Amor entre dos mujeres: méritos y controversias

¿Se acuerdan de La vida de Adèle? Ganó el festival de Cannes en el año 2013, y como cuarenta premios más (no es exageración mía). Causó un revuelo tremendo por todo el mundo, lo mismo por sus largas escenas de sexo entre dos muchachas bellísimas (Adèle Exarchopoulos, y Léa Seydoux) que por el uso de genitales falsos y de un sexo voyerista, donde las relaciones sexuales entre dos mujeres eran apreciadas desde un punto de vista absolutamente masculino.

Si bien La vida de Adèle significó un paso de avance en cuanto a despojo de prejuicios cinematográficos, su mayor importancia actual radica en que creó un punto de partida para que directores -y directoras- de todo el mundo pusieran  sus obras a dialogar sobre el sexo, sus tabúes y verdades.

Seamos honestos. Fuera y dentro del cine, hay muchísimos prejuicios con el sexo. Desde lo que se debe decir y lo que no, hasta con quién se debe tener y con quién, no. La sociedad dicta normas; la gente –en definitiva… qué sería de la sociedad sin su gente- juzga e impone, a veces con su mera mirada, pautas de conducta.

Catherine Corsini asume con La belle saison el tema de La vida de Adèle, ya tratado por el director Abdellatif Kechiche, pero lo hace desde una perspectiva mucho más genuina y fluida. Su visión del sexo entre dos mujeres, quizás por ser ella misma mujer es mucho más intimista y auténtica:

Las protagonistas de La belle saison no asumen, como sucedía en la cinta de Abdellatif Kechiche, posturas predeterminadas y poses, más parecidas a lo que hay en una cinta xxx que lo que muestra un cine de alta calidad, sino que enseñan sus cuerpos con determinación, como son, de una manera real, sincera y directa, sin un ápice de voyerismo.

La belle saison tiene, ante todo, una premisa: nuestro cuerpo nos pertenece. Es nuestro primer y último templo. Nuestro cuerpo es frágil pero libre; y viceversa. Luego de esa premisa, hay en el filme homenajes, cuestionamientos… y mucha versatilidad.

Es el París de principios de los años setenta. Dos muchachas, una que es del campo y la otra, de la ciudad, se conocen en una protesta. Es, por cierto, una protesta muy peculiar: las mujeres pasan corriendo diciéndoles piropos a los hombres y tocándoles las nalgas. Así, nada más por hacerles saber que ellas también pueden hacerlo.

De alguna manera Catherine Corsini propone un homenaje a las feministas de esa época. Las dos protagonistas de la cinta se llaman Carole (Cécile de France) y Delphine (Izïa Higelin). Y resulta que en la vida real existieron dos activistas con nombres similares: Carole Roussopoulos y Delphine Seyrig.

Pero La belle saison, aunque en un principio ubica su contexto histórico social en la efervescencia de lucha del París de la época, no trata sobre los movimientos sufragistas franceses. Trata del amor. Ese que va más allá de la edad (las protagonistas se llevan quince años), del género (son dos mujeres, reitero), de la clase social o de cualquier otro detalle nimio. Ese que tiene un latido tan intenso que no puede ser menos que auténticamente humano.

Es su tratamiento del tema lo que hace que sea esta una cinta romántica, diferente, muy fresca.

Tiene ecos de crónica social: lo difícil que es ganar un espacio de autenticidad entre la gente común, sea por orientación sexual o por cualquier otra diferencia en cuanto a la normativa de conceptos; cómo pesa de dónde somos, la familia a la que pertenecemos. (Es inquietante y arrebatador cómo en un fotograma en el que la hija sufre por amor, su madre ríe y se deleita mientras la observa).

Por eso La belle saison se convierte en una película transgresora, que cuestiona el papel de la familia sin pudores ni paños tibios. Pero, mérito más, sin echar culpas ni juzgar. La cinta se limita a exhortar con toda la fuerza que tiene cada minuto del metraje a que cada cual luche por lo que sea que le mueva el alma.

El amor entre dos mujeres, con todas sus ansias de aceptación y de libertad se convierte, a ratos, en metáfora de lo que sea que guardamos entre pecho y espalda y no le damos del todo cabida por posponer nuestros deseos, por cuidarlos de la mirada del Otro, que tanto juzga y condena.

Es, definitivamente, una película honesta, que tiene de política, de sexualidad, de romance y que ofrece, además, una conmovedora lectura sobre la erosión que a menudo padecen las relaciones amorosas, independientemente del género que impliquen. Toda manifestación de amor lleva, además de nuestros cuerpos, nuestros miedos e identidades. Corsini consigue en La belle saison recoger esta plenitud emocional y logra, además, manifestarla con una certeza que muestra una verdad bella y dolorosa: los estados humanos conllevan una condición efímera; la vida misma es fugaz. No queda otra opción, sino disfrutar a plenitud el poco tiempo que tenemos.