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miércoles, 18 de diciembre de 2024

Mamá de viaje

Y encontré sus rostros en cada niña o niño que me crucé en el camino, y nunca fui más feliz que cuando los abracé de nuevo y pude decir: "Estoy en casa"...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 14/12/2024
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Mamá de viaje
Pie de foto:  No pude evitar fotografiar muchos niños durante todo el viaje, ni dejar de solidarizarme con sus madres. Foto de la autora. (Yeilén Delgado Calvo / Cubahora)

No es lo mismo viajar siendo madre que sin serlo. Me disgusta generalizar basándome en mi experiencia personal, así que aclaro que hablo desde mi experiencia. Viajar es siempre una mezcla de emociones y ansiedades, pero después de ser madre lo viví de una manera completamente diferente.

Hace una semana salí del país por primera vez después de tener a mis hijos, y fue justo al otro lado del mundo. Serían pocos días, pero debía tomar tres vuelos para llegar y estaría en un huso horario totalmente opuesto.

No me gusta volar, más bien me disgusta, así que el imperativo de hacerlo causa en mí siempre cierto desasosiego. Antes, temía por mí, pero ahora lo hice por mis hijos. Por nada del mundo quiero faltarles. Ese era el primer miedo; el otro, que algo les sucediera, y yo no poder estar ahí, que me fuera físicamente imposible.

Como temores irracionales al fin, hice lo más sensato, los puse de lado todo lo que fue posible y traté de concentrarme en lo positivo: la oportunidad profesional y personal que ese viaje representaba, lo mucho que me entusiasmada conocer ese país, que mis hijos serían muy bien cuidados por su papá, y que estaría de vuelta en un santiamén.

Vivir la maternidad como una cárcel, que te limita en todas tus posibilidades, no es justo ni sano. Esa especie de obsesión que algunas madres viven hacia su prole, y que experimentan como una especie de martirio gozoso, la respeto, pero no la comparto.

Una de las cosas más conmovedoras de la experiencia fue ver en cada niña o niño, a los míos. Veía una cara pequeñita y enseguida me emocionaba con un pensamiento interior: «Yo también tengo uno o una así en mi casa».

Las fotos que me mandaban desde Cuba me hacían sonreír,  y también sus audios ocurrentes. Pero lo que más disfruté fue lo inimaginable: que a veces no quisieran hablar conmigo por estar jugando,  que en una videollamada me dijeran: «Mamá, chao, tenemos que colgar porque nos hace falta salir, te amo, adiós».

Ambos me enseñaron tremendas lecciones: el amor hay que vivirlo sin dramatismo, aquello que amas debe poder existir independientemente de ti, ser buena madre implica también confiar en lo que has dado y ser tan autónoma como quieres que tu descendencia lo sea.

Mi sensación de estar en casa no fue completa hasta que no los abracé, besé, olí y me dijeron «mami» como unas veinte veces en un minuto. De cierta forma, los hijos son la Patria más íntima.

Esa noche, amparada por sus voces, por el abrazo de mi esposo y hasta por la locura del perro que tenemos, entendí que lo mejor de viajar sea quizá el regreso, si es que lo que dejamos esperando es lo suficientemente valioso. Y esa es una experiencia que una madre también merece, ¿por qué no?

 

 


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.


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