Gobernar sin oficina

En la década de los años 60 del siglo pasado, los temas permanentes de conversación giraban habitualmente alrededor de la pelota, la zafra y la cantidad de aviones B-52 que le derribaban los guerrilleros vietnamitas a los invasores yanquis.

También podía surgir eventualmente algún otro asunto en las tertulias callejeras, y uno de ellos era el de la lluvia, pues las precipitaciones podían interrumpir un partido de béisbol o paralizar los cortes de caña.

Yaguajay es una zona costera del norte de la provincia de Sancti Spíritus donde una llovizna en cañaverales como los de Aridanes podía empantanar el terreno y hasta dejar incomunicada un campamento de macheteros.

Por eso, a los dirigentes del nivel superior les preocupaba mucho el estado del tiempo por aquellas áreas que visitaban con mayor frecuencia, sobre todo en durante la primavera.

Uno de ellos que fue a chequear, esperó estar entrando a la ciudad para llamar desde un equipo móvil para anunciarse y así lograr una cierta sorpresa en su visita con el propósito de comprobar el cumplimiento de recientes orientaciones.

“Aquí la zafra está parada desde hace horas porque está cayendo un aguacero que no escampa”, le dijeron al dirigente que arribaba bajo un sol radiante y dispuesto a sustituir al mentiroso.

Al verlo entrar seco, le preguntaron: ¡Eh! ¿Y cómo es que usted se bajó del carro y entra al edificio sin mojarse si no traes capa? Ambos miraron hacia la parte superior de la pared, donde una ventana de cristal era fuertemente golpeada por un potente chorro de agua que caía desde el tanque elevado que se estaba desbordando porque no habían apagado la turbina.

Por estos días se está haciendo cada vez más difícil que vuelvan a suceder incidentes como aquel de Yaguajay que una vez ocurridos y pasado un tiempo, llegan a convertirse en anécdotas simpáticas, pero de consecuencias negativas porque pueden tomarse decisiones erradas.

Desde los más altos niveles están llegando señales de que una herramienta de dirección, un instrumento para lograr resultados en la gestión es la de no anquilosarse en una oficina, sino realizar actividades itinerantes como método.

Sin embargo, todavía quedan quienes no aplican la filosofía de que si el jefe va a la base a chequear una vez, sus subordinados tienen que ir diez.

Pero… lo peor sigue siendo que quienes dirigen directamente en una unidad de prestación de servicios brillan por su ausencia, sobre todo en los momentos más elevados de concurrencia de los clientes, consumidores o como se dio en llamar una vez: usuarios, o según le dicen algunos: público.

Tempranamente en los años 80 del siglo pasado, en una cafetería de Matanzas, al quejarse de la mala atención, la empleada le dijo a la cliente que hiciera uso del Libro de Quejas. Era una mujer entrada en años, que calmadamente dijo (No es textual, pero es la esencia y además, la manera en que se expresó):

Niña, yo era empleada de tienda en el Capitalismo allá en La Habana, y no había que escribir nada porque antes de que alguien se quejara, ya estaba el jefe preguntando qué pasaba y me sancionaban en el momento. Lo peor que se nos ha ocurrido es ese Libro de Quejas que aguanta todo lo que le pongan y se le arranca hasta el papel sin que pase nada. Lo que hace falta es que tu jefe estuviera aquí ahora, y no ese Libro que es para ya acomodar la cosa para que nunca esté.

Entre las tantas medidas, sin que se observe todavía ninguna acción efectiva para que el administrador/ra no esté la mayor parte del tiempo ausente, se incluye la curiosamente denominada Escalera de Reclamaciones, cuyos peldaños pocas veces conducen al nivel superior, ni a la solución.