemos para ver.
Las acciones argentinas son tan limpias y su derecho tan obvio que no dan para hablar; mientras que Repsol es tan española como británicas las Malvinas. En realidad se trata apenas de un reajuste o rectificación de políticas económicas fallidas que como parte de la borrachera neoliberal condujeron a la oleada de privatizaciones y ventas a precios de remate de recursos y empresas latinoamericanas. Rectificar es lo que hacen ahora los sudamericanos.
Argentina maniobra para la recuperación de los hidrocarburos como antes lo hizo respecto a la línea aérea nacional, sólo que ahora duele más porque el petróleo es mucho más lucrativo, sobre todo cuando, como hace Repsol, se realizan solo extracciones de crudo pagando bajos impuestos y sin reinvertir en prospección, refinerías o investigaciones científicas y sin generar empleos ni desarrollo, aplicando políticas que convierten a Argentina en un republiquilla que exporta azúcar para importar caramelos.
La presidenta Cristina Fernández esperó a su reelección alcanzada con una abrumadora expresión de respaldo popular para, con un liderazgo legítimo, sobre la base de un visible consenso nacional y político y observando escrupulosamente las formalidades propias de la democracia y del estado de derecho, tal y como gusta en Europa, proceder a nacionalizar lo que por naturaleza es del país.
Ni siquiera se trata de una expropiación sino de un acto de compra de una empresa privada con la peculiaridad, por demás habitual de que, en virtud de leyes se realiza de modo obligatorio y en lo cual, lo único que cabe negociar es cuánto y cómo Argentina pagará a Repsol. En el caso que nos ocupa España no tiene derecho alguno, excepto que invoque el de patalear.
No obstante hay que estar atentos no sea que en concordancia con las nuevas políticos globales y hegemónicas, se movilice la ENTENTE y el imperio crea necesario devolver a España los favores por el apoyo ibérico a las aventuras en el Levante y en el Mediterráneo.
Más que desdén o repudio, España debería sentir nostalgia. Fue la pareja de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, quienes doblegaron al último rey moro, apoyaron a Colón y aunque sobre base discutibles fundaron la grandeza de un imperio donde jamás se ponía el sol. Ya que han de tener reina, en lugar de una griega, podían coronar a Cristina.
Por lo pronto, cabe recordar que el jaque de dama, aunque se disfruta suele ser letal. Allá nos vemos.
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