Al llegar a La Habana para estudiar Periodismo en 1968, lo primero que hice fue ir hasta la casa de mi tío en San Nicolás 517 para que me llevara a la sede del periódico Kwong Wah Po ubicada en la acera del frente.
El resultado de la visita será tema para otra ocasión, pues en esta ocasión diré cómo fue que me interesé por conocer todo lo posible sobre esa publicación que mi padre leía con interés allá en el pobladito costero de Casilda, al sur de Trinidad en la provincia espirituana.
Por correo llegaba desde la capital cubana el periódico que la comunidad china trinitaria leía en sus casas o en un local de reuniones para recrearse con juegos que tenían fichas con caracteres chinos y hablar de las noticias que recibían de la nación asiática.
Comentaban, sobre todo, cuando se enteraban de algun hecho de la zona donde nacieron, y poco después retomaban el tema al contar lo que les respondían en las cartas sus familiares acerca de la noticia.
Era muy frecuente que los escuchara referirse a cómo vivían los que se quedaron en el terruño al cual no pudieran continuar envíandoles remesas desde Cuba porque después del canje de moneda, el peso dejó de ser convertible.
En esos años no había redes sociales de Internet, ni las noticias se difundían con la rapidez actual, pero llegaban, y en el caso de los chinos que no vivían en La Habana, tenían que esperar aún más para enterarse de algo de su patria.
Por formar parte de un hogar de madre y padre emigrantes, crecí escuchando sobre la situación de nuestros familiares en China, unas veces porque lo relataban por cartas, y otras porque se hacían suposiciones de cómo mejoraban las condiciones de vida.
Quizás ese ambiente lleve a cualquiera que viva en él a enfocar más la atención en los que se quedaron en un lugar del cual sus padres se fueron para mejorar.
Con 72 años de edad, no se puede cambiar fácilmente ese hábito, por eso, en este momento miro más allá de las fronteras a los que dieron un paso para radicarse en otros lares, pero no puedo dejar de admirar a los que por cualquier motivo, permanecen en su tierra natal.
Por eso, aunque han pasado tantos años de mi primera visita al local del Kwong Wah Po, los recuerdos me hacen mirar con especial atención a los que no les alcanza el dinero en un contexto en el que a algunos les sobra.
No puedo dejar de pensar en el jubilado de pocos años atrás con una pensión que apenas llega a la mitad del que tienen los que se retiraron recientemente de la vida laboral activa.
Y cuando veo a tantas personas en las duras condiciones del país, pienso en que a ellos nadie podrá decirles lo que me dijo hace poco más de una década un joven chino de visita en Santa Clara, al referirse a mis padres: Ellos debieron de quedarse para hacer de China la gran nación que hoy tenemos.
Sobre todo, aprecio mucho más lo que dijo otro de los jóvenes chinos de ese grupo: Sus padres tuvieron derecho a venir a Cuba para mejorar como mismo sus familiares también lo tuvieron para quedarse y darnos la China de la cual estamos orgullosos.
No obstante, pìenso: Lo que nadie tiene derecho es a crear tantas dificultades a ningún país hasta inducir a buscar bienestar en otro lugar.
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