lunes, 23 de septiembre de 2024

En defensa de las telenovelas y los lugares comunes (+Galería)

Las telenovelas no han muerto, pero sí mutaron. No están en silencio, pero hablan otro lenguaje existencial…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 21/06/2023
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Telenovela brasileña 01
Para los que ya pasamos de treinta años, las telenovelas brasileñas son parte del legado de una época. Crecimos viendo a esos actores en medio de superproducciones donde se muestra la realidad de una nación sudamericana llena de contrastes.

Para los que ya pasamos de treinta años, las telenovelas brasileñas son parte del legado de una época. Crecimos viendo a esos actores en medio de superproducciones donde se muestra la realidad de una nación sudamericana llena de contrastes. Incluso pudiera hacerse una crónica en la cual fuéramos narrando nuestro devenir como seres humanos a la par que se mezcla con las bandas sonoras, los personajes y las atmósferas de aquellas sagas televisivas. En las ya lejanas décadas, a una muchacha hermosa se le decía que era “una Cabocla”. A un chico bien portado se le llamaba con el apelativo de “Viriato”.

 

Y todo porque construíamos nuestro imaginario a partir de la belleza de aquellas confabulaciones llenas de paisajes exuberantes, tramas históricas y tremebundas, crímenes, pasiones…Aprendimos a partir de esos materiales lo terrible de la desigualdad y cómo aun en las peores condiciones las personas seguían aspirando a una mejoría en este mundo. Bien recuerdo que uno de aquellos personajes, bastante pintoresco, era un hombre lleno de ilusiones que aspiraba a la política y a arreglar los problemas de su barrio. Se le conocía con el sobrenombre, precisamente, de “El Soñador”. Todo lo que la vida implica, tanto en dolores como alegría, iba implícito en aquellas ficciones fabulosas.

 

Y es que las telenovelas no han dejado de estar en nuestra pantalla, pero el entorno cubano sí ha variado. De ser un país con apenas dos canales y unas horas de trasmisión, hemos pasado a las redes sociales, a varias televisoras extranjeras e incluso a la penetración de plataformas totalmente universales y de un corte diferente como es el caso de Netflix. Cuba no es el mismo entorno de consumo, ni pudiéramos establecer pautas parecidas para analizar la recepción de las novelas extranjeras en el país. Brasil y el mundo son realidades que se han globalizado y resultan cercanas y conocidas a la par que ignotas para el público cubano. La contradicción anida en los fenómenos de la comunicación posmoderna, en la cual no solo hay que hablar de hibridaciones, sino de maneras de entender el universo. Los significantes que nos llegan a partir del consumo no solo imponen una visión más allá de lo tradicional, de lo doméstico y de lo ingenuo, sino que arrasan con comprensiones limitadas y localistas. Las telenovelas brasileñas, si bien siguen siendo un producto de una amplísima difusión en la sociedad de Cuba, ya sufren un proceso diferente de consumo.

 

Hoy el país no se paraliza para ver este espacio, como sí pasaba en los años noventa, cuando Brasil y Colombia competían por los ratings de audiencia más altos. En aquel entonces, todo se dirimía entre Aguas Mansas, trasmitida a las tres de la tarde, y otras superproducciones brasileñas como La próxima víctima o El Rey del ganado que se trasmitían en horario nocturno. Parecía que nuestros sueños cabían dentro de los capítulos de aquellas telenovelas. De hecho, la gente solía decir que en esas imágenes hallaban un poco de sana enajenación frente a las contradicciones y escaseces cotidianas de nuestro archipiélago. Eran los años duros del periodo especial, cuando faltaba casi todo. No era solo comercialismo, consumo y marcas mercadotécnicas, sino que había excelentes sagas que narraban la historia del Brasil como los famosos sucesos de la conspiración de Tiradentes, la guerra de Rio Grande del Sur, la esclavitud, el Imperio bajo el cual dicha nación obtuvo su independencia, entre otros temas de muchísimo interés. Así aprendimos que el continente históricamente espoliado también tenía sus matices, valores, luces y sombras.

 

 

Pareciera inusitado que la gente pueda sacar algo en limpio de lo que se pensó como un producto para vender, pero siempre que se establecen las líneas necesarias y se tienen en cuenta las pautas sanas del consumo, los valores de una producción brotan y son bien aprovechados. Hoy, cuando la telenovela brasileña se mantiene en el aire, no hay sin embargo el mismo interés. El peso pedagógico, los análisis que pudieran derivarse de estas entregas, faltan en los medios. El papel de la crítica, ese que requerimos con tanto ahínco, se muestra ausente. Los artistas, los guionistas cubanos, los espacios en los medios, propenden al consumo acrítico de las mercancías que en ocasiones llegan a nuestras pantallas y que no poseen el respeto necesario ni por los públicos ni por las pautas que históricamente definieron las formas de consumo de los cubanos. Sin dudas nos está afectando mucho la posmodernidad de una época en la cual nada es serio, sino que todo posa como pasajero, incluso como ostentosamente mediocre. No se aspira a asentar cátedra, sino al producto fácil, que sea olvidable.

 

También, las telenovelas brasileñas le servían de acicate a los realizadores nacionales, pues estos debían competir en ratings con las superproducciones extranjeras. No en pocas ocasiones, las ficciones televisivas cubanas lo lograban, dándonos excelentes tramas como las de Tierra Brava y Sol de Batey, Al compás del son o Las huérfanas de la Obra pía. Era una época en la cual las bandas sonoras detenían el tráfico, petrificaban a las personas en el lugar que estuvieran, determinaban el orden de las cosas en un mundo mucho más sencillo, pero que alcanzaba altas cuotas de profundidad.

Aquel tiempo en el cual la palabra bonito era un adjetivo totalmente válido para un universo en el cual existían pocas cosas materiales, pero vibraban los sueños de millones en torno al televisor. Esa era ya perdida en la que nosotros crecíamos entre los análisis de los adultos en torno a los personajes, las implicaciones, las tramas y subtramas. Nadie nunca entenderá que aprendimos a vivir entre esos compases de banda sonora y el brillo de las pantallas de los Krim 218 soviéticos que proyectaban una imagen opaca y en blanco y negro. Todo funcionaba en un ritmo más lento, más simple, menos pretensioso.

 

No éramos universales, no había globalización apenas, nadie accedía en cuestión de segundos a lo último en información o moda; pero desarrollamos una imaginación que suplía todo eso. Resultaba totalmente posible caminar por las favelas de Brasil, conversar con el concejal que aspiraba a realizar los sueños de sus electores en un barrio de Río de Janeiro, ir por las playas debajo de un sol inmenso y ardiente mientras se tararea una canción en idioma portugués. Esas y no otras imaginerías nos habitaban por entonces y nos parecían suficientes.

 

Las telenovelas no han muerto, pero sí mutaron. No están en silencio, pero hablan otro lenguaje existencial. No se detuvieron, pero van a una velocidad que no es la de nosotros. O quizás fuimos los de este lado quienes cambiamos. La pérdida de la inocencia marca a las personas en sus vidas y las transforma. Algo así pudiera explicar el proceso de desacralización del que somos parte como receptores de la cultura extranjera. Ya lo de afuera no es tan enigmático, ni tan perjudicial, ni tan amenazante ni siquiera nos fascina. Lo mundial, lo que florece en otros lares, nos resulta incluso tan aburrido y común como lo que pudiéramos tener. Nos hunde el mal de este siglo que está determinado por el hecho de que todo parece ya dicho y hecho, sin que tengamos nada que descubrir. El globo llegó a un nivel de expansión en el cual lo local ha dado paso a lo mundializado. Y con ello las telenovelas dejaron de mostrarnos realidades ajenas, lejanas, ignotas. Incluso, recuerdo que, durante años, además de Brasil, también contamos con producciones japonesas. Hoy me atrevo a decir que ni siquiera una realidad tan distante como la asiática nos resulta exótica. Todo se ha vuelto tan familiar, tan cercano, que ya no nos interesa.

En medio de esta globalización que nos consume el interés y que resulta casi un agujero negro existencial, las alternativas de consumo siguen estando en nuestro interior. Somos nosotros quienes imponemos las reglas y jerarquizamos el arte a partir de un conjunto de pautas tanto sociales como a nivel de personas. De eso quizás los años noventa pueden mostrarnos muchas lecciones. La sobresaturación de informaciones, de productos, de consumo nos ha llevado a rechazar la digestión de programas y a buscar otros sabores. Surge lo vintage como una categoría estética y se le potencia entre grupos de jóvenes. La gente vuelve a preguntar por aquellos momentos en los cuales no había prácticamente nada. Y la fascinación por las telenovelas salta a la luz de los años. En Cuba hay grandes antecedentes con producciones como El derecho de nacer, que cuando se estrenó por las emisoras de radio constituyó un impacto tremendo en el alma de la nación. ¿Habrá que reeditar el fenómeno?, pero, ¿en qué condiciones estamos como país para volver a aquello? Por mucho que se viva de la nostalgia, los años que pasaron no van a volver. Lo que sí podemos es ponderar formas más inteligentes y sensibles de asumir el consumo.

 

A veces, cuando pienso en la sencillez de esa etapa, me acuerdo del personaje de El soñador. Él, con su tono simple y su mirada llena de ilusiones, gritaba en medio de los peores momentos, cuando hacía falta la esperanza: “¡Hay que tener fe!” Frase que resonaba en los oídos de los cubanos y que se conectaba con otra muy legendaria de Consuelito Vidal, la gran figura de la televisión cubana. La fe nos mantiene vivos y eso, aunque es un lugar común del lenguaje (tanto o más que el adjetivo bonito), no deja de ser efectivo. Como las telenovelas, digan lo que digan y a pesar de los pesares. 

 

 

 


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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