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miércoles, 9 de octubre de 2024

Longina y Corona, unidos por la canción

La historia detrás de la famosa composición de la trova tradicional…

Raúl Enrique Medina Orama en Exclusivo 13/01/2018
2 comentarios
Guitarra, acordes
Un siglo pasó desde que Corona compusiera su obra más famosa y aquella “boca de concha nacarada” todavía emociona a los cubanos.

El político y ex-comandante del Ejército Libertador, Armando André, descendió un domingo de 1918 al solar habanero Las Maravillas del brazo de una mulata esbelta, de cutis terso y altos senos. Iban a visitar a la gran intérprete María Teresa Vera, quien vivía allí, en un cuarto donde se reunían los trovadores notables del país para beber ron, almorzar ajiacos e interpretar canciones.

André, mecenas de compositores, señaló a su amante e instó al joven Manuel Corona a que le escribiera un tema. La semana siguiente –era octubre, llovía, dicen– entre los olores de un caldo generosamente surtido gracias a las monedas aportadas por el político, Corona se pegó una guitarra al torso, miró a Longina O’Farril, y disparó:

“En el lenguaje misterioso de tus ojos/ hay un tema que destaca sensibilidad/ En las sensuales líneas de tu cuerpo hermoso/ las curvas que se admiran despiertan ilusión…”

Al parecer el trovador y su musa nunca fueron amantes. No existe evidencia de un cariño que no estuviera ceñido a la amistad. Sin embargo, años después de la primera inspiración el andariego la encontró, se conmovió otra vez su lira, y dejó escapar el suspiro de Rosa negra: “te he vuelto a ver, te he vuelto a ver/ Longina, seductora, mujer sensacional…”.

Un siglo pasó desde que Corona compusiera su obra más famosa y aquella “boca de concha nacarada” todavía emociona a los cubanos, quienes reverencian al bardo fundador que le cantara. Así sucede cuando en Villa Clara se reúnen autores de todo el país e invitados extranjeros, durante el  Festival Longina.

LA MUSA DE ÉBANO

Pocos conocen que de pequeños, el revolucionario cubano Julio Antonio Mella y su hermano tuvieron de nana a Longina O’Farril. Ella había nacido en 1888, en un poblado cercano a La Habana, y a los veinte años fue a la capital para trabajar con la familia Mella-Mc Partland.

Al regreso de un viaje con sus empleadores por Estados Unidos, conoció a Armando André, quien la introdujo en los círculos bohemios de principios del siglo XX. Que Manuel Corona, uno de los cuatro grandes de la trova tradicional cubana, se inspirara en ella para componer dos canciones, la convirtió en un mito entre los juglares de aquel entonces.

En una crónica publicada en 1950 en el El Nacional, de Caracas, Nicolás Guillén narró cuando conoció a Longina: “Era hace 30 años una mujer de cuerpo flexible, negra, de altos senos y ojos relampagueantes. Hoy ha engordado, naturalmente, y la mirada brilla menos, pues los años no pasan en vano. Pero todavía da pruebas de que fue lo que fue”.

JUNTOS AL FINAL

Ya anciana, Longina acostumbraba a ir a la mítica peña de Sirique, donde se reunían los protagonistas de la viva noche habanera. Sin embargo, de su fallecimiento se supo poco y al sepelio asistió un puñado de amigos.  

Longina      

Manuel Corona había muerto en Marianao, La Habana, 25 años antes, envuelto en un anonimato similar al que esperaba a su musa. Él, que tanto cantó a la mujer cubana –Mercedes, Santa Cecilia, Las flores del Edén, Aurora…– se apagó solo, como una vela que no pudo resistir más el soplo de la tuberculosis y el alcohol.  

Corona

Al entierro apenas asistieron Sindo Garay, Rosendo Ruiz, Tata Villegas, y Pancho Majagua. Gonzalo Roig despidió el duelo y luego se fueron a recordarlo con café, guitarras y algún trago de ron. Longina estaba ausente.

Guillén escribió el testimonio de lo que contó la de misteriosos ojos:
“A la una de la mañana  tocaron a mi puerta para darme la noticia de la muerte de Manuel, y eso me hizo una horrible impresión. Estaba y estaré agradecida a él. Corona ha muerto, pero la mujer que le inspiró una de sus mejores canciones está viva y lo recordará sin cesar. En cierto modo él me inmortalizó. Hubiera querido estar a su lado en el instante en que lanzó su último suspiro. Yo sabía que se hallaba enfermo, tuberculoso, y sabía también que no se cuidaba, que se había entregado a la bebida, sin importarle su estado físico. Puedo decir que Corona se suicidó, porque si se hubiera cuidado un poco habría vivido algún tiempo más”.

Fue la muerte la que los unió definitivamente. En diciembre de 1988 los restos de Longina fueron trasladados a Caibarién y la sepultaron en la misma tumba donde está Manuel Corona.

Los cronistas no recuerdan una ceremonia póstuma más grande en la historia del pequeño poblado pesquero. Era también una celebración de la unión póstuma del cantor y su musa más notable, esa que lo iluminó con el lenguaje misterioso de sus ojos, una tarde de domingo.     


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Raúl Enrique Medina Orama

Periodista de la Revista Bohemia

Se han publicado 2 comentarios


Michel
 17/1/18 9:51

Un artículo muy interesante y muy bien escrito. Harían falta más como este para develar los misterios y bellezas escondidas en la historia de nuestra música y nuestros más encumbrados artistas.

 

Raúl Medina Orama
 17/1/18 15:31

Gracias Michel, te esperamos por aquí.

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