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martes, 8 de octubre de 2024

Arte, teatro y compromiso social

Ese es el llamado de quienes participan, por estos días, en el Festival de Teatro de La Habana...

Maya Ivonne Quiroga Paneque en Exclusivo 28/10/2017
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Flores en Estambull-Teatro
Unipersonal “No hay flores en Estambul” del destacado actor uruguayo Iván Solarich.

Iván Solarich, Agustín Meza y Rubén Ortiz son tres teatristas latinoamericanos comprometidos con el cambio social. El primero, es uruguayo; los dos últimos, de México.

Solarich estrenó en la sala Adolfo Llauradó del Centro Cultural Vicente Revuelta No hay flores en Estambul, un unipersonal muy aplaudido por el público.

Meza es el líder de la Compañía de Teatro El Ghetto que presentó, dentro de la Casona de Línea, la puesta titulada La arquitectura del silencio-homenaje escénico a Andrei Tarkovsky, una obra que no parte de un texto dramático tradicional ni cuenta una historia con personajes convencionales.

El creador y profesor Rubén Ortiz disertó en el festival acerca de un proyecto comunitario que lleva por nombre “La Comuna: revolución o futuro”, integrado por teatristas, un historiador urbano, un arquitecto y un antropólogo.

 La Comuna tiene como objetivo ejercer la práctica teatral desde espacios no convencionales e involucrar a la población, de manera activa, como observadora participante, para hablar de la memoria colectiva y sacar a flote problemáticas sociales como el abuso y el acoso sexual, la discriminación por género o preferencias sexuales, entre otras.

“En un país marcado por las desapariciones forzosas, los mensajes intimidatorios de los grupos que ejercen el poder, el asesinato de periodistas, gestores culturales y líderes sociales, el feminicidio, el narcotráfico, la poca asistencia del público a las salas de teatro, el recorte a las subvenciones teatrales, resulta urgente pensar en otras formas escénicas”, advierte el profesor Ortiz.

Resistir desde la cultura es el llamado de estos teatristas. Como asegura el director mexicano Meza: “Estamos siempre trabajando a contracorriente. Creemos en la utopía. Nos dedicamos a materializar sueños”.

Para Solarich el arte está relacionado con la palabra libertad y debe jugar, alimentarse y retroalimentarse constantemente, más aún en estos tiempos tan difíciles para la cultura en América Latina. Por eso reflexiona en sus obras, desde la autoficción, acerca de todas sus obsesiones, porque para él los artistas forman parte del cuerpo social y no pueden estar ajenos al sentir del pueblo.

Por ser militante comunista, este actor y dramaturgo uruguayo sufrió prisión a los 15 años y no pudo concluir los estudios secundarios. Pero el teatro lo salvó. No le ha reportado mucho dinero pero sí mucha felicidad y alimento espiritual. “Me sigo sintiendo en la juventud creadora”, confiesa.

Así nació No hay flores en Estambul. Casi cuarenta años después de haber visto Expreso de Medianoche, una obra escrita por Oliver Stone, Solarich fabula acerca del momento real en que el cineasta norteamericano viaja a Estambul para ofrecer disculpas al pueblo turco por haber modificado, debido a los intereses geopolíticos de los Estados Unidos, la biografía real que inspiró la escritura de este filme, estrenado en 1978.

Las verdaderas palabras del cineasta no se conocen, pero Solarich —luego de su decepción inicial al conocer cómo la verdad fue manipulada— prefiere pensar en ese instante cuando Oliver se retracta de haber afirmado, cierta vez, que en Estambul no había ni flores, forma que encontró para desacreditar totalmente a Turquía y denotar que en ese país no existía nada digno de admiración, ni siquiera un escenario natural y bello, lleno de coloridas flores.

Por su parte, Meza cree en el teatro de la tersura, un término inventado por su grupo para tocar la parte viva de cada ser humano. “Buscamos emprender una aventura teatral, partir de una poética. Nos gusta trabajar en zonas en ruina, intervenir los espacios alternativos, en un contexto social marcado por la violencia, donde la gente no sale a las calles porque tiene miedo. Nuestro teatro le devuelve la confianza al público de poder habitar una ciudad, una comunidad”, revela el director.

En las puestas de Teatro El Ghetto la creación es colectiva. No se parte de una obra escrita por un dramaturgo. Se asemejan a intervenciones plásticas donde pueden estar presentes la música y la danza. Solo se trabaja a partir de reglas, consignas y con el objetivo de sanar a los espectadores, porque los actores accionan cual si fueran chamanes de una tribu.

Luego de 22 años de trabajo, Meza llama a esta forma de hacer: teatro liminal y poético, porque en él no hay butacas, no hay escenografía, no está presente la iluminación tradicional. Sus integrantes se limitan a compartir experiencias con el público que se convierte en un participante activo. 

Arte, vida y trabajo se articulan en muchas de las propuestas que hemos podido apreciar durante estos intensos días del Festival de Teatro de La Habana.


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Maya Ivonne Quiroga Paneque

Periodista, locutora, guionista y directora de radio y televisión


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