Lluvia, puntos de vista y paradojas

Con siete años de edad, en1959, sentí envidia de otros niños que jugaban descalzos dentro de los numerosos charcos de las todavía hoy escasas calles (sin asfaltar aún desde aquellos tiempos) del poblado costero de Casilda, al sur de Trinidad. Yo quería correr sin zapatos ni tenis, pero tenía prohibido quitármelos.

Casi una década después, supe que algún médico había logrado explicarles la existencia de un bicho que entra por los pies, y por supuesto, mis padres, inmigrantes chinos que no dominaban el idioma español, nunca mencionaron al Necator americano, pero cuidaron siempre de que no estuviera calzado, sobre todo al llover.

Y también me enteré casi al finalizar la década de los años 60 que los otros niños, los descalzos, anhelaban tener zapatos como yo, y uno de ellos me confesó que hasta sintió ira cuando, en cierta ocasión, lo elogié por tener tan duras las plantas de los pies y caminar por encima de las piedras sin sentir molestias.

Regresaba de concluir las clases en primer grado cuando un torrencial aguacero sorprendió a todos en plena calle, y toda mi ruta se inundó con el agua que bajó desde Trinidad (decían los viejos que venía de las lomas), por lo cual lleno de gozo anduve dos cuadras con el agua por encima de los tenis marca Keds. Por supuesto, que en casa fue todo acción para secarme y cambiarme de ropa, incluidos los calzados.

Una digresión: Estoy recordando que en Vietnam, ya terminada la guerra, en 1986, varios amigos me explicaron que mientras los soldados norteamericanos usaban botas que al mojarse les causaban resfriados e incomodidades al andar, ellos se quitaban las sandalias, las secaban y continuaban la marcha.

Valorar la lluvia, como en todo, seguramente debe ser un asunto relacionado con los zapatos donde tenemos los pies, dónde estamos parados o hacia qué lugar nos dirigimos y en qué momento.

Quienes no gustaban de ir a la escuela, miraban con buenos ojos una lluvia a tiempo para no salir de casa; los que eran sorprendidos por las precipitaciones en los momentos de juego lo consideraban un contratiempo, y si iban a un deseado paseo, entonces la tristeza era inacabable.

Más recientemente, cuando empezaban a disminuir los niveles de precipitaciones, un campesino de la zona de La Fragua, en el municipio espirituano de Cabaiguán, al escuchar a Rubiera pronosticar buen tiempo, decía entre dientes: “Conque buen tiempo… ya quisiera yo verte con una vega casi perdida por falta de agua para que sepas lo que es buen tiempo…” El mismo veguero, pero en otra ocasión: “¡Así que mal tiempo! Ven para que veas lo que es el mal tiempo para este semillero que está creciendo lindísimo con esa agua que cae del cielo…”

Por cierto, a escasos kilómetros de aquella vega, nació el secuestrador de Fangio, el comandante Faustino Pérez, un impulsor en los primeros años de la Revolución, de la llamada Voluntad Hidráulica, sin cuyas obras hoy no podría embalsarse las actuales cantidades de agua, y estaríamos padeciendo ya una situación calamitosa que se evitó gracias a la previsión de construir presas cuando todavía el régimen de lluvia era normal, por lo cual  algunos en aquella época, consideraban innecesario hacer embalses.

No revelaré su nombre, pero uno de aquellos amigos que criticó el haberse proyectado la presa Agabama (aún sin ejecutar), seguramente olvidando lo dicho durante un recorrido que ambos hicimos en 1984 por la zona de la futura represa, ahora se refirió ácidamente a no haberse construido la que sería la segunda mayor del país (la primera seguirá siendo Zaza), pues según sus recientes palabras: “no estaríamos dejando ir tanta agua al mar y mediante canales trasvases podríamos llevarla hasta el oriente de Cuba que está afectado por la sequía”.

Oye, tú cambias –le recordé- como el camaleón porque bastante que criticaste esa obra hidráulica al decir que interrumpiría para siempre el ferrocarril de Trinidad a Santa Clara, aunque tuviste razón, pues todavía no se ha restablecido porque la línea queda dentro del área del futuro embalse Agabama.

Si alguien ha visto resbalar un quimbombó pelado en plato llano, podrá imaginar la respuesta de mi colega que terminó hablando de las paradojas relacionadas con la lluvia, y que si una vez deseábamos que no hubiera ciclones porque pueden causar devastaciones enormes, ahora, por la intensa y prolongada sequía, los queremos para que nos dejen agua. En fin… las paradojas y los puntos de vista…

NOTA: Leí que las cosas pueden terminar siendo muy diferentes a lo que pensábamos inicialmente, o directamente, desafiar el sentido común y la lógica. A este concepto le llaman paradoja. Por tanto, en alguno de los próximos viernes, hablaremos más de paradojas y menos de lluvia.