Nunca he olvidado el cuento del murciélago rechazado por las aves, aunque argumentó tener alas como ellas, y luego también por los ratones a pesar de mostrar poseer hocico al igual que los roedores.
También las personas hemos padecido de esos males sin que una de sus partes acepte que entre los de la especie las similitudes son totales cuando se trata de calificar si somos o no seres humanos.
Los partidarios de resaltar diferencias al establecer vínculos con el prójimo señalan color de las piel, rasgos faciales, tipo de cabellera, sexo, orientación sexual y lo más descomunal es que hasta toman como parámetro la cantidad de dinero o riqueza para establecer maltratos.
El caso del murciélago es una experiencia personal de cuando con casi seis años de edad fui rechazado al intentar entrar como era habitual a un local exclusivo para blancos, lo que también podía interpretarse como prohibido para los de piel negra.
Aunque no la pedí, el portero que evidentemente estaba cumpliendo una orden, explicó que me correspondía ir a lo de los negros, hacia dónde me dirigí de inmediato y donde también tuve una negativa de acceso.
Finalmente supe que los blancos me cerraron la entrada al enterarse de que mi padre, inmigrante de origen chino, aportaba dinero para la reparación de un local de negros que también me prohibió la entrada porque su portero no sabía de la donación.
Por si fuera poco, no pasaron muchos días en que un pastor de una iglesia le dijo a los niños con los que estaba jugando, que a sus padres no les iba a gustar que se relacionaran conmigo por ser chino, e inmediatamente quedé aislado, solo y salí del centro recreativo infantil.
Meses después, una noche llegó a la casa un grupo de barbudos armados pidiendo que mi padre les abriera la bodega para comprar comida, y siempre insistían en que pagarían y entre ellos recogían dinero y repetían que no llevarían nada sin que les cobraran.
Enterado de que aquellos hombres habían establecido el fin del abuso y la igualdad de todos, esperé la llegada de un ex guardia rural del gobierno de Batista que acostumbraba a pedir tabacos en la bodega sin pagar.
No tenía ya aires de superioridad, y tan pronto se acercó al mostrador como solía hacer para recibir una breva le dije: Ahora tienes que pagar porque todos somos iguales. Pagó, no regresó más aunque alguien me advirtió: "cuando esto se caiga va a volver y va a ser peor."
Apenas tendría seis años de edad, pero acepté aquel aviso y desde entonces estoy evitando que "esto" se caiga, y recuerdo que mi primera accion concreta fue un acto contra la propaganda enemiga, al hacer malabares con un taburete y una escalera para subir casi hasta el techo a quitar un cartel contrarrevolucionario.
Desde entonces, como castigo impuesto por quienes pretenden volver como me dijeron que haría el guardia rural, han ido faltando cada vez cosas, pero ante la profundización sistemática de medidas contra todo tipo de discriminación, me quedo con los que evitan que esto se caiga.
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