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martes, 8 de octubre de 2024

Con la música en la sangre (+Video)

Si la música fuese una cuestión de herencia, o mejor, se llevara en la sangre, la familia Oney Peña rompería cualquier esquema de Santa Clara...

Ailén Castilla Padrón en Periódico Vanguardia 30/09/2018
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Familia Oney Peña-músicos-Santa Clara
En busca de sus raíces, de estabilidad y de mejores oportunidades para comercializar su trabajo, regresan a Morón, la Familia Oney Peña. (Foto: Cortesía de La Familia).

Si la música fuese una cuestión de herencia, o mejor, se llevara en la sangre, la familia Oney Peña rompería cualquier esquema de Santa Clara por haber logrado la “transcripción” musical hasta los genes de la tercera generación.

Todo inició con el padre, profesor en la Escuela de Arte de Santa Clara y director de la Orquesta de Música Moderna; y con una madre a la que cuidar tres varones, llegados en orden casi inmediato, podían sacarla de quicio.

A los siete años ya Dayron, Daymon y Dayton correteaban por los pasillos de este centro y, como diversión, participaban en ensayos, guardaban partituras y estudiaban sorfeo. A los 11 ingresaron a la academia y gran parte del camino estaba desandado.

Las vocaciones se entonaron por separado bajo el ojo estricto de Nelson, que con su fama de exigente no permitía ningún desatino. Daymon quiso el piano, porque pensaba que el aire no le alcanzaría para soplar; Dayron la trompeta para estar, como en el aula, al final de la orquesta; y Dayton prefirió el saxofón, después de haber visto el desvelo de su padre por este instrumento.

Servicio social, timba, salsa, viajes por España y México, y compromisos por todo el país, conspiraban contra la posibilidad de formar un grupo y de transformar el jazz en un asunto familiar. Solo quedaba tiempo para proyectar un sueño desde Santa Clara, cuando ocasionalmente coincidían todos y la buena vibra se transformaba en descargas hasta la madrugada.

En busca de sus raíces, de estabilidad y de mejores oportunidades para comercializar su trabajo, regresan a Morón, en el marco del entonces certamen KokoJazz, que promovía repertorios y proyectos incipientes.

La intención de audicionar como solista instrumentista, Nelson Oney Peña la mantuvo por años, y llegó a esta prueba con unos backgrounds caseros que resultaron tener una pésima factura, lo cual obligó a sus hijos a acompañarlo en vivo. El dictamen fue unánime: aquello era una agrupación y debían ponerle un nombre.

La Familia quedó conformada el 12 de junio del 2007 y, de a poco, comenzaron a idear un repertorio que “encajara” en cualquier escenario. A la subvención por parte de la Empresa Comercializadora de la Música y los Espectáculos, llegaron las presentaciones ocasionales, el trabajo en las comunidades, y los espacios fijos en la Casa de Cultura y en la Fundación Nicolás Guillén. Repertorio y público comenzaron a desmentir los estigmas de música elitista, auditorio indiferente y escasa comercialización.

“Si el músico no encuentra lo que busca en el ambiente que lo rodea, debe crear su propio micro-mundo. Eso es lo que hemos tratado de lograr: hacer nuestra música sin concesiones. Si la suerte y la casualidad existen, nos han tocado a nosotros.”

Como los jazzistas no son músicos populares que demandan miles de pesos por una presentación, pensaron un evento que reuniera a los artistas de la región central del país, con el único pretexto de compartir y difundir el jazz. Sería la primera edición del festival Jazz Centro un éxito que, apenas en su carátula, deja entrever el poder de convocatoria de La Familia y las potencialidades del género, pero que tras de sí mueve muchas otras fibras.

Dicen que los instrumentos son como los idiomas, cuando dominas uno es más fácil aprender otros; por eso, durante sus presentaciones, del piano a la percusión y del saxofón a la trompeta se intercambian los papeles con la pericia armónica y versatilidad de quien ama y conoce con acierto lo que hace.

“Somos músicos de escuela y hemos tenido que estudiar mucho para perfeccionar la técnica. Aunque preferimos tocar los clásicos, no nos gusta que nos encasillen. Nuestro repertorio tiene más de 250 obras que abarcan diversos estilos de la música instrumental y lo elegimos, siempre, después de ver las reacciones del público.”

Creen que el mejor libro de instrumentación es tocar, y en el campo de las decisiones todavía “gobierna” Nelson, que con 60 años de vida artística ininterrumpida no muestra indicios de cansancio; pero las críticas sobrevienen para unos y otros sin importar los años, lo mismo por desafinar que por no lograr la nota con exquisitez. Precisamente, esta es otra de las cualidades del grupo: su afán por la perfección y la constante búsqueda musical.

Haber compartido un fonograma con Alain Pérez; subir a escena junto a grandes del pentagrama; un premio de Orquestación en el Festival Channy Chelacy; las casualidades oportunas que le han puesto los sueños de frente; y los sobresaltos por lograr un disco propio; terminan por completar los afanes de esta familia, que raya lo excepcional y ajusta los acordes de su día a día en clave de jazz.


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Ailén Castilla Padrón

Periodista


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