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miércoles, 9 de octubre de 2024

Serios aspirantes al coral

Los filmes La cuarta compañía, Los perros y Siete cabezas han atrapado la atención de los espectadores cubanos...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 15/12/2017
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Transcurre el 39º Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y a poco de terminar, abundan como en otras ediciones las cábalas sobre qué filmes se agenciarán los corales en los distintos apartados. Este periodista no arriesgará vaticinios, pues es bien sabido que los jurados casi siempre disienten con él a la hora de pronunciar su fallo.

En primer lugar, el filme que más le ha impresionado es La 4ª Compañía (México, España), una ópera prima de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván que parece la realización de un veterano cineasta. Con un ritmo galopante que atrapa a los espectadores y casi no les deja respirar, va desnudando a lo largo de su metraje la corrupción en el sistema carcelario mexicano.

Producto de un trabajo investigativo muy serio, digno de un historiador, el filme apenas muestra fisuras y en él sobresalen el notable nivel de actuación encabezado por Adrián Ladrón (Oveja negra), como  Zambrano, y Harnán Mendoza (Las hijas de abril) como Palafox, el excelente guion, de la propia Arreola, y la eficaz fotografía  de Miguel López.

Aunque hay otras óperas primas de excelente factura, pensamos por ejemplo en Matar a Jesús (Colombia, Argentina) de Laura Mora, es desde ya nuestro voto a la mejor cinta de nuestra América en el certamen y por tanto merecedora del coral en su apartado. Pero, ¿y si al jurado le da por contradecir, una vez más, a vuestro comentarista?

No apto para todos los paladares, Siete cabezas (Jaime Osorio, Colombia) es un filme interesante, aunque dejó estupefactos a muchos espectadores el día de su primera proyección en la sala Yara. Una bióloga embarazada de cinco meses y su esposo con taras de filósofo son llamados a la serranía colombiana en vista del deceso inexplicable de aves y peces.

El realizador navega no por un mundo narrativo, sino por un universo metafórico, y reflexiona mediante sus personajes sobre la sordidez y sentido de autodestrucción del ser humano, en medio de una atmósfera apocalíptica y la sordidez de una naturaleza que se comporta de modo tan extraño como el lugareño que sirve de práctico a los biólogos.

Sin ser una obra artísticamente lograda en toda su magnitud, Siete cabezas revela que Osorio tiene algo que decir por lo que será bueno observar de cerca la carrera de este joven realizador y ver con qué nueva propuesta  nos sorprenderá en el futuro.

Hay una malsana corriente en la crítica cinematográfica latinoamericana que la emprende contra las cintas que tratan de preservar la memoria histórica, sobre todo si de antiguas dictaduras militares fascistas ser trata. De ahí la animadversión que ha despertado en algunos la cinta Los perros (Chile, Francia), de Marcela Said Cares.

Aplaudida en Cannes y casi boicoteada en Chile, pues la prensa cinematográfica trató de minimizarla, es evidente que Said Cares dio en el blanco al aplicarle el escalpelo a una clase alta de ese país, que asiste a misa los domingos pero es incapaz de compadecerse de los daños humanos causados por el pinochetismo, y para colmo lo justifican.

En Los perros, Mariana (interpretada por Antonia Zegers en excelente forma, humanizándola, sin caricaturizarla), comienza un romance adúltero con su entrenador de equitación, un antiguo torturador y asesino de la larga noche que ensangrentó Santiago de Chile y el resto de la nación austral, y encuentra a su amante excitante y fascinante, sin ningún tipo de culpa.

No debemos extrañarnos que existan gentes como Mariana. De dudarlo los lectores lean algunos diarios chilenos donde personas de unos 40 años defienden aún a un régimen que fue capaz de incinerar jóvenes en plena vía pública, incluso a la catequista de una parroquia capitalina, por el único delito de ser joven.
Hay momentos del filme que los residentes del “barrio alto”, como les llamaba Víctor Jara, no le pueden personar. Como cuando un personaje dice: "El problema en este país es que hay muchos cómplices pasivos". Mariana es uno de ellos, vivió en una burbuja de cristal y ahora no podía, no le resultaba fácil, reconocer su ignorancia culpable.

De que Mariana no es un caso aislado, se molesta en demostrar la realizadora. Otro personaje, Pedro, un burgués que interpreta Rafael Spregelburd, en uno de sus parlamentos, trata de defender lo indefendible con un patetismo tal que a algunos se les antoja caricaturesco, aunque todavía en Chile hay quienes persisten en ese exceso.

No es casual que la propia realizadora, en una de las entrevistas que ha concedido, subrayara: "Me di cuenta de que los militares no eran más que peones de un juego complejo que consistía en instaurar un nuevo sistema económico y cuyos ganadores han salido indemnes".

Son esos criminales y sus cómplices quienes aún campean por las calles de Santiago, quienes la emprenden contra el filme a través de los medios de comunicación, que controlan totalmente, y en un alarde de falsa erudición, hacen comparaciones vacías de sentido con otras cintas y recientes documentales sobre el tema.

De estos últimos los espectadores cubanos han tenido la oportunidad de ver en el presente festival El pacto de Adriana (Chile), de Lissette Orozco Ortiz, y El color del camaleón (Chile, Bélgica), de Andrés Pablo Lübbert, también serios contendientes para alzarse con el coral en su apartado, pues ostentan una excelente factura y ambos están en la competencia.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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