Hubo un periódico en La Habana llamado El Mundo que circuló hasta que en 1968 hubo un incendio en el edificio donde estaban su redacción y talleres en Aguila y Dragones, y desde ese momento los estudiantes de Periodismo perdimos ese centro docente.
Allí había un corrector de pruebas cuyo apellido era Bermello, bajo cuya mirada vigilante un grupo comenzamos las prácticas de la carrera en esa actividad, en tanto el resto fue ubicado en cada uno de los restantes oficios.
Estuve entre los que inició la pasantía por Corrección en el horario del día, por lo cual apenas comenzaba la tarde, dejaba el puesto a otros condiscípulos que seguían hasta la hora del cierre, que podía ser en cualquier momento de la madrugada.
El primer día, antes de segmentarnos en los que trabaríamos en los momentos diurno y nocturno, dio explicaciones generales, incluida una advertencia que hizo despacio, pero al notar que no prestamos la debida atención, repitió aún con más lentitud:
“Uno lee, el otro sigue la lectura y se encarga de corregir, pero quien lee tiene que vigilar a su compañero. Y a cada rato intercambian los papeles o roles”.
Ya había olvidado la alerta en una madrugada en la que indicó a mi compañero que lo dejara asumir la tarea, y empezó a leer hasta incluir “Valeriano Blumer” sin que yo levantara la mirada de la prueba de galera, ni dijera una palabra.
- Consulte además: Las palabras
Hizo silencio. Me miró muy seriamente y le respondí con una risa nerviosa que suspendí tan pronto Bermello comenzó el regaño de que yo no estaba atendiendo y que sobre mí recaía la tremenda responsabilidad de que el periódico saliera sin erratas, sin errores.
Traté de defenderme: Profesor, aquí está bien, dice Valeri Brumel e intenté demostrarle mis conocimientos sobre atleta soviético que fue en esa época el mejor saltador de altura de la historia del atletismo, y que la nota hablaba de su accidente en una moto.
Tras aclarar que nadie estaba examinando mis conocimientos deportivos, sino que él estaba chequeando que cumpliéramos bien las funciones como correctores, en un ambiente ya más distendido, dijo que cuando notáramos que quien seguía la lectura estuviera cansado, dormido o no alerta, un recurso era leer mal para hacerlo reaccionar.
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El recuerdo no viene solo por las Olimpiadas de Paris, sino porque el corrector automático hizo de las suyas hace unos momentos en que intenté escribir sobre las termoeléctricas averiadas y al intentar decir “roturas”, la autocorrección puso “torturas”.
Afortunadamente, un colega solidario advirtió jocosamente que bien podría afirmarse que cuando esas unidades térmicas tienen una rotura, son una tortura por lo molesto que resultan los apagones por muy breves que sean.
Allá por los finales de los años 60 del siglo pasado no había computadoras y hubiera sido ciencia ficción referirse a un corrector automático, pero había que evitar que el agotamiento y el sueño provocaran proceder como un autómata, sin analizar.
Hoy se humaniza el trabajo, pero en materia de corrección, y aunque ya existe la inteligencia artificial, no está de más, ni es exagerada aquella recomendación de Bermello en cuanto a chequear y comprobar lo que hace o deja de hacer el corrector automático o la herramienta de autocorrección de las nuevas tecnologías.
Arturo Chang
14/8/24 18:13
A propósito de lo que comentó Juan Carlos Subiaut Suárez, hay que agregar en impacto de la inteligencia artificial en la tarea de hacer correcciones en líos textos.
Juan Carlos Subiaut Suárez
13/8/24 14:15
Estimado Chang: Celebro que hayas rememorado la existencia y necesidad de una profesión olvidada en el periodismo, el corrector de estilo, si, esa persona que en las vetustas redacciones de diarios y revistas se encargaba, experiencia y sabiduría mediante, que no saliera a la calle una errata en la publicación. La aparición de los medios ofimáticos los relegó al retiro, dado que en la programación de estos tarecos se incluyó, desde las primeras versiones, un corrector automático, que, consultando una base de datos preprogramada, inducía al usuario a la corrección de la palabra, e incluso de la frase, no solo por la ortografía, usos de signos de puntuación, sintaxis y otras facilidades que afectasen conformidades del idioma en el escrito tecleado, facilidad que pasó a los móviles. Claro está, todo ello pasa por las acepciones vigentes o en uso por el programador, sean internacionales o pertenecientes a su zona geográfica, e incluso por la voluntad del usuario que a veces elige no considerar la propuesta, incluso desinstalando el corrector. Ya hoy no se puede, impunemente, consultar una duda ortográfica, utilizando una publicación nuestra, ni siquiera el Granma, como antaño podía hacerse. Abogo, amigo mío, porque la ortografía y la redacción sigan vistiendo de largo nuestras publicaciones. Saludos.
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